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¿Qué es esto de reyes demócratas? (por Miguel Massanet Bosch)

Publicada el febrero 10, 2009 por admin6567
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Siempre he dicho que un filete como está bueno es a la plancha y poco hecho. No, no se crean que me ha dado un pronto y he decidido cambiar mis comentarios sobre política para pasarme al terreno del señor Ferrán Adriá, porque no hay nada que esté más alejado de mi intención. Lo que sucede es que, uno, a la vista de la experiencia que estamos pasando en España y de lo que se está viendo en las ya escasas naciones en las que todavía se conserva la monarquía – digo “conserva” porque no hay otra forma de calificar a una institución que se la mantiene entre algodones y alcanfor para que no acabe de destruirse por si misma –, piensa que ¿cómo es posible que se puedan coordinar dos instituciones o formas de gobierno, digámoslo como nos parezca, tan distintas la una de la otra?. Si la monarquía, por definición, es “una forma de gobierno en el que el poder supremo corresponde, con carácter vitalicio, a un príncipe designado, generalmente, según orden hereditario…” según reza nuestro Diccionario de la Lengua; no vemos como pueda coexistir con una forma tan antagónica, tan opuesta y contraria como es la propia democrática,  que no es más que el sistema que propugna el gobierno del pueblo por el pueblo.

Aquí no se trata de encontrar matices diferenciales entre una y otra, aquí lo cierto es que nos encontramos ante un abismo entre una y otra que las diferencia y, así mismo, un abismo entre dos concepciones de entender el gobierno de una nación, en la que una esta basada en un privilegio regio que supone un gobierno autárquico y la segunda se basa, a su vez, en la delegación del mandato de los ciudadanos que, mediante sistemas de representación variados, son los que escogen a quienes les van a gobernar, libremente y con carácter periódico para, precisamente, que quienes gobiernan no puedan tener tentaciones de encastillarse en su cargo; como estamos viendo estos días que está ocurriendo en países como Venezuela o Bolivia, en las que, tanto Hugo Chávez como Evo Morales, intentan perpetuarse en su cargo mediante el sistema tiránico de hacerse con el poder por medio de la amenaza o la fuerza. Por otra parte, es evidente que el sistema monárquico es un anacronismo que ha dejado de tener vigencia en un mundo moderno, en el que no se puede fiar el gobierno de las naciones al azar de lo que pueda resultar ser una persona regia que hereda, por el simple hecho de venir de una estirpe real, los privilegios de su padre, pero que es muy posible que carezca de las dotes precisas para ser un buen gobernante.

Dicho esto y como sea que, de unos años a esta parte, hemos tenido ocasión de comprobar como el sistema monárquico, en general, se está desmoronando, no sólo porque los tiempos ya no permiten aceptar una institución tan demodé, sino que ha sido la misma institución monárquica la que, al querer democratizarse, al pretender jugar a dos barajas y al aspirar a que se le respeten sus privilegios mientras pretenden gozar de la libertad de los plebeyos, lo que ha sucedido es que han descendido al nivel del pueblo llano y esto ha sido lo mismo que firmar su acta de defunción en cuanto a la aureola de la iconografía real situada por encima del vulgo populacho. Los príncipes reales no han querido asumir las limitaciones que les imponía su rango, han estado más preocupados por mantener sus libertades individuales que por ceñirse al protocolo de la corte y, los matrimonios morganáticos, se han convertido en práctica habitual entre ellos. Como diría el dicho “han querido comer a dos carrillos” y ¡claro!, han dejado de estar en el Olimpo de los dioses para volver a ser mortales mondos y lirondos, expuestos a la mirada del resto de ciudadanos que han podido apreciar que no son superhombres y que tiene las mismas taras y defectos de cualquier humano corriente.

Así las cosas, cuando nos damos cuenta de que el Jefe del Estado parece que permanece sordo y ciego a los problemas que soportamos los españoles; que ha permitido que, los principios constitucionales, hayan sido pisoteados por un gobierno, a todas luces incapaz de gobernar con un mínimo de decencia a la nación española; que consiente que España se esté troceando y que los españoles de una autonomía tengan distintos derechos y deberes que los de las restantes; que el ejército se haya convertido en una caricatura de sí mismo, hasta el punto de que sus gestas guerreras son calificadas de “misiones de paz” y que, por si algo faltara, parece que se encuentra a gusto entre aquellos que desprecian la religión católica, promueven la moral relativista y se sienten más próximos a los separatistas que a aquellos que defienden la unidad de España; pues, qué quieren que les diga, y es una opinión particular y, probablemente, poco compartida por mis conciudadanos; pero debo concluir que no comparto esta teoría que mantienen algunos de que el Rey es el garante de la unidad de España porque, si de verdad lo fuera, no hubiera permitido que nos encontremos en la situación en la que estamos y tampoco hubiera permitido que su hijo se codeara con los de la farándula, la mayoría de ellos con resabios comunistoides y hubiera tenido la valentía y el coraje de no permitir que la ley haya dejado de ser respetada para convertirse en algo “relativo”, según quien sea quien la aplica y cuales son las conveniencias del Gobierno al respecto. No señores, para mi la institución ha dejado de ser útil y se ha convertido en algo que nada más engendra gastos al contribuyente y que comporta una carga par la nación.

Los reyes demócratas es algo contra natura, algo contradictorio y, como tal, carente de sentido en el mundo de la política. O se es rey, y se gobierna en un régimen monárquico con todas sus cargas y privilegios o la nación se gobierna por el sistema democrático con todas sus imperfecciones y grandezas; pero, señores, tener estatuas vivientes para adorno de los palacios, que sólo sirvan para que los bullangueros habituales se complazcan en los cotilleos sobre los atuendos de las infantas o las amistades del príncipe, me parece un lujo innecesario, inútil y un despilfarro para las arcas del Estado.

Miguel Massanet Bosch

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Juan Andrés Buedo: Soy pensionista de jubilación. Durante mi vida laboral fui funcionario, profesor, investigador social y publicista.
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