La identificación de un partido o de una persona con un pueblo se usa habitualmente como arma ofensiva. No hace falta insistir demasiado: llevamos 35 años viéndolo casi a diario en Cataluña y en el País Vasco (también, en menor medida, en otras regiones de España, y desde luego en mil lugares a lo largo de la historia moderna). La simpleza del mecanismo es la garantía de su eficacia: si no estás conmigo, eres un traidor. Nunca se expresa de forma tan clara, naturalmente. Jordi Pujol, el Patriarca, encontró hace años una hábil falacia para deslizar el mensaje central de todo nacionalismo. Dijo: "Es catalán quien vive y trabaja en Cataluña y quiere serlo". Así, parecía que dejaba la pertenencia a la libre voluntad del ciudadano. La trampa consiste en que lo que parece una definición plantea en realidad una pregunta. "Y usted, ¿quiere o no quiere ser catalán?" Finalmente, consigue lo que busca todo nacionalismo. En palabras de Orwell: clasificar a las personas como si fueran insectos. El razonamiento pujoliano triunfó lamentablemente: yo soy Cataluña y tú verás si estás conmigo o contra mí.La sorpresa no es que Pujol el Patriarca ocultara su fortuna, sino que lo confiese. Muy mal tiene que haberse puesto la cosa para haber tomado tal decisión faltando tan poco par el gran momento patriótico de la consulta ilegal. En cualquier caso, el patético comunicado sólo viene a apuntalar las muy amplias sospechas de que en Cataluña existe un régimen arraigadamente corrupto. Muchos se acuerdan ahora del vergonzoso proceso de Banca Catalana, momento fundacional de la impunidad de Pujol, de su partido y del nacionalismo catalán. Bien, pero esto no es un caso único en España. Sucede allí donde un mismo partido ha gobernado durante varios lustros: Madrid, con su trama Gürtel, sus áticos marbellíes y su compra de concejales; Andalucía, con la Junta embadurnada en los ERE o en los trapicheos de la UGT; la Comunidad Valenciana, con un itinerario que va desde la Brugal en Alicante hastaFabra en Castellón; Galicia, Murcia, Navarra… ¿No hay, entonces, un hecho diferencial en la corrupción nacionalista?
No era Moisés el que los llevaba a la tierra prometida. Era Alí Babá
Nada de esto es nuevo. La confesión de Pujol el Patriarca simplemente viene a recordarlo. Quizás sirva para que los creyentes comprendan que la política no es una cuestión de fe y se arranquen la venda de los ojos. Y también para que se revise de forma crítica el papel que Pujol (y el nacionalismo en general) han jugado en España desde la transición. Este defraudador confeso ha sido el socio preferente de quienes han gobernado España. Siendo inmensamente generosos podemos pensar que niGonzález ni Aznar (¿ni sus ministros de Hacienda?) conocían los trapicheos de la familia Pujol. Pero no pueden hacerse los locos respecto a los demás robos del nacionalismo, los que han condenado a España a la bancarrota democrática de la desigualdad y el privilegio.