Pablo Sebastián (Publicado en Estrella Digital, aquí)
Cuando el presidente del PP, Mariano Rajoy, se decida a desenfundar la espada para hacer frente a la rebelión interna del PP que lidera Esperanza Aguirre desde la Comunidad de Madrid, entre un sinfín de escándalos, agresiones y disparates, será demasiado tarde, porque un largo reguero de cadáveres políticos estarán tumbados a las puertas de la sede central del Partido Popular provocando un gigantesca crisis en la derecha española y un terremoto político del que no podrá escapar ni el propio Rajoy. Puede que incluso ahora ya sea demasiado tarde para intervenir en esta rebelión que dura más de un año, que colaboró en la derrota electoral del PP en las pasadas elecciones generales del 2008 y que está destruyendo la estrategia y las posibilidades del PP en las elecciones autonómicas (vascas y gallegas) y europeas en curso, al tiempo que invalida y desfigura la labor de oposición en plena crisis económica y de desgobierno nacional.
Ha declarado Rajoy que le produce "repugnancia" el escándalo de la trama de espías que han acosado a dirigentes del PP, y pide las sanciones penales que se deriven tras la intervención judicial, al tiempo anuncia que exigirá, a la vista del desarrollo de los acontecimientos, pertinentes responsabilidades políticas a quien corresponda tras una investigación interna que encargó a la secretaria general del partido, María Dolores de Cospedal. ¿Y mientras tanto? Pues lo primero que debería hacer Rajoy para poner algo de orden y facilitar la actuación de Cospedal es constituir una "comisión gestora" en el PP de Madrid, cuyo secretario general es el inefable Francisco Granados, hoy día en el punto de mira de todas las sospechas en compañía del todavía vicepresidente de la Comunidad Madrileña, Ignacio González, a quien no hace mucho y en un comité ejecutivo nacional del PP el propio Rajoy le recordó con directa intención que él, durante su paso por el Gobierno de España y por otros cargos públicos, siempre había actuado con honradez.
Rajoy llega tarde por su indolencia y por su maquiavélica estrategia de dar alas al enfrentamiento político y público entre Aguirre y Gallardón, como lo consintió en vísperas de las elecciones generales del 2008, excluyendo a ambos de las listas al Congreso de los Diputados, convencido de que este duelo madrileño le beneficiaba a él, y le dejaba expedito el camino hacia las elecciones generales del 2012. Pero la indolencia y la mala estrategia -anteponiendo su ambición general a los intereses del PP y de España- le ha estallado en las manos a Rajoy, y ahora asistimos a una guerra sin cuartel entre los primeros dirigentes madrileños del Partido Popular, y a un sinfín de escándalos que, inundando todos los medios de comunicación, están destrozando el prestigio y la unidad del PP -ya dañada en otras latitudes- en toda España, provocando el estupor de dirigentes y militantes de este partido, y la fuga masiva de votantes hacia la abstención o a favor de Rosa Díez, como lo revelan las encuestas.
Puede que lo de la trama de espionaje en la Comunidad de Madrid no fuera fácil de adivinar, pero las andanzas de Granados y González eran conocidas, y la rebelión y deslealtad de Aguirre era pública y notoria desde hace más de un año, y ha tenido días atrás, en la visita de la presidenta a Zapatero en la Moncloa para aplaudir la reforma de la financiación de las Autonomías y en la descarnada batalla de Caja Madrid, pruebas fehacientes ante las que Rajoy se ha limitado, como siempre, a ponerse de perfil.
Por omisión o ambición personal, Rajoy ha dado alas a esta crisis del PP, en la que no va a quedar títere con cabeza, ni siquiera él. A sabiendas todos, y Aguirre en un primer lugar, que al margen de las derrotas electorales que se anuncian en el País Vasco, Galicia y en los comicios europeos, el PP puede perder con la mayor facilidad la Comunidad de Madrid, en las elecciones autonómicas del 2011, si es que estas elecciones no se adelantan por causa de los muchos escándalos en ciernes y la ruptura de la unidad en el grupo popular de la Asamblea autonómica de Madrid, donde el desasosiego está causando estragos. Y donde la dirección nacional del PP debería actuar con rapidez para embridar, desde allí mismo, la locura de Aguirre y de sus sospechosos consejeros y pretorianos, los que lejos de recular caminan por el precipicio de la desfachatez, pero temerosos porque todo apunta a que, incluso al margen del espionaje, tienen mucho que ocultar.