Guzmán Fernández (Publicado en UPyD, aquí)
Eones hace que el abajo firmante perdió toda capacidad de asombro respecto de este hediondo pudridero que, salvo excepcionalísimas efemérides, siempre ha constituido la política hispana. Cualquier hazaña parece posible, y a las últimas tres décadas de hemeroteca (por poner una fecha) me remito, en un pseudo-sistema, vale decir cloaca, que no sólo permite sino que de modo expreso promueve la sempiterna rapiña de una endogámica casta de horteras con ínfulas y absoluta conciencia de clase, al punto de poder asegurar sin el menor ambage que se saben (porque lo son y en consecuencia actúan) completamente irresponsables. No importa qué estupidez puede defenderse y de hecho se defiende con una estúpida mueca marmóreamente cincelada en esa jeta de estúpido encantado de conocerse que tanto prolifera por el solar patrio. Hoy una (estupidez) y mañana su contraria, o varias y contradictorias al mismo tiempo. Porque para el preboste patrio la impunidad es bandera. Porque mamarrachear o mentir a dos carrillos, cuando no llevárselo calentito, simplemente sale gratis, política y jurídicamente hablando. De la sentada ante la bandera yankie a la refulgencia de esa “democracia que nos ilumina”, de la nación española como “concepto discutido y discutible” al “Gobierno de España” hasta en la puta sopa, de la “crisis del liberalismo” a la culpa del sistema financiero pasando por el pecado original de E.E.U.U. y sus hipotecas subprime, de la “nación de ciudadanos libres e iguales” a la realidá nasioná blasinfántica pasando por el recurso de inconstitucionalidad frente al estatuto de autonomía de Cataluña, de la lógica mofa para con las vogue-ministras al posado en plan gata sobre el tejado de zinc y tiro porque me toca. Todo vale. Todo justifica una triste escupidera de votos.
Una de las últimas chirigotas marca de la casa (a buen seguro cuando se publique este artículo habrá ya otros 300 contenedores de obra llenos de ellas) se produjo el pasado 11 de enero en el primer acto de precampaña del peronismo en Galicia. De la mano de Tourignone, el aficionado al mundo del motor con cargo al erario público (ese mismo que, para la que dijo haber sido cocinera antes de “fraila”, “no es de nadie”), y entre las habituales risotadas de complacencia, nuestro Tartufo coyunturalmente filonacionalista tuvo a bien pronunciar un mitin en Orense cuajado de la ya célebre sinvergonzonería. Aparte de la inveterada pantomima del rebaño de jóvenes y jóvenas sentados detrás del orador agitando banderolas con la tradicional cara de éxtasis, he aquí las más preciadas perlas socialdemócratas:
“Les guste a algunos o no, mi visión de España es que allí donde hay una lengua propia tendréis siempre a un presidente del Gobierno de España apoyando esa lengua y esa identidad”.
Lo que, tras la traducción a caló o romaní, bien pudiera lucir de la siguiente guisa: “Se rompa o no la unidad fiscal, de mercado o la madre que las trajo a ambas, se elimine o merme a 3 ó a 30 sucesivas generaciones de chavalucos gallegos (o catalanes o vascos) la posibilidad de incorporarse en igualdad de condiciones a un mercado potencial de cientos de millones de castellanoparlantes, se perturbe o lastre del modo que sea menester la ya de natural menguada competitividad de las empresas españolas, se dificulte o acaso impida la normal relación del administrado con sus administraciones o, en definitiva, asome el astro rey por Quiruelas de Vidriales (Zamora)… Mientras el sistema electoral ibérico siga poniendo en manos de minúsculos pesebres clientelares la llave de la gobernabilidad de nuestro infraestado y, por añadidura, del dispensario de cargos, prebendas y demás metadonas, me bajaré con mi mejor sonrisa cuantos bragueros haya de bajarme, lameré hemorroides ataviado con mi traje de primera comunión, atesoraré gozoso estampitas de Sabino Arana en la mariconera o, si se tercia, partiré nueces con el bullacas mientras me tiño las crines de fucsia a la par que succiono, en imposible escorzo, caseros flanes de huevo. Es más, llamaré a todas estas insólitas proezas “pactos de progreso”, normalizacionismo de la peripluralidad española (versus pensamiento único en autonomías monocolor), excelsa nación de supranaciones mozárabes o, un poner, Shangri-La cañí.”
