(Publicado en ABC, aquí)
ALUCINO, como dicen hoy los chavales ante algo que no entienden, y yo no entiendo absolutamente nada de la trama de espionaje -alegada trama, mejor dicho, pues nada se ha probado hasta la fecha- en la Comunidad de Madrid, más propia de los folletines del siglo XIX que de la política global del XXI. Mi desconcierto llega al punto de confundirlo todo: González con Granados, Cobo con Moro, la Comunidad con el Ayuntamiento, quién espiaba a quien o si se espiaban mutuamente sin enterarse, en la más pura línea del inspector Clouseau, pero en castizo. Ante lo que sólo cabe, cuando la cabeza empieza a dar vueltas, plantarse y decir: o estamos ante un montaje, lo que sería muy grave dado lo que anda envuelto, o estamos ante una realidad, lo que sería más grave todavía, al implicar que nuestros gobernantes se dedican a ponerse la zancadilla en vez de a gobernar. ¡Y además, dentro del mismo partido! Aunque queda una tercera alternativa: que sobre algunos datos reales, pero sin mayor trascendencia, se haya montado un tinglado para acabar con el rival, ya correligionario, ya de la oposición. Lo que sería lo peor de todo, al unir ambas maldades y confirmarnos que la degradación de la política española la ha convertido en guerra sucia, en la que vale todo.
Hay dos hechos contrapuestos que abonan esta última opción. El primero, que el espectáculo protagonizado por Esperanza Aguirre y Alberto Ruiz Gallardón para asumir el control de Caja Madrid, como si les perteneciera, es deprimente y vergonzoso, hasta el extremo de descalificar a ambos para el liderato al que aspiran. ¿Cómo van a liderar España -liderar, en la era Obama, significa unir- si son incapaces de liderar todas las facciones de su partido? Lo digo con pena, pues sin apenas conocerles, siento simpatía por ambos. Pero los daños que han causado son enormes y no pueden dejar de denunciarse.
El otro hecho sospechoso al que me refería es que el embrollo ha salido precisamente cuando el Gobierno atraviesa el peor momento desde su llegada al poder, sin tener donde esconderse, tras haber dejado la realidad al descubierto sus mentiras, imprevisión y falta de planes sólidos para afrontar una crisis que empezó negando. Mientras su entorno mediático ha demostrado una extraordinaria habilidad en momentos como éste para desviar la atención pública hacia asuntos espectaculares en la forma, pero livianos en el fondo. Basta recordar las detenciones de etarras que invariablemente se producen tras cualquier atentado de ETA, lo que amortigua el impacto de estos, aunque todo mediano conocedor de la lucha antiterrorista sabe que se trata de individuos seguidos y localizados desde hacía tiempo.
En cualquier caso, convertir en primer tema de la actualidad política el supuesto espionaje entre políticos provinciales, en medio de la mayor crisis económica de los últimos tiempos, indica el grado de provincianismo y miopía en que hemos caído. ¡Qué tropa!, volvería a decir Romanones. ¡Y que país!