Está demudado, su sonrisa se le ha quedado helada en el rostro como si se la hubieran tatuado con un hierro candente y, lo cierto, es que no hay para menos porque las noticias que va recibiendo, cada día, sobre la mesa de su despacho, son para que se le salten los hígados al más templado. Todo el caudal de demagogia de nuestro señor Zapatero no es suficiente para contrarrestar la tozuda, imparable y espeluznante realidad económica de nuestro país. Una realidad a la que, sin duda, él ha contribuido a agravar, primero, al pretender ocultarla durante más de un año y, en segundo lugar, actuando dentro de la más absoluta anarquía, buscando sólo salir airoso de los distintos trances a los que ha tenido que enfrentarse, en lugar de procurar tomar las medidas más sensatas, oportunas y racionales para evitar que la crisis, por otra parte inevitable, llegara a causar los estropicios que está produciendo en España donde, por desgracia para los españoles, se están batiendo records de endeudamiento, de paro, de falta de productividad y de cierres de empresas de toda la Europa de la CE. Una política de parche, de despilfarro incontrolado y arbitrario, sin el menor asomo de orden ni intento alguno de asesorarse debidamente ni de escuchar las documentadas voces que, tanto desde los organismos internacionales como de expertos economistas de nuestra nación, le advertían a ZP, insistentemente, de que la inercia de su conducta y la del señor Solbes no conducían a otro resultado que el agravamiento de la situación y, Dios quiera que no se llegue a ello, la completa ruina de España.
Otro nuevo plan, ahora el Plan E (no sé si de estúpido, de egocéntrico o de enésimo), uno más de la media docena que se ha ido inventando para intentar engañar a los crédulos que, todavía y aún que cueste creerlo, son capaces de dejarse embaucar por su verborrea de político engolado, sin escrúpulos y arribista, que basa toda su trayectoria como jefe del Gobierno en los réditos que saca a su figura, aparentemente amable y sensata, y en su facilidad para vender lo que es negro como si fuera rosa. Más de lo mismo, más gasto público, más endeudamiento y, en definitiva, menos probabilidades de darle a la economía española las ayudas que precisa para recobrar el empuje perdido, mantener, en lo posible, los puestos de trabajo y entrar en buenas condiciones, tanto técnicas, como competitivas, en el concierto del resto de naciones que forman la UE. Nada de esto nos han ofrecido ninguno de los planes que hasta la fecha nos ha propuesto ZP. Nada que haya ayudado a los empresarios a recobrar sus esperanzas, a decidirse a invertir y a enfocar sus objetivos para el tiempo de crisis que, por desgracia, no parece que se resuelva en un corto espacio de tiempo. Inversiones en modernizar los equipos y productividad, acompañado de unos salarios moderados que permitan que nuestra producción pueda competir, en igualdad de circunstancias, con países de la potencia económica de Francia o Alemania.
Si todos los miles de millones que se han gastado, inútilmente, en intentar favorecer a los bancos, estos que sacaron de nuestros impuestos con la idea de que los bancos los pondrían al servicio de las empresas y que, vean ustedes la paradoja, en lugar de hacerlo los han dedicado a sanear sus balances, sin que el Gobierno parezca que haya tomado cartas en el asunto para obligarles a cumplir con la obligación que habían contraído al recibir las donaciones. Si, en lugar de ello, toda esta barbaridad de millones se hubieran destinado a rebajar el Impuesto de Sociedades o abaratar el IVA y a conceder exenciones fiscales a aquellas empresas que invirtieran en modernizarse y en preparase para la competencia extranjera, podemos estar seguros que no se estaría produciendo el reguero de concursos de acreedores y quiebras que hoy en día constituyen el pan nuestro de cada día y la inmensa bolsa de parados, que nos ha puesto por encima del resto de países europeos. Planes E y planes Z, da lo mismo, parches incontrolados, preparados para taponar los desperfectos que los primeros planes que salieron del Gobierno para paliar la crisis, y que, indefectiblemente, no hacen más que aumentar la inmensa bola de nuestro endeudamiento hasta el punto que, desde Standard and Poor’S ya se pone en tela de juicio la solvencia de nuestro país.
El único plan efectivo, el que, con toda probabilidad daría unos buenos frutos en un corto espacio de tiempo, sería que, el señor Zapatero, dimitiese. Miren, ya no pido unas nuevas elecciones, ni que se formara un gobierno de coalición o de salvación nacional, llámenlo ustedes como les parezca; me conformaría que, de dentro del mismo partido socialista, de entre las personas que, indudablemente, debe haber que estén bien preparadas, que sepan afrontar situaciones como la actual, que no se dejaran llevar por fanatismos a ultranza o adoctrinamientos partidistas y que tuvieran la flexibilidad intelectual de la que, de momento, está dando muestras el señor Obama, de EE-UU –; quien, ante la grave situación del país, se ha dejado de utopías, se ha rodeado de expertos, incluso captados del partido de la oposición, y se ha puesto a pergeñar un plan con el que intentará poner coto a la deriva de la nación hacía el crack total –, para hacerse cargo, con solvencia, de nuestra mal parada nación..
Pero es impensable que esto suceda en España porque, señores, deberemos reconocer que estamos en manos de un personaje peligroso. Nada hay que pueda causar más daño a un país y a sus ciudadanos que, alguien que quiere gobernar guiado por planes extraordinarios, regido por ideas megalomaníacas y embebido de la soberbia del que se cree estar por encima de los demás y ser el poseedor de la piedra filosofal que lo convierta en el salvador de la patria. Estos sujetos no se paran ante nada; no admiten sus limitaciones culturales e intelectuales; no aceptan el consejo de los sabios ni admiten que se los corrija porque, en realidad, no les importa como conseguirlo, porque lo que constituye el eje y objetivo de su vida es obtener el poder absoluto, la tiranía, el totalitarismo con el que erradicar la moral, la ética, la religión y, en definitiva la propia esencia de la democracia. ¡Cuidado que, en la historia, ya hemos tenido muestras de ellos y de los resultados de sus delirios!
Miguel Massanet Bosch