"Un rey es el primer servidor y el primer magistrado de la nación" Federico el Grande.
Ahora parece que, con la llegada de nuestro nuevo monarca, Felipe VI, hay algunos que piensan que, con ello, nuestra Constitución ha sufrido también un cambio, al menos en lo que respeta a las facultades que competen a la jefatura del Estado. Los separatistas le piden que contemple un estado plurinacional, los comunistas que se coloque sobre su regia cabeza un gorro frigio, los de derechas le pedimos que se incline hacia un modelo de Estado más conservador y los anarquista que líe el petate y se marche a otra parte. Es evidente que, como diríamos, " en el fragor de la batalla", en lo que ha sido el revuelo que se ha suscitado alrededor de la abdicación del rey anterior, don Juan Calos I y el advenimiento de los nuevos reyes, se ha producido tal alboroto político que, hasta los dos partidos principales, el PP y el PSOE se han olvidado de insultarse mutuamente; sin embargo, señores, los árboles no nos deben ocultar el bosque: lo único que, de verdad, acaba de suceder, en España, es que se ha producido un relevo de Jefe de Estado; sin que ello signifique otra cosa que, en lugar de don Juan Carlos I ahora tenemos a don Felipe VI, pero nada más.
Conviene, por tanto, que intentemos sosegarnos, regresar a la realidad cotidiana y nos dejemos de hacer elucubraciones acerca de un papel reforzado de SM el Rey que, en modo alguno se ha producido, porque sigue ostentando los mismos poderes que, en definitiva, se limitan a ser el mando supremo del Ejército y ejercer la función de mediador, consejero y interlocutor calificado del gobierno de la nación. Cualquiera que haya querido ver en esta sucesión, una operación previa a un cambio de la Constitución puede que quiera explotarlo por intereses personales o como manifestación de sus diferencias con el Gobierno, pero no será don Felipe quién obligue a los políticos a cambiar las reglas del juego ni a modificar una sola coma de la actual Constitución.
A algunos aún nos sigue preocupando el papel que, la nueva reina Leticia, va a querer asumir en esta nueva partida de ajedrez institucional. Es posible que se avenga a aceptar un papel pasivo, al estilo de doña Sofía, limitándose a ocuparse de obras benéficas, temas de apoyo a las mujeres o colectas a favor de los necesitados del resto del mundo; de lo que nos congratularíamos mucho; pero también cabe, como creímos intuir en algunas palabras del discurso del nuevo soberano; que la nueva reina no se resigne a este papel y quiera erigirse en consejera de su marido; que intente participar de una manera directa en temas de Estado o que pretenda, de alguna manera, darle un sesgo a la monarquía que pudiera apartarla de la neutralidad política que siempre la ha venido caracterizando. Todos somos capaces de entender la influencia de la mujer en cualquier familia, todos conocemos la sutileza de las mujeres para convencer a su compañero en los temas domésticos y en muchos aspectos de la vida cotidiana, relacionados con los diversos aspectos de la vida familiar pero, todos sabemos distinguir entre realeza y pueblo llano.
Pero no debemos olvidar que, la familia del Rey, precisamente por estar situada a un nivel superior, por estar aforada y por el deber que va unido a la egregia persona del Jefe de Estado, nunca puede considerarse como una familia normal, con las libertades y licencias que ello supone, sino que, por el contrario, debe estar rodeada de una serie de singularidades que, al tiempo que la encumbran por encima del resto de familias del reino, la ata a diversos protocolos, la obliga a determinados sacrificios; le veda ciertas licencias que, a otras familias les están permitidas, y la limita a mantenerse dentro de un círculo limitado de amistades, un entorno cerrado de asesores, maestros, profesores y resto del personal de la casa real, que les obliga a limitar el espacio de intimidad del que disponen el resto de los españoles. Por tanto, a partir de ahora, no cabe duda de que doña Leticia deberá prescindir de ciertas licencias que, como princesa, se había permitido en algunas ocasiones; algo que, por cierto, en alguna ocasión causaron extrañeza y alguna que otra llamada de atención por parte de la Familia Real.
No sabemos cuál será, a partir de ahora, el contacto de la reina con su familia Casasolano, ni la relación que va a seguir manteniendo con la infanta Elena y el resto de la familia Borbón. Esperemos que lo que nos van vendiendo los defensores de la monarquía, las esperanzas que vienen poniendo en esta nueva etapa de la corona y las dotes que parece que adornan al nuevo monarca, Felipe VI; se hagan efectivos en forma de actuaciones acertadas, de decisiones inteligentes y de intervenciones oportunas; cuando el devenir de la nación así lo aconseje. Muchos esperamos y deseamos, sin ser monárquicos, que el nuevo Rey, acierte en su nueva etapa, difícil etapa llena de graves escollos, entre los cuales no es el menor el problema catalán; y que su reinado sirva para continuar la política de representante y valedor de España ante los foros internacionales, manteniendo en alto el prestigio de nuestra nación, que tan bien supo conservar, su antecesor, el rey Juan Carlos.
Parece que la preparación del actual soberano ha sido perfeccionista y que sus conocimientos de los problemas y la realidad de la situación actual del reino le son perfectamente conocidos. Sin embargo, tiene una ventaja sobre otros monarcas: podrá contar, hasta que Dios decida otra cosa, con la valiosa experiencia de don Juan Carlos; un bagaje del que la mayoría de monarcas deben prescindir, al ser lo habitual suceder al rey cuando este fallece. Es posible y yo diría que, hasta natural, que el joven monarca tenga muchas ideas que pretenda trasmitir a quienes nos gobiernan; quizá tenga impaciencia para que algunos temas se tomen en cuanta con anterioridad a otros o que piense que determinadas carencias sociales no tengan espera. Aquí es donde se demostrará la solidez de la formación de Felipe VI; en su discreción, paciencia, mano izquierda y templanza, se demostrará la firmeza de su carácter y las dotes para ejercer su puesto de Rey de España.
No hay duda que deberá saber que se le van a poner zancadillas y trampas; se le va a descalificar y tildar de estar vendido a la derecha, por parte de todos aquellos que siguen empeñados en convertir a España en un país sometido al totalitarismo comunista o aquellos otros que sólo desean salirse con la suya en sus afanes separatistas. Estos días hemos tenido ya la ocasión de ver los prolegómenos de lo que va a ser el nuevo reinado de don Felipe, enfrentado, no a los republicanos de derechas, los que buscan ante todo el bien de España de de los españoles; sino a aquellos que, cubiertos con la apariencia de querer implantar el régimen republicano, en el fondo, lo único que están buscando es una rebelión al estilo bolchevique, para llevar a la patria a los tiempos frente populistas sometiéndola a la dictadura del proletariado, bajo las garras del totalitarismo ideológico y el yugo de la pérdida de las libertades individuales sometidas al estatalismo estaliniano.
Deseamos al nuevo rey un reinado en paz, al servicio de todos los españoles, de modo que, con la ayuda de Dios, pueda llevar a cabo su labor mediadora de la manera más conveniente para el pueblo español. O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, vemos con inquietud el comienzo de una nueva época, que quisiéramos fuera beneficiosa para los intereses de España.
Miguel Massanet Bosch