"La progresía es, ni más ni menos, el sumidero por donde se han ido las ideas de la izquierda. La progresía es quedarse en la reforma de una serie de aspectos sociales, como los matrimonios homosexuales o las medidas de discriminación positiva de la mujer, mientras se deja intacta una realidad económica injusta" Julio Anguita.
Ha llegado un momento en el que, en España, parece que cualquier opinión que no se adapte al pensamiento de la izquierda, que sostenga opiniones diferentes, que rechace sus postulados o se intente argumentar en contra de ellos, se ha convertido en un pecado mortal en contra del concepto doctrinario, unilateral, totalitario y excluyente del que, estos llamados progresistas (una manera de englobar, bajo un mismo concepto, toda una variedad de pensamientos más o menos extremistas, inspirados en el comunismo soviético), integrados en distintos partidos de izquierdas que, con sus propias peculiaridades, parecen coincidir en lo fundamental: acabar por los medios y procedimientos que fueran precisos con los que, ellos, han decidido englobar en lo que, durante la guerra civil se denominaban, despreciativamente, como "reaccionarios" o "burgueses" y ahora, 75 años después, siguen llamándoles "fascistas", aunque apenas quedan unos cuantos y residuales representantes de aquel tipo de pensamiento político.
Conviene recordar, antes de entrar en el fondo de este comentario, lo que dice nuestra Carta Magna en su Art. 20: 1. Se reconocen y protegen los derechos: a) A expresar y difundir libremente los pensamientos, ideas y opiniones mediante la palabra, el escrito o cualquier otro medio de reproducción. 2) El ejercicio de estos derechos no pueden restringirse mediante ningún tipo de censura previa. ¿Se puede hablar en contra de la monarquía? Si, señores, se puede ¿Se pueden criticar las políticas gubernamentales? Sí, señores se puede. ¿Se pueden denunciar conductas impropias y se puede diferir del contenido de determinadas leyes, aunque se deban cumplir? Sí, señores, se puede.
Entonces ¿cómo es que, cuando una persona haciendo uso de estas facultades constitucionales expresa, por cualquier medio, estar en desacuerdo con la homosexualidad, en sus variedades masculina o femenina o está en contra de que estas parejas anómalas puedan adoptar niños o que, cuando decidan emparejarse, utilicen el término matrimonio, se le califica de poco demócrata o de indeseable? Desde el derecho Romano, el matrimonio, sin que tuviera nada que ver con la religión cristiana, ya se consideraba como la unión de un hombre y una mujer, dejando aparte las otras formas de unión, que ya las había, y que, en el Imperio, solían presentarse principalmente como relación sexual entre amo y esclavo (siendo mal visto que el penetrado fuera el amo), utilizándose el término "catamita" para insultar o ridiculizar a alguien. Así, en tiempos del emperador Justiniano, se definía como "la unión del hombre y la mujer con la intención de continuar la vida en común" y el jurista romano Modestino lo calificaba como "la unión del hombre y de la mujer, implicando consorcio por toda la vida e igualdad de derechos divinos y humanos".
Los socialistas del señor Rodríguez Zapatero, con menos oposición de la que hubiera sido deseable, por parte del PP, se pusieron a la labor de sacar del armario a los cientos de miles que habían estado "emparedados" en sus escondrijos, dejando esta labor a las ministras socialistas que se aprovecharon para hacer su agosto y consiguieron pintar la homosexualidad como algo normal, equiparable a la heterosexualidad y, si mucho nos apuran, incluso "deseable" y, suponemos que, como la discriminación positiva que se aplicó al caso de las mujeres, se quiso dar un plus de legitimidad a toda relación entre personas del mismo sexo. En realidad, ha llegado el momento en que nadie se atreve a expresar sus ideas en contra de esta práctica, tan poco higiénica y antinatural, por miedo a que se le tache de anticuado y de poco demócrata.
