
Un tópico muy dañino dice que todas las ideas son respetables. Lo cierto es que no. La idea de que se puede pegar un tiro en la nuca o degollar a quien dice o representa algo que no nos gusta es repugnante. Paradójicamente, quienes creen que sus ideas son sagradas y que se puede asesinar a quien las ofende creen también que quienes no son respetables son las personas. De hecho, las consideran prescindibles. Pues bien, las libertades de expresión y prensa se fundan sobre la premisa democrática de que son las personas, cada una de ellas, las que merecen protección, derechos y respeto a su integridad física y moral.
No se trata de si las viñetas que muestran a Mahoma eran de buen o mal gusto, de si era conveniente o no publicarlas. En democracia no hace falta un motivo para expresarse, sino para no hacerlo. Era legal y legítimo, como lo era criticarlas. Los que entran en una redacción armados con kalashnikov y asesinan sin piedad a doce personas desprecian la libertad. Para ellos la vida es y debe ser esclavitud. Son sus normas o la muerte. Tienen en la cabeza una sociedad ideal, la suya, y el férreo deseo de imponérsela a los demás.
Podríamos decir aquello de que en España sabemos bien lo que es esto, pero resulta superfluo. Con los franceses no sólo nos unen unas instituciones europeas e innumerables lazos históricos, culturales y económicos, sino un modelo de sociedad similar y el aprecio por las libertades democráticas.
Por último, aunque a estas horas ya haya quien pretende sacar partido político del terror, hay que situar al terrorismo donde está. Europa es y debe ser una tierra de acogida. Al que llega hay que explicarle que aquí rigen unas normas precisamente para que cada cual pueda expresarse y actuar según sus inclinaciones. Cualquier creencia privada que tolere a las de los demás es aceptable, exactamente al contrario de lo que sucede en las teocracias. Las autoridades francesas, españolas y europeas tienen la obligación de combinar la seguridad de sus ciudadanos con la libre circulación y la acogida a inmigrantes que, no sólo tienen derecho, sino que son imprescindibles para el futuro de un continente envejecido. De hecho, son objetivos complementarios. Como decía Tony Judt, el siglo XXI puede ser el siglo de Europa si consigue ofrecer al mundo la combinación de libertad, seguridad y prosperidad que difícilmente se puede encontrar en otras latitudes. Los terroristas sueñan con un planeta atomizado y sojuzgado por el miedo. Europa es la prueba de que la convivencia entre diferentes puede mejorar las vidas de las personas.