(Publicado en ABC, aquí)
QUEDARSE ensimismados ante el espejo del propio infortunio sería una de las peores consecuencias de la recesión. Si la crisis aparta aún más a los españoles de lo que pasa en el mundo y sobre todo en Europa, las mejores lecciones tardarán en ser aprendidas. Esa tentación ya es un clásico en el comportamiento histórico de la nación: fases de repliegue, qué inventen ellos, fronteras erizadas, autocompasión, aislamiento. En definitiva, nueva dilación a la hora de competir. Ahora, apartarse es aún peor que en un mundo que se regía por el equilibrio inestable de Estados-nación, porque somos parte de una Unión Europea en la que delegamos decisiones de las que somos copartícipes.
Lo mismo sucede en un sistema defensivo como la OTAN: soldados españoles están todos los días patrullando en el árido Afganistán. Incrementar el desentendimiento público respecto a estas realidades es la tentación más a mano en un período de desventura recesionaria, con la amargura del paro y la ostensiva pérdida de capacidad adquisitiva. Por el contrario, es en momentos así cuando se requieren mayores esfuerzos para entender lo que pasa. De no esforzarse, eso que pasa puede hacerse más grave y duradero.
Ahí estamos, en el mundo. Uno no puede aislarse sin salir perdiendo. El Estado mantiene una red considerablemente extensa de embajadas y consulados, oficinas comerciales y de turismo. La tarea de las cámaras mixtas es muy provechosa y los empresarios españoles están en casi todo confín del planeta para vender sus productos. Aunque insuficiente y sin las debidas dotaciones de I+D, el salto tecnológico de la sociedad española representa un esfuerzo en contraposición frontal con el viejo casticismo, que curiosamente mantiene un poso más visible entre intelectuales que entre los empresarios. Es significativo que España esté en el «ranking» de la educación superior mundial gracias a sus escuelas de negocios y estudios empresariales -de cuño reciente- y no por sus universidades de abolengo, lastradas por un corporativismo que obtura la creatividad y estanca mudanzas. En la Unión Europea, Sarkozy y Angela Merkel -hiperactividad frente a preferencia por lo estable- quizá representen paradigmas muy distintos a la hora de afrontar la crisis, pero el euro está dando resultados creíbles, dadas las tensiones y asimetrías en la eurozona. Sorprendentemente, incluso «The Wall Street Journal» ha salido en defensa del euro, argumentando que quienes tuviesen la tentación de desvincularse para -por ejemplo- devaluar irían sin duda a peor, a más inflación y por tanto a menguar las ventajas para exportar. El euro -dice «The Wall Street Journal», generalmente poco euroentusiasta- es el ancla de la estabilidad. En las elecciones europeas de junio no faltará demagogia para atribuir al euro todos los males de la economía, ahora que no están ni los neoconservadores -algunos reconvertidos a la secta de Obama-conversos- ni Bush jr., de nuevo en Texas.
Esa demagogia resulta inexorable si observamos las erupciones de descontento social en algunas zonas de Europa. Ya ha habido no poca violencia en las calles de Islandia -que no es miembro de la UE-, donde ayer el gobierno cayó en colapso en medio de un desbarajuste económico supersónico. También ha aparecido el descontento en las calles de Grecia, Lituania y Bulgaria. Todos los gobiernos europeos están en el dilema de endeudarse para rescatar elementos institucionales o privados erosionados por la crisis, y para emprender programas sociales que suturen en alguna medida el tajo profundo del desempleo. El FMI no niega que la gravedad de la situación económica pueda generar más intranquilidad pública. Comienzan las imágenes de los antidisturbios sofocando las pasiones de la protesta callejera. En estos casos, gobernar requiere bajo todos los conceptos no asumir las preconcepciones del pánico. Pero la cautela aconsejará -como ya ha hecho Sarkozy- evitar reformas educativas que puedan llevar los estudiantes a manifestarse. Viejo dilema del orden. Es tanta la volubilidad de Rodríguez Zapatero que nadie puede prever si se apuntará a la demagogia o a la cautela. Quizá su límite -más práctico que moral- es no encabezar una manifestación en contra de su propio gobierno, pero no sería por falta de ganas. Al olfatear un mayor apartamiento de España, a lo mejor también se detectan algunos votos.