Pero ya no se trata de criticar la ley que homologa a estas personas y sus hábitos sexuales; se trata señores de poder opinar, como se opina de la monarquía o como los comunistas se quejan del contenido de la Constitución o los separatistas se pasan por el arco del triunfo toda la legislación española sin que, ninguno de ellos, haya sido implicado en los numerosos delitos que han ido cometiendo a lo largo de los últimos años. En este país resulta que las personas de orden, las respetuosas con las demás, las que siguen en sus creencias religiosas y piensan que los dos sexos son los que sirven para reproducirse y el complemento natural que la naturaleza ha establecido para la regeneración de la humanidad, son las que deben callarse y aceptar sin derecho a protestar que se les vayan imponiendo las doctrinas que pretenden acabar con nuestro Estado de Derecho.
Que los hay que opinan lo contrario, pues muy bien, allá ellos, pero esto no implica que si los Chunguitos ( que no sé lo que hacen en Gran Hermano, uno de los programas más prescindibles de la TV5 por la zafiedad de su contenido, por la poca categoría intelectual de aquellos que intervienen en él y por su propia presentadora, una señora que se ha olvidado de donde viene y que, ya talluda, quiere hacer ver que todavía está en lo que antes se definía como "edad de merecer") quieren expresarse, según su forma sencilla y explícita de expresarse y como portadores de la cultura gitana, en contra de la homosexualidad, es evidente que están en su derecho de opinar lo que les venga en gana, sin que ello tenga que comportarles la lluvia de críticas de quienes no saben aceptar, civilizadamente, que otros opinen distinto. Es inimaginable que, los directivos del programa, seguramente presionados por el lobby de izquierdas, ya estén planeando represalias y que haya quienes hayan elevado el grito al cielo, si no han prorrumpido en llantos, sólo porque, a los Chunguitos, no les gustaría que en su familia hubiera ningún representante que tuviese semejante manera de comportarse.
Aquí tenemos mucha hipocresía, muchas ganas de adoctrinar en un pensamiento único, muchas aspiraciones a hacerse con el poder, para suprimir todas aquellas libertades de las que ahora tenemos, para obligarnos a tragar regímenes totalitarios que supeditan a los ciudadanos, sin opciones democráticas de volverse atrás, a la voluntad del Estado que es quien dirige, ordena, manipula, adoctrina y esclaviza a sus súbditos convertidos, en virtud de la dictadura en la que se constituido, en meros robots; que deben actuar, vivir, pensar y obedecer en todo lo que se les ordena, convertidos en verdaderos esclavos del poder. Y todo esto está ocurriendo, como quien dice, a las puertas de unas nuevas elecciones en las que, queramos o no, nos vamos a ver enfrentados a un poderoso grupo de señores que están consiguiendo, mediante los viejos y obsoletos métodos, propios de los padres del comunismo soviético, como Lenín, Troski, Bakunin o Stalin, adormecer y conquistar las voluntades de gran número de ciudadanos, nuevos ciudadanos podríamos decir, que no saben lo que fue la guerra civil de 1.936 y, en consecuencia, ignoran las penalidades que, tanto vencedores como vencidos, tuvieron que soportar, durante el largo tiempo que duró la recuperación, después de los daños materiales y morales que se derivaron de la contienda fratricida.
Tenemos, todavía, un Gobierno que se dice conservador que dispone de mayoría absoluta en ambas cámaras y, no obstante, todos tenemos la sensación de que no ha sido capaz de prever y poner los medios necesarios para evitar que, en España, se hayan impuesto, como si hubieran sido los vencedores de los comicios, se hayan instalado, prácticamente sin oposición, tanto los independentistas como estos grupos exaltados filocomunistas que, sin duda, nos van a poner en riesgo de que todo lo que se ha conseguido durante 30 años de democracia, se tire por el desagüe de este progresismo que sólo nos augura calamidades y desastres económicos. O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, vemos consternados como unos pueden decir lo que quieren mientras otros son condenados al mutismo. ¿Es esto democracia? Pues no.
Miguel Massanet Bosch