Una de las pocas ventajas de la vejez, si es que somos tan ilusos que podamos creer que esta etapa de la vida tiene alguna; sería, sin duda, el contemplar sin complejos, el valorar sin temor a que nadie te pueda perjudicar y el tener una perspectiva de la existencia, algo que ni se estudia ni se puede comprar en ningún lugar, que nos permite pasar revista a una serie de hechos, acontecimientos y momentos históricos que hemos vivido directamente y, por tanto, no necesitamos que cualquier plumífero ignorante o inventor de historias fanático, nos tenga que explicar las circunstancias, las causas, los ambientes y muchas de las reacciones, errores, éxitos y capítulos singulares que el pueblo español ha protagonizados durante un periodo no inferior a 70 años.
Es posible que, a aquellos de la generación que vivimos, de niños, la Guerra Civil; ahora se nos considere, desde el punto de vista de las nuevas generaciones, como meros vestigios de una época de opresión, de desastres políticos y de múltiples penalidades. Para muchos, fuimos unos pobres esclavos, conducidos por un dictador, que no nos atrevíamos a salir de casa y que nos pasábamos el día cantando el "Cara al sol con la camisa nueva…" que, el "régimen fascista" del general Franco o los curas provistos de vergajos nos obligaban a cantar para evitar ser azotados. La realidad fue muy otra. Hoy la juventud no puede hacerse idea ni entender que, unos jóvenes sin móviles, sin máquinas de calcular electrónicas, sin ordenadores, sin su moto o coche, sin sus tabletas, sus campos de fútbol de última generación, sin sus magníficos libros de texto y sin los múltiples adelantos de que hoy disponen; unos chicos de hace setenta años pudieran ser felices, libres, alegres y vivir la vida a tope, eso sí, con menos medicinas, vacunas, comodidades y posibilidades de llevarse a una moza a la cama, comprarse una bicicleta o una simple radio de galena o de lámparas.
Si esta ha sido la imagen que se ha querido dar de aquella época en la que, efectivamente, se pasaron muchas estrecheces, hubo racionamiento de productos y fuimos proscritos por los vencedores de la II Guerra Mundial, sometiéndonos a un bloqueo económico y de suministro de víveres, dando muestras de su estupidez, su falta de visión histórica y de su desagradecimiento hacia aquel, ellos lo llamaban dictador, que impidió, con su tenacidad y valor, que las tropas del III Reich pasaran por España para poder cruzar directamente a África, en cuyo caso, el rumbo de la guerra en aquel continente, sin duda, hubiera podido dar un vuelco definitivo, si se hubiera podido aprovisionar, a través del estrecho de Gibraltar, a los tanques del general Romel, que se quedaron sin combustible, en medio del desierto, cuando estaban a punto de coronar su victoria sobre los tanque del general Montgómery.
Hoy se da el caso vergonzoso de que hay niños que, cuando ven una gallina, no saben lo que es; que se creen que los huevos se fabrican en los supermercados y que, todo lo que conocen de la naturaleza, se debe a las imágenes que tienen en sus libros de texto. En nuestro tiempo las ciudades eran más reducidas, en unos minutos podíamos corretear por los campos, robar algarrobas y comer almendrones verdes cogidos directamente de los árboles; jugábamos a pídola, corríamos como locos por las calles sin miedo a ser atropellados por los coches, porque apenas si los había y nos pelábamos con las pandillas contrarias. Éramos fuertes, no había vacunas y cuando uno se hacía una herida o recibía una pedrada en la cabeza se ponía un poco de saliva y… a correr de nuevo. No le quepa duda a nadie que éramos felices, que, para nada, nos sentíamos oprimidos ni obligados a hacer nada en contra de nuestra voluntad. Eso sí, los maquis, los comunistas infiltrados o los que no supieron asimilar la derrota que les fue infringida, todo estos sí que debían temer las represalias del régimen. Por ello, cualquiera podía circular por las calles de cualquier ciudad de España, teniendo la seguridad de que nada le iba a pasar, que nadie lo violaría, que nadie se atrevería a raptarlo o a hacerle el más mínimo daño. Todo aquel que pretenda decir lo contrario, desde aquí le digo que miente como un bellaco.
Hoy, a pesar de la crisis, estamos en una sociedad de comodidades; de adelantos científicos y de lujos que en otros tiempos hubieran sido impensables, de facilidades para estudiar, de clases con número limitado de alumnos ( en nuestro tiempo cada clase reunía a 50 escolares) de muchos medios materiales; pero, señores, los jóvenes eran más sanos, más trabajadores; más respetuosos con sus familias; con una moralidad más acendrada y unas costumbres que, en nada, se podían comparar con la promiscuidad, el alcoholismo, las drogas, la falta de respeto por sus maestros, el desprecio por la autoridad paterna etc. Hoy la juventud no entiende la vida si no tiene un piso para separase de su familia e irse a vivir con sus amigos o con la primera golfa que se lo proponga.
En la actualidad se trata de quien se acuesta con más gente, sean mujeres u hombres, porque, la moralina progresista ya no distingue entre unos y otros y todo vale para una buena orgía; el que no acude a un botellón, se juega la vida en una carrera de bólidos, va a fornicar en vivo dentro de una discoteca o se coloca con marihuana, cocaína o cualquier otra droga, no es nadie en esta sociedad en la que los principios ya no existen, el relativismo es la religión y la rebeldía y la violencia son las verdaderas armas de que se valen los que quieren conseguir el poder. Ya sabemos que no se puede generalizar, que todavía quedan jóvenes que conservan sus principios y que no están de acuerdo con semejante estropicio nacional; pero no nos engañemos, lo que prima, lo que más se ve en las calles y lo que más destrozos y agresiones produce, es esta nouvelle vague de conspiradores de izquierdas, empeñados en resucitar un comunismo obsoleto, fracasado pero, desgraciadamente, desconocido por una juventud que, lo único que sabe ( y sólo los más ilustrados) de este sistema, le viene por haber leído Das Capital de Carlos Marx o, a través de versiones edulcoradas, de los agitadores profesionales.
El ejemplo de tipos como Pablo Iglesias, de estos sujetos que se aprovechan de ser el tuerto en el país de los ciegos, para tomarles el pelo a quienes tienen la poca vista e inteligencia de tragarse sus mentidas y, no obstante, saben sacar el dinero (este que tanto "desprecian") de sus aventuras en Venezuela u otras dictaduras, donde son bien recibidos, mejor pagados y usados para ocultar al pueblo en miseria, las triquiñuelas, engaños u desvergüenza de quienes les gobiernan. Estamos en unos momentos en los que, en España, se cuestiona a los políticos, las instituciones y hasta el sistema de gobierno que nos dimos, mediante la Constitución de 1.978. Peligra la estabilidad del país y su unidad, puesta en cuestión por grupos de nacionalistas dispuestos a todo con tal de salirse con la suya; y, sin embargo, quienes debieran de poner remedio a esta situación, evitar que la izquierda siga usando sus métodos de guerrillas urbanas, de difusión de falsedades, de promesas inalcanzables y de presiones intolerables; da la sensación de que andan perdidos en otros temas, en otras cuestiones relacionadas con sus posibilidades de ganar unas elecciones que se les presentan dificultosas, dejando que el país se vaya al garete sin hacer otra cosa de mirar hacia otro lado.
O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, vemos escandalizados el desplome inminente de nuestra nación.
Miguel Massanet Bosch