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Partidos políticos: borrón y cuenta nueva, una escoba y un buen barrido (por Miguel Massanet Bosch)

Publicada el diciembre 8, 2014 por admin6567
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Cuando se llega a una determinada situación de descontento, de incomodidad o de disgusto, respecto a la marcha de una formación política que afecta, especialmente, a todos aquellos que simpatizaron o forman parte de sus bases; ha llegado el momento de reflexionar seriamente sobre lo que se debe hacer para remediarlo o, si no se es capaz de tomar las medidas oportunas para su saneamiento, dejar que sean otros, más capaces, los que se encarguen de hacerlo. Estamos convencidos de que ha llegado el momento, inaplazable de que, dentro del conjunto de nuestros partidos políticos, especialmente en los tradicionales, se produzca esta necesaria catarsis que les de un meneo de arriba abajo, por medio del cual se sacudan de encima a todos estos políticos que han encontrado su modus vivendi dentro de ellos, donde han evolucionado hasta conseguir desnaturalizar los que fueron los fundamentos en los que se apoyó un proyecto político; que puede llegar a acabar actuando en forma diametralmente opuesta a aquella en la que se establecieron los principios en los que se basó su creación.

Es evidente que España, desde que llegó al gobierno el PSOE del señor Rodríguez Zapatero, no ha hecho más que cosechar un fracaso detrás de otro, que nos ha conducido a la situación actual en la que nos encontramos con una generación de políticos, muchos de ellos fruto de las infumables listas cerradas, de las que se valen los partidos que vienen proliferando en nuestra nación desde que se instauró la llamada democracia, para incluir de forma subrepticia a una serie de nulidades cuyo único bagaje consiste en haber militado durante años en ellos y haber servido fielmente a sus promotores. El nivel que estos intrusos le han proporcionado, en general, a la clase política ha sido, desgraciadamente, nefasto y ha contribuido al descrédito que, hoy en día, han cosechado casi todos ellos, en el ejercicio de las funciones que les han sido atribuidas.

Se debería de exigir, antes de permitir que alguien entrara en política que hubiera tenido una situación económica estable, un negocio en funcionamiento o una profesión con la que se viniera ganando la vida, de modo que, tanto durante su mandato en cargos públicos como en el caso de abandonarlos, no dependiera de las retribuciones que recibiera del Estado o de los organismos públicos regionales, para solventar sus necesidades y las de su familia. Los numerosos casos de fraudes, enriquecimiento injusto, corrupciones o despilfarro de capitales públicos, que han contribuido a que los ciudadanos hayan abominado de la clase política; son un ejemplo palpable del peligro de poner a gentes que dependen enteramente de sus cargos en la política para subsistir, facilitándoles empleos en los que, de una forma u otra, están en condiciones de otorgar favores y, en consecuencia, de recibir "mordidas" de quienes han sido favorecidos con ellos.

Uno de los primeros deberes de nuestros gobernantes y legisladores sería el poner en vigor una nueva Ley Electoral que fuera más representativa, que acercara más a los electores a los candidatos que decidieran elegir para que los representaran; que estableciera límites temporales para el ejercicio de cualquier cargo público; que estableciera fórmulas para que algunas actuaciones de los partidos que forman parte de las dos cámaras de representación popular, fueran consideradas como delitos que pudieran ser denunciados ante los tribunales, de modo que éstos tuvieran facultad para sancionarlos e incluso inhabilitarlos temporalmente, para poder continuar participando de la política de un país, por un tiempo determinado; cuando los hechos sancionados tuvieran una repercusión negativa en los derechos ciudadanos y en el mismo interés público nacional. Las listas abiertas y la elección de políticos por cada distrito serían, posiblemente, muy beneficiosos para que los votantes se encontraran representados, tanto en los partidos políticos en los que estuvieran inscritos como en las elecciones, autónomas o nacionales, por aquellos políticos que ellos directamente hubieran elegido.

Sin duda que, un nuevo sistema electoral más directo y racional, evitaría la proliferación de tantos grupos, muchos de ellos basados, simplemente, en el oportunismo, la demagogia, la explotación del descontento de las masas y la habilidad de sus dirigentes, expertos en el arte de la subversión callejera, la agitación, el engaño y la conspiración; pero sin un verdadero programa de gobierno, una planificación económica posible, basada en la iniciativa privada, un respeto por la propiedad y un plan de mejoras sociales ligadas con la productividad, la competitividad, la promoción del mérito, la inteligencia y la iniciativa; de modo que, el esfuerzo y el estudio, siempre fueran recompensados; para así premiar a quienes se lo merecieran, sin que ello supusiera olvidar las necesidades de aquellos que, por las circunstancias que fueren, no pudieran alcanzar aquellas metas, a los que se les debería procurar ayudas para contribuir a su subsistencia.

Echamos de menos, seguramente porque a ningún partido le interesa perder su estatus actual y exponerse a que, una reforma en profundidad de carácter democrático, acabara de una plumada con los las bicocas que algunos reciben, las prebendas que otros han obtenido o los chanchullos que se pudieran sacar a flote, si se revisaran las finanzas de muchos de ellos; para poner remedio inmediato a semejantes irregularidades.

Ante una situación tan complicada como la que estamos pasando, resulta inconcebible que, nuestros grandes partidos, aquellos que durante años han dirigido la nación, no se hayan percatado de que, la única manera de luchar contra esta proliferación –evidentemente indeseable y sumamente perniciosa para la democracia – de corpúsculos políticos, de carácter marxista y componentes anarquista; no hayan empezado ya a hacer una autocrítica de sí mismos, en la que se ponga en evidencia aquellos defectos en los que: la costumbre, la rutina, la inercia, la querencia o los malos hábitos que, incluso sin querer, se van adquiriendo a través de los años; en los que, los mismos personajes, se van perpetuando en sus cargos. Para acabar con tales prácticas, en la mayoría de los casos, se precisa una regeneración total de los directivos y un minucioso cambio de hábitos y vicios, que sean capaces de hacer recobrar la confianza de las bases, aunque ello pudiera suponer la pérdida de algunos votos que, de cualquiera de las maneras, vista las perspectivas electorales, la mayoría de los partidos tradicionales van a perder y, seguramente, mucho más si persisten en mantenerse en su estado actual.

Parece mentira que, cuando las elecciones se nos van a echar encima, algunos líderes de partidos, sigan persistiendo en mantenello y no enmendallo, como si una ceguera fatal les impidiera darse cuenta de que, así como se perfilan las próximas citas electorales y lo que van desvelando las sucesivas encuestas que, desde los diversos medios se van dando a conocer; lo más probable es que se produzca un verdadero cataclismo, en el que los partidos que han venido alternándose en el poder, serán barridos y sustituidos por las alianzas de los partidos más extremistas de las izquierdas, lo que implica el peligro grave de que, como fieles seguidores de las revoluciones bolivarianas de América, ello suponga un golpe mortal a la democracia que signifique entrar a formar parte de aquellas naciones en las que, los que han liderado sus revoluciones, han acabado perpetuándose en sus respectivas dictaduras, encarcelando a los oponentes y haciéndose con el poder omnímodo sobre sus ciudadanos, acabando con sus libertades.

O así es como, desde la óptica de un ciudadano de a pie, valoramos negativamente a quienes nos vienen gobernando, cuando los vemos incapaces de reaccionar ante lo evidente.

Miguel Massanet Bosch

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Juan Andrés Buedo: Soy pensionista de jubilación. Durante mi vida laboral fui funcionario, profesor, investigador social y publicista.
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