Pero agárrense que vienen curvas, porque este refundador del capitalismo, este Van Helsing de lovecraftianos neocon (siempre acechantes tras el umbral) en eterna cruzada obrera, nos advierte de que están volviendo a surgir determinados “tics antiautonomías”, y de que, consecuentemente, empuñará una vez más estaca y ristra de ajos para exorcizar a “algunos” que “no quieren un estado descentralizado, más democrático, donde el poder no se concentra en una sola mano”. Porque esos mismos “algunos siguen queriendo un poder concentrado en una sola mano y, a ser posible (claro está), la suya”. Entiéndase, por supuesto no la de este Gramsci ibérico sino la de quienes lo quieren, porque huelga significar que él no lo quiere. Si se lo dan, bien, pero quererlo, lo que se dice quererlo, él no lo quiere.
Acabáramos… Ésta es ahora para nuestro altruista Presidente la quintaesencia de la democracia, el gero vital del progreso, como antes lo fuese “la cintura”. La descentralización es democrática y, consiguientemente, el centralismo nopi, nopi. Telediarios restan, pues, para identificar la carcundia criptofascista y montaraz con la eventual propuesta de recuperar para la administración central, o al menos revisar, la más remota competencia hoy transferida a las autonomías. Sepan así, tristes burriatos, que Francia, democracia centralista por antonomasia, cuenta con un sistema político sensiblemente más cercano que el nuestro a una junta militar del estilo de la birmana, hoy República de Myanmar. Y que no es ya la división de poderes que el Barón de Montesquieu nos mostrase en “El espíritu de las leyes” la que debemos preconizar. Nada de extraños contrapoderes para vigilar al ejecutivo al estilo del judicial, el legislativo, elecciones primarias o desbloqueo y apertura de listas electorales, limitación de mandatos o una simple opinión pública merecedora de tan rimbombante denominación. Qué va, qué va… Si Tocqueville o Jefferson levantasen la cabeza se verían enteramente superados por la rompedora democracia hispana de los dieciocho ejecutivos sin contrapeso. Que la luz que nos guía impide a un presidente, por muy socialdemócrata que sea, como para Z es éste que acaba de ganar (jojojo…), repetir más de una vez su candidatura a la Casa Blanca… Peor para él. Aquí tenemos a unos cuantos que llevan ya camino de tres décadas repitiendo langostinos y, oye, de una lozanía y un lustre… Como pepes.
“No hay menos Estado”, sostiene el guasón de Don José Luis ante su postrada grey, “es que nos organizamos de otra manera”. Vaya, que no es que la cosa ésta del organizamen pinte bien, mal, regular o todo lo contrario. Únicamente es que está… De otra manera. Como aquel famoso dicho que traspasó nuestras fronteras cuando sólo eran dos: “Spain is different”, también en esto. Y es que frente a una depresión económica del calibre de la que nos atenaza (hasta hace unos meses “Champions League”) parece evidente que no existe más sensato punto de partida que dividir la capacidad de respuesta entre diecisiete. Y multiplicar gastos, por supuesto, que sabido es que cuando en una casa todos los componentes de la unidad familiar se van al paro lo suyo es encenderse unos buenos Montecristo con billetes de 50 euros.
Tal fue el calado de las alabanzas al sistema autonómico, tan hondo el sentimiento ante la cuita identitaria, que el candidato peronista a la Xunta de Galicia, atisbando acaso en lontananza el quinto Audi oficial o, por qué no, el octavo, no pudo por más: “Zapatero es quien más entiende el Estado de las Autonomías y, aunque no siempre hizo lo que Galicia ha pedido (esa mítica tierra es así, mediante milenarias sacudidas telúricas demuestra que está viva, piensa… Y, por supuesto, pide), siempre ha escuchado y respetado”.
Y bien que siento dejar aquí la exégesis pero también a mi me embarga la emoción y marcho raudo a convencer a mis compañeros de UPyD de la necesidad de subvencionar a un compositor de muñeiras vecino mío.