JORGE HERNÁNDEZ MORENO
(Publicado en dclm.es/Diario de Castilla-La Mancha, aquí)
01/08/2014 Era noviembre –el 19, para ser más exactos– de 1863. Se conmemoraba un gran acontecimiento, de esos que dejan una importante impronta en el sentir colectivo. El presidente Lincoln despachó el asunto en diez oraciones. De ese discurso, solo diez palabras bastaron para definir la Democracia de una forma que perdura hasta comienzos del siglo XXI: «El gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo». Un discurso que a ojos de cualquier ciudadano se muestra completamente contemporáneo, definitorio de lo que es una Democracia, el sistema de valores que pretende representar y el papel de las instituciones en su relación con los ciudadanos.
La concentración de la riqueza corroe las instituciones de manera que los Gobiernos dejan de procurar el bienestar de sus ciudadanos y pasan a servir a los intereses de una minoría acaudalada. La crisis económica, financiera, política y social que padece España hoy tiene buena parte de su origen precisamente en esas dinámicas perniciosas donde el interés público y los procesos democráticos han sido secuestrados por los intereses de una minoría.
Las respuestas a la crisis, no lo podemos olvidar, son opciones políticas que se han convertido en una especie de «trampa de la austeridad», que ha desmantelado los mecanismos que reducen la desigualdad y hacen posible un crecimiento equitativo.
La aplicación de políticas presupuestarias basadas en la austeridad a ultranza bajo la recomendación/imposición de la denominada troika (BCE, Comisión Europea y FMI) inspirada ésta en el trabajo de dos de los gurús de la economía neoliberal norteamericana, los profesores de Harvard Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff (R+R), se han mostrado desgarradoras para la gran mayoría de la población.
Estos economistas –y muchos otros– con la necesaria connivencia de los legisladores nacionales, han planteado que cuando la deuda pública alcanzaba el 90% del PIB, el crecimiento económico de un país bajaba, por lo que se veía obligado por todos los medios a reducir el déficit y la deuda pública. Estos argumentos, como hemos tenido la oportunidad de comprobar, fueron tomados por los economistas neoliberales y los mandatarios gubernamentales como la Biblia económica.
Voces críticas y de contrastada autoridad en el mundo académico como el premio nobel de economía Paul Krugman, a través de un libro magnifico titulado «¡Acabad ya con esta crisis!», nos explicaba allá por el año 2012 que el deseo «austeríaco» de dar un tijeretazo al gasto gubernamental y reducir los déficits aún en el contexto de una economía deprimida es profundamente destructivo.
Son varios los estudios e informes que corroboran este argumento. El trabajo de David Stuckler y Sanjay Basu titulado The Body Economic: Why Austerity Kills, calcula que más de 10.000 suicidios adiccionales se deben a las consecuencias de los recortes en Europa y Estados Unidos. Para la Organización Internacional de Trabajo (OIT) las políticas de austeridad han sido responsables de que el desempleo haya crecido hasta 116 millones de personas en la UE. Incluso el Employment Committee del Parlamento Europeo acusa a la troika de estar creando un tsunami antisocial.
Parece hoy evidente que los cuentos que nos cuentan en forma de políticas de austeridad «anticrisis», no han estado motivadas por un diagnóstico certero sobre los orígenes de la crisis, sino en la combinación de un conjunto de prejuicios de carácter moral y una lectura errónea del origen de ésta.
Las políticas adoptadas en este marco revelan un dilema fundamental que afecta al modelo social europeo: el que se plantea entre las presiones competitivas de la globalización; las cargas financieras que supone el Estado del bienestar; y la cohesión económica, social y territorial.
Las respuestas que la UE ha dado a la crisis del euro están resolviendo este dilema de manera acelerada por la vía de los hechos, a través de políticas de ajuste que pretenden que los países afectados recuperen la competitividad mediante la «devaluación interna», con menores costes laborales e importantes recortes de derechos.
Como ha advertido el filósofo y sociólogo alemán Jürgen Habermas «estamos gobernados por una tecnocracia sin raíz democrática que carece de motivación para equilibrar los imperativos del crecimiento y la competitividad con las legítimas demandas de justicia social y redistribución de la ciudadanía». La UE no podrá mantenerse si deja de ser un proyecto político, económico o social autónomo frente a la globalización, y se convierte en poco más que un instrumento de la disciplina de los mercados, encargado de velar por la estabilidad macroeconómica, con un grave déficit democrático, alejada del «modelo social» que ha sido el elemento constitutivo de su identidad y de sus valores.
El momento actual requiere claridad intelectual y voluntad política. La única posibilidad de superar esta incertidumbre, es atrevernos a volver a tomar las riendas de las metas colectivas tanto en España como en Europa, en definitiva, recuperar la Democracia.
Jorge José Hernández Moreno
Graduado en Relaciones Internacionales (UCM)
Political Scientist, EU Specialist