Manuel Martín Ferrand (Publicado en Estrella Digital, aquí)
"Si somos sabios,
preparémonos para lo peor"
(George Washington)
La máquina propagandística de José Luis Rodríguez Zapatero, ante cuya eficacia hay que rendir admiración, ha conseguido centrar en Magdalena Álvarez toda la inquina que genera en la ciudadanía el desastre de la acción gubernamental. Eso es difícil y tiene mérito. Álvarez es una calamidad y no vale la pena ensañarse con ella, pobrecita. Es, evidentemente, responsable de muchos de los males que en estos últimos días, con epicentro en el aeropuerto de Barajas, acreditan el caos imperante en el Ministerio de Fomento y en sus organismos dependientes; pero ésa es sólo una parte mínima, aunque especialmente notable, del fracaso gestor del Gobierno.
Todos los medios informativos nacionales, incluso los más próximos y agradecidos a la prodigalidad benefactora de la Moncloa, coinciden en reconocer la torpeza de Álvarez, y hasta ella misma, tan dispuesta y arremangada, evidencia menos fortaleza a la hora de defender su indefendible situación. Esos medios se dividen en dos grandes grupos. Unos reclaman la dimisión de la ministra y otros, los más, sugieren que, en un presumible cambio de equipo, Zapatero debiera prescindir de ella… y de Pedro Solbes. Como si los dos fueran un mismo problema.
La reincidente torpeza de Álvarez, ministra por la gracia de las cuotas y los compromisos regionales de Zapatero, no merece la oportunidad de la dimisión, el más noble de los mutis políticos. Su demostrada incapacidad y su grosera altanería exigen, por la dignidad de la función pública, un cese fulminante y personalizado. No nos merecemos los ciudadanos españoles alguien tan ridículo e inútil en el reparto gubernamental.
Zapatero es el gran beneficiario de tan grotesca situación. Por eso la perpetúa. El presidente del Gobierno, hace ahora justamente un año, en el fragor de la campaña electoral que culminó con su renovación al frente del Ejecutivo, nos hablaba de una legislatura en la que alcanzaríamos el "pleno empleo". Nos mentía con total conocimiento de su mendacidad. Resulta imposible que alguien, desde el privilegiado observatorio monclovita y con la información que en él converge, deje de advertir el advenimiento de una crisis mundial y, a mayor abundamiento, su especificidad nacional, fraguada a pulso en el encofrado de su política económica entre el 2004 y el 2008.
Esa y otras mentiras, en racimo, no han dañado a Zapatero o, al menos, así lo indican los muchos trabajos demoscópicos en circulación. Aquí los errores -¿sólo errores?- de Zapatero los paga Mariano Rajoy. Ése es el mérito de la propaganda socialista y, al tiempo, el punto más flaco de la política del PP.
Tan desnortados están en el partido de la gaviota que Alberto Núñez Feijoo, cabeza de lista del PP en las autonómicas gallegas, se permite el lujo de decir que el mandato de Rajoy no depende de los próximos comicios. ¿De qué dependerá? Galicia y el País Vasco ?en marzo? y el Parlamento Europeo ?en junio? son los tres obstáculos que separan al hoy presidente del PP no de la presidencia del Gobierno en el 2012, sino de encabezar la lista de Madrid cuando se convoquen.
Por eso Zapatero, el inútil que no se desgasta, mantiene en su cargo a ministras como Álvarez. Son el señuelo en el que se desahoga la opinión pública y que, maravilla de las maravillas, alivian el desgaste que le correspondería a su mentor. Por si ello fuera poco, son capaces de trasladárselo a Rajoy. Álvarez, como ministra del Gobierno del Estado, no merece mas que desdén y cese fulminante; pero, en su condición de cooperante socialista, tiene mérito suficiente para recibir, si es que existe, la gran cruz de Pablo Iglesias. Y con distintivo rojo, por supuesto.