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Leonor de Borbón y Ortiz “La princesa está triste ¿qué tendrá la princesa?…” (por Miguel Massanet Bosch)

Publicada el junio 9, 2014 por admin6567
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"No te haces mayor cuando cambias de estatura, te haces mayor cuando crees que sirves para corresponder a tus responsabilidades." Andrea Giménez Vila

 

Esta preciosa niña rubia de ojos azules y mirada triste, a la que seguramente muchas otras niñas envidian por haber nacido en cuna real, tener institutriz que se ocupa de ella y goza de muchos privilegios de los que muchos niños españoles carecen; lejos de ser una niña afortunada, de ser feliz por dormir entre sábanas ricamente bordadas, habitar un palacete y tener los mejores juguetes que se puedan encontrar en los bazares; es, sin duda, la persona más desafortunada de toda la nación; desde que se ha convertido en virtud de que su padre, el príncipe Felipe, va a ser proclamado rey de España, en la sucesora en el trono y aquella que va a tener el título de Princesa de Asturias, con todo lo que este nombramiento representa de pérdida de libertades, de asunción de responsabilidades, de renuncia al derecho de cualquier niña de circular libremente, de corretear por los patios con sus amigas, de ensuciarse y llenarse el vestido de lamparones arrastrándose por el suelo y de, en fin, ser una más de las tantas niñas a las que no se las obliga a llevar una vida que no han escogido, a estudiar materias que no les gustan y a tener que someterse a una formación específica a la que, sin embargo, no pueden oponerse.

Esta princesita de semblante triste a la que se la conoce como Leonor de Borbón y Ortiz, hija de padre de familia real y de madre procedente del pueblo, va a ser, a partir de ahora, sometida a todo un proceso de aprendizaje para, en su día, poder sustituir a su padre, el futuro Rey de España. Ya no va a disponer de sí misma ni tener tiempo libre para salir a jugar con sus amigas, a pesar de que sólo tiene 8 años de edad. Los fríos y, digámoslo sin tapujos, inhumanos planes de educación de un sucesor a la corona, implican una disciplina que, raramente, puede permitir a quien está sometido a ella, compaginarla con una vida familiar normal. Si ahora tiene una institutriz inglesa, da clases de ballet, estudia chino mandarín (¿quién a los 8 años estudia semejante idioma?) y practica deportes; a partir de que sea nombrada Princesa de Asturias, deberá compaginar todas estas actividades con otros estudios, incluida la formación militar para que pueda, en su día, ostentar el rango de Capitán General de las fuerzas armadas.

Si, hasta ahora sus compromisos oficiales eran casi nulos y se limitaba a asistir a actos de carácter privado a los que normalmente asiste cualquier niño, a partir de ahora se va a tener que someter a aquellos actos protocolarios que van a exigir su presencia institucional. El primero asistir a la proclamación de su padre, el príncipe Felipe, como nuevo Rey de España. Actos que van a exigir de ella un comportamiento impropio de una niña de su edad, debiendo permanecer en actitud modosa horas y horas escuchando a los mayores decir cosas que para nada le van a interesar y, así y todo, deberá poner cara de interés, porque así se lo va a exigir el protocolo.

Esta pobre princesa real es muy posible que, en estos momentos, ya esté empezando a sentir envidia de su hermana Sofia y se preguntará por qué sus padres no quisieron ampliar la familia con un niño, que le hubiera librado de la pesada carga que, sin comerlo ni beberlo, le ha caído encima. La princesita Leonor no ha sido afortunada y en su mirada se adivina que ya intuye que va a ser sometida a una educación para ocupar un importante cargo en la nación española sin que se pueda decir que, como en el caso de su abuelo, pueda retirarse un día para cederle el puesto a uno de sus hijos. Las monarquías están en franca decadencia, las que subsisten apenas si conservan algunos de sus privilegios y todas ellas dependen de los gobiernos que son, en definitiva, los que controlan sus actividades y redactan los documentos que se les pasan a la firma.

