Foto: Protesta conquense contra el desmantelamiento de la línea Aranjuez-Cuenca-Utiel. – ARCHIVO, PeriódicoCLM, 18/JUL/22
Cuenca ha perdido su tren. No es un recurso metafórico: la provincia ha visto clausurada y desmantelada su histórica línea férrea Tarancón‑Utiel, un corredor que, con todas sus limitaciones, ofrecía una posibilidad real de vertebración territorial. El Plan XCuenca, impulsado desde el Gobierno central y respaldado por las autoridades locales y la patronal, ha apostado por enterrar las vías, transformar sus terrenos en suelo urbanizable y sustituir el transporte público por autobuses y servicios de taxi bajo demanda. Pero la pregunta es: ¿construimos sobre una pérdida o simplemente la tapamos?
Porque el problema no es solo haber perdido el tren, sino no haber aprendido nada de esa pérdida. Cuenca, como muchas provincias del interior español, sufre un deterioro continuo de servicios públicos, infraestructuras y población. La movilidad no es un lujo; es un derecho y un requisito para la vida digna en el medio rural. Sin transporte accesible, regular, fiable y adaptado, no hay forma de frenar el vaciamiento.
Por eso urge dejar atrás el debate estéril entre AVE o nada. Cuenca necesita un sistema de transporte público inteligente, inclusivo y realista. El modelo de Transporte Sensible a la Demanda puede ser parte de la solución si se aplica con rigor, cobertura amplia, participación ciudadana y control público. No puede consistir en unas pocas VTC dispersas, contratadas sin transparencia y sin garantizar continuidad.
Pero no estamos condenados a la improvisación. Existen experiencias inspiradoras en otras provincias españolas que demuestran que otra movilidad rural es posible.
En Zamora, por ejemplo, la Diputación ha puesto en marcha un plan de rutas de transporte adaptado para personas mayores, vinculado a centros de salud y servicios sociales, que opera con microbuses coordinados con el calendario de consultas médicas. En Teruel, se han activado redes de «autobús a demanda» con tarifas planas, reservas por móvil o teléfono fijo, y frecuencias adaptadas al calendario laboral o escolar. En La Rioja, se promueven convenios con taxistas rurales para cubrir rutas regulares, con financiación compartida y control institucional. Incluso en Cataluña o País Vasco, zonas menos despobladas, la apuesta por la intermodalidad ha logrado integrar bicicleta, bus comarcal y tren convencional con tarifas unificadas.
El común denominador de estas propuestas no es la espectacularidad, sino el sentido común, la cercanía institucional y el respeto al territorio. No basta con diseñar desde los despachos de Madrid o Toledo: hace falta escuchar, adaptar y construir con quienes viven en los pueblos.
En Cuenca, algunas alternativas siguen siendo viables: mantener el trazado de la vía férrea como recurso estratégico futuro o vía verde; defender las paradas en todos los pueblos en el futuro Corredor de autobuses Madrid‑Valencia; auditar los resultados del modelo VTC y garantizar su cobertura efectiva. También urge abrir el debate sobre movilidad sostenible: bicicletas eléctricas, transporte escolar compartido, incentivos fiscales para el coche compartido o el vehículo híbrido. No es una utopía: es una inversión en justicia territorial.
La movilidad rural no puede seguir siendo la víctima silenciosa de las políticas públicas. Cuenca merece una estrategia seria y humana, que no se conforme con cifras de usuarios a corto plazo ni con declaraciones grandilocuentes. Necesitamos una política de transporte que llegue a todos, que una a nuestros pueblos, y que dé respuesta a lo que de verdad importa: vivir con dignidad, allá donde uno decida vivir.
El modelo de Transporte Sensible a la Demanda, basado en taxis o VTC para los pueblos, puede tener potencial, pero su aplicación está siendo errática, limitada y ajena a la realidad de nuestros vecinos. Las conexiones con Cuenca capital, centros de salud o servicios sociales siguen siendo frágiles y dependientes del vehículo privado.
En definitiva, Cuenca necesita un modelo propio, coherente y participado, que no abandone a los pueblos pequeños ni convierta la movilidad en una carrera de obstáculos. La movilidad no es un capricho ni una estadística. Es un derecho y un pilar para fijar población, sostener servicios y garantizar vida digna en la provincia. Si el tren se ha perdido, no perdamos también el horizonte. Porque aún estamos a tiempo de recuperar el rumbo. Claro que para esto se requiere otro tipo de política, no dirigida desde Toledo o Albacete, sino desde la misma Cuenca. Una realidad potencial para la que no están preparados ni Page, ni Guijarro, Ni Hernando, ni Sahuquillo, ni Chana, ni Dolz, ni Godoy, ni sus más cercanos colaboradores, mal formados y peor documentados.