(Publicado en La Vanguardia-Caffe Reggio, aquí)
EL ÁGORA
El ‘otro’ 9-N no está a la altura de la Catalunya democrática del 2014; es un sucedáneo
Mientras escuchaba a Artur Mas el pasado martes en la galería gótica del Palau de la Generalitat, esta vez sin escenificaciones unitarias, me vino a la mente un texto que escribí en diciembre del 2011, cuando el entonces presidente Zapatero se deslizaba por el plano inclinado de los desafueros políticos. Me permitirá el lector reproducir unos párrafos de ese artículo como prolegómeno de una tesis muy extendida, según la cual el president ha extraviado su sentido de la realidad, aunque no el de supervivencia.
Escribía entonces que En el poder y en la enfermedad es el título de un ensayo sumamente interesante editado por Siruela en 2010. Su autor es el exministro de Sanidad y de Asuntos Exteriores británico David Owen, cuya autoridad en el contenido de su libro viene avalada por su condición de médico neurólogo. La obra es larga y prolija (514 páginas) pero de enorme interés porque analiza las enfermedades y desequilibrios de muy ilustres políticos -de Lincoln a De Gaulle pasando por Churchill, Roosevelt, Nixon, Yeltsin y otros- en los que acredita padecimientos psíquicos y físicos en muchos casos desconocidos y en otros sólo sospechados (…) A David Owen se debe la descripción de un desequilibrio emocional que padecen algunos políticos -el ejemplo más acabado habría sido el de la pareja formada por Blair y Bush a propósito de la guerra de Iraq- que el autor denomina síndrome de hybris y que consistiría en aquel que afecta a políticos que se emborrachan de poder, incurren en el iluminismo caudillista, son adulados por su entorno -no consentirían ser contradichos- y se perciben a sí mismos como imprescindibles para evitar una debacle de la nación o del pueblo que dirigen. Los afectados por esta enfermedad del poder creen acertar en todas sus decisiones y disponer de conocimientos ilimitados, lo que les hace levitar, separarse emocionalmente de la realidad en la que viven y anular a cuantos le rodean. En España, hemos nacionalizado la enfermedad de hybris -palabra griega que definía al héroe glorioso y ebrio de poder- por el más accesible de síndrome de la Moncloa”.
Artur Mas no ha “enloquecido” como algunos han declarado hiperbólicamente; tampoco “ha perdido la cabeza” como con énfasis excesivo han sugerido otros. El president de la Generalitat padece una intoxicación de poder que comenzó a surgir cuando el 25-N del 2012 no dimensionó correctamente su derrota en las urnas y continuó con la implementación -bajo la batuta de ERC, en el fondo su mayor enemigo- de un proceso soberanista por completo inviable, política y jurídicamente. El hecho de que haya convertido el 9-N en un sucedáneo o en un simulacro (que el Estado va a permitir porque no es ilegal y desacredita al propio Mas) es un mero recurso para sostenerla y no enmendarla y ganar tiempo, bien para urdir una lista única proindependentista, bien para diseñar un plan que le permita continuar hasta el 2016 y rehacerse y rehacer su partido.
Sin embargo, ocurrirá como con el 9-N: el sucedáneo será contraproducente para el crédito de las instituciones del autogobierno de Catalunya y Mas no logrará una lista conjunta para unas elecciones plebiscitarias. La razón del previsible fracaso de ambas iniciativas tiene que ver con la errada valoración por el president de la situación catalana, española y europea, tributaria de una obstinación que ha intoxicado su capacidad de análisis. El otro 9-N no dejará de ser una performance que no estará a la altura de la Catalunya democrática del 2014, y la lista única no se formará porque ERC no va a regalar su energía, su potencia y sus posibilidades de victoria a una CDC triturada en su reputación por Jordi Pujol ni a un Mas con fecha ya de caducidad. Las exigencias de Junqueras para esa lista única -que no determinaría el carácter plebiscitario de los comicios porque otras fuerzas políticas comparecerían a su aire- son inasumibles para Unió y para buena parte de la actual CDC (exige una DUI inmediata en caso de victoria), pero lo son, especialmente, para buena parte de la sociedad catalana que ya está notando “ligeramente” las consecuencias económicas de esta deriva, según Gay de Montellà.
El síndrome que padece Mas -y no diré que otro similar no le afecte también a Rajoy, impasible ante una España anegada en corrupción y desesperanza- ha alcanzado la peligrosa sintomatología que le permite declarar al Estado -¿qué es el Estado?, ¿es su Gobierno?, ¿es España?, ¿somos los españoles?- como el gran “adversario” de Catalunya. Incierto, president: su adversario lo tiene en casa y, en ocasiones, usted mismo podría ser su peor enemigo. Mientras, Iceta espera recoger la cosecha de lo que ha sembrado.