Es posible que, después de haberse sacrificado para mantener la tradición familiar, de haber perdido su juventud y sus libertades para satisfacer a quienes insisten en que, la monarquía, es la mejor de las opciones para mantener la unidad, la coherencia y las instituciones de un país; sufra la decepción de que los cambios políticos, los regímenes que escojan los españoles para que los gobiernen o lo que las juventudes decidan adoptar para regir sus vidas de acuerdo a unos nuevos planteamientos que prefieran escoger que no sean, precisamente, los que ayuden a perpetuar a un sistema monárquico que, si en otros tiempos, en civilizaciones pasadas y ante circunstancias distintas tuvieron su razón de ser, en el siglo XXI, en la era digital, de los grandes cambios y de los transplantes de órganos, ya no sean más que sistemas obsoletos, cargas poco rentables y meros iconos anacrónicos condenados a desaparecer.

Sus padres, los futuros reyes, debieran pensar sobre la responsabilidad que contraen al someter a una de sus hijas a unos sacrificios desproporcionados, a una vida antinatural y, sin duda, poco acorde a la que le corresponde vivir una niña de 8 años, con toda la vida por delante y con la libertad de decidir su futuro y escoger libremente a la persona con la quien quiera compartir su vida. Cerca de ellos tienen el ejemplo palpable, en la reina Sofía, de lo que ha sido una vida ejemplar en sus obligaciones como reina de España; pero que se le pregunte acerca de lo que ha sido su vida privada, los disgustos que se ha tenido que tragar ella sola, la soledad en la que ha tenido que llorar sus penas o la impotencia al tener que soportar sin que se le notara, las aventuras de quien le prometió fidelidad ante el altar.

El egoísmo de los partidos políticos, la terquedad de quienes se encierran en sus ideas sin atender a razones y la falta de visión del camino al que se encamina la humanidad; hacen que la ruta hacia una nación de naciones, como la que ha puesto a nuestro alcance la UE, sin que hasta ahora haya alcanzado más que pequeñas victorias parciales a costa de avances y retrocesos, va a complicarse puesto que todavía no han superado los nacionalismos antieuropeos y las cerrazones de quienes se niegan a entender que, la humanidad, avanza hacia otros derroteros que, por mucho que intentemos cambiar, va a ser imposible que la hagamos retroceder a modelos anteriores, que ya han quedado desacreditados, tales como el demodé comunismo y las obsoletas monarquías. El peligro de empecinarse en no adelantarse a los acontecimientos, a no prever lo que nos van a pedir las nuevas generaciones y el no anticiparse a buscar los sistemas más ajustados a lo que pensemos que van a ser los escenarios del futuro; tiene el riesgo de que, en lugar de que la transición se lleve acabo pacíficamente, sin bruscos saltos y civilizadamente, tenga efecto de una manera desordenada, dirigida por aquellos que prefieren llevar a las multitudes a regímenes totalitarios o absolutistas por medio del engaño, las falsas promesas y los métodos extremistas, que tan malos resultados han causado en aquellos países en los que han triunfado.

Esta niña de cara de muñeca, pelos rubios y triste mirada de sus maravillosos ojos azules, no debiera formar parte, como una víctima más, de aquellos que para defender causas perdidas son obligados a seguir caminos contrarios a aquellos que los conducirían a la felicidad que, naturalmente, serían los que le permitieran vivir en libertad, sin vínculos políticos ni obligaciones absurdas en los tiempos en los que vivimos. O así es como, desde la óptica de un ciudadanos de a pie, vemos con pena y compasión la esclavitud a la que se somete a una joven princesa.

Miguel Massanet Bosch

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Juan Andrés Buedo: Soy pensionista de jubilación. Durante mi vida laboral fui funcionario, profesor, investigador social y publicista.
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