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España necesita que se la defienda. La incuria la lleva a la ruina (por Miguel Massanet Bosch)

Publicada el junio 29, 2014 por admin6567
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"Todos caemos en trampas de vez en cuando. El problema es: algunas personas se enamoran de la trampa" (Paulo Coelho) 

Es necesario bajar a la arena del circo y luchar con las mismas armas que utilizan aquellos que pretenden subvertir la democracia para devolverla a los tiempos en los que, en España, la diferencia de castas y los odios generados por una explotación laboral injustificada y una carencia de derechos para las clases trabajadoras justificaban, en alguna medida, que aquellos que no podían salirse de la miseria, al ser ignoradas sus justas reclamaciones, se levantaran contra la injusticia y optaran por la rebelión y la venganza, contra aquellos que consideraban responsables de su penuria. Hoy en día ya no existen aquellas situaciones extremas, los trabajadores están perfectamente amparados por las leyes estatales; tienen a unos sindicatos que, al menos en teoría, pueden reclamar a las patronales que cumplan con los compromisos contraídos y pueden negociar las mejoras de sus salarios y condiciones de trabajo, de tú a tú, con los empleadores mediante la figura jurídica de los convenios colectivos.

No existen, por consiguiente, aquellos motivos que, a finales del siglo XIX y principios del XX, motivaron aquellos cruentos enfrentamientos entre patronos y obreros, que tan fatales consecuencias llegaron a tener para la convivencia entre españoles y que fueron una de las causas de que la Guerra Civil estallara. Es cierto que, como consecuencia del círculo de exclusión y las severas restricciones que los vencedores de la II Guerra Mundial impusieron al régimen del general Franco, los españoles nos vimos abocados a unos años en los que tuvimos que pasar por racionamiento de alimentos y limitaciones en muchos aspectos de nuestra vida, que dieron lugar a situaciones de necesidad. Pero aquella situación se fue suavizando y a partir de los años 50 se empezaron a notar signos evidentes de recuperación, el trabajo abundaba y, poco a poco, los españoles fuimos mejorando y las clases trabajadoras vieron como sus derechos eran respetados y sus vidas fueron cambiando hacia una situación más confortable. Los trabajadores se esforzaron, trabajaron horas extras, hicieron sacrificios para que sus hijos pudieran estudiar, cursar carreras y optar a una vida mucho mejor que la que ellos habían tenido. Muchos de estos chicos son los que hoy gobiernan esta nación.

Estas nuevas generaciones, especialmente las últimas, no saben lo que es la penuria de verdad, sólo han empezado a percatarse de ello cuando se produjo la crisis del 2008, una crisis derivada, en gran parte, del haber pasado del trabajo duro para conseguir una vida digna a otro concepto de la vida en el cual se primaba la especulación, el enriquecimiento rápido, el tráfico de influencias, el endeudarse pensando que con ello podrían conseguir cuantiosos beneficios y la convicción de que se podían cometer toda clase de ilegalidades sin que la Justicia les demandara cuentas. Los jóvenes se habían acostumbrado a que sus padres les dieran todo los que les pedían, les ayudaran a comprar piso para casarse o a pagar las letras del coche, sin lo cual se consideraban como parias en una sociedad en la que parecía que todo se les debía y que a todo se debería acceder. Conviene que estos muchachos que, con tanta facilidad, se lanzan a las calles para protestar, sepan que han tenido la suerte de vivir una de las mejores épocas de paz y prosperidad por las que ha pasado la nación española.

Curiosamente, los movimientos que se han venido produciendo, que han intentado saltarse la democracia, forzar a los gobernantes; poner en cuestión las leyes, sacar a las gentes a las calles para manifestarse contra el propio Estado de Derecho, en demanda de unas condiciones de vida que, por desgracia, no está en manos del actual Gobierno el podérselas conceder; no se produjeron cuando el señor Rodríguez Zapatero gobernaba, negaba la existencia de la crisis, seguía consintiendo que la burbuja inmobiliaria fuera creciendo y se dedicaba a dilapidar el dinero de la reserva nacional, en pretendidas mejoras sociales que, ni por su cuantía, ni por la difícil situación del país, ni por el endeudamiento público al que conducían ni por la situación económica en la que se encontraba la nación eran sostenibles, razonables y, evidentemente, constituían una actitud temeraria que, como se demostró pronto, España no estaba en condiciones de poder aguantar. Antes al contrario, durante aquellos años nadie quiso recriminarles su conducta a los socialistas, ni reclamarles explicaciones por los más de 4 millones de desempleados que mientras gobernaban se produjeron ni el hecho de que vendieran una parte importante de las reservas del oro español a bajo precio cuando, apenas unos meses después, se produjo la gran alza del precio de esta metal precioso.

En el momento más inoportuno, cuando se empieza a producir lo que se podría considerar un movimiento de recuperación esperanzador; se ha conseguido que los inversores volvieran a invertir en valores españoles; se atisben unas incipientes tendencias al aumento del empleo y nuestras empresas dan signos de una cierta vitalidad; es cuando, los que no quieren que España se vuelva a levantar, aquellos que buscan que se hunda, sabiendo que es la única manera de que puedan triunfar en sus intentos de hacerse con ella, llevando a la ciudadanía a la ruina. Parece ser que sienten la urgente necesidad de apurar el tiempo que les queda para arrastrar a los incautos que todavía creen en milagros económicos, en paraísos donde sin trabajar se puede vivir perfectamente o en hacer que los ricos muerdan el polvo, entreguen sus riquezas a los trabajadores y, con esta distribución convirtamos a la nación en un país de clones donde todos, independientemente de sus méritos, su inteligencia, sus conocimientos, sus habilidades y su esfuerzo estén en el mismo rasero. Utopías absurdas que sólo pueden tener cabida en mentes ilusas, ignorantes de que en el mundo actual todos los que han promulgado estos sistemas igualitarios han fracasado estruendosamente.

Veamos esta naciones bolivarianas de Sudamérica, observemos qué tipos de gobiernos las dirigen, analicemos los frutos de las prácticas aplicadas en Cuba por los hermanos Castro y pasemos revista a los ciudadanos que habitan en ellas, el porcentaje de ellos (salvo las élites incluidas en los que ostentan el poder fáctico en las naciones) que están viviendo por los niveles mínimos de la miseria y tomemos nota de lo que sucede en su economía, en manos del dirigismo estatal. Naciones con inmensos recursos naturales como Venezuela o Colombia, que primero fueron exprimidas por los caudillos explotadores y, cuando se produjo la revolución bolivariana, que tantas esperanzas levantó en algunos, han seguido sumidas en la miseria por la mala gestión de sus actuales gobernantes, por su incapacidad para sacarlas de la miseria y por haber impedido que la iniciativa privada, el capital bien utilizado y sabiamente dirigido, haya sido el que se ocupara de enriquecer al país.

En España actualmente estamos afectados por dos cánceres. Dos cánceres que, a menos que el señor Rajoy y su gobierno se pongan las pilas y apliquen el bisturí para extirparlos, va a ser muy difícil que no entren en metástasis. Por una parte la tendencia al retorno al frente populismo, que ya se está iniciando cuando IU intenta ponerse de acuerdo con Podemos, en busca de una fuerte alianza de los partidos de izquierdas (quien sabe si contando con lo que quede del PSOE) contra la derecha y, por otra parte, la cada vez más evidente radicalización de los partidos separatistas que, siguiendo la huella de los catalanes, están afilando sus armas para intentar convertir a España en una nación dividida, expuesta a las ambiciones territoriales de aquellas naciones que nos rodean. O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, vemos atribulados las desgracias que se ciernen sobre nuestra nación.

Miguel Massanet Bosch

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Juan Andrés Buedo: Soy pensionista de jubilación. Durante mi vida laboral fui funcionario, profesor, investigador social y publicista.
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