Esperemos que el señor Obama sea tan buen gestor como ha sido brillante orador y magnífico vendedor de su persona para el difícil cargo de presidente de los EE.UU de América. Lo que es cierto es que se ha embarcado en una odisea que comporta tantos riesgos como esperanzas parece que ha levantado entre una gran parte de la ciudadanía que le ayudó, con sus votos, a asumir la gestión pública de la nación más poderosa del mundo. La cifra de 780.000 millones de dólares presupuestada es una cifra escalofriante que me veo incapaz de transformar en lo que antes eran pesetas, pero tengo la impresión de que puede que sean varios billones de ellas. En todo caso, no sé que quieren que les diga pero, a mí, un simple y poco documentado ciudadano de a pie, me está dando la impresión de que esta crisis – provocada por unas cuantas entidades financieras y otros tantos especuladores de las altas finanzas de allende los mares y, por la famosa burbuja inmobiliaria y otros cuantos especuladores amateurs, en nuestros lares – les está sirviendo de excusa a algunos estadistas, de tendencias izquierdistas; para poner en práctica planes que van más allá de ser un intento de paliar los efectos de la recesión y que, aprovechando el miedo generalizado que se ha extendido a todos los pueblos de la Tierra, están ensayando, ya veremos con qué resultados, el intervencionismo de los estados en las finanzas de los países; no sabemos si como un experimento socializante de la economía o si como un intento, tantas veces repetido y que, por desgracia, ya estamos experimentando en España; de relegar al señor Montesquieu al baúl de los recuerdos, para restaurar el viejo modelo comunista de la estatización de la economía financiera y productiva.
No deja de ser chocante el paralelismo entre las intimidaciones de nuestro ministro de Industria, señor Sebastián, que amenazó a los bancos que no se plegasen a los deseos del Gobierno, con perder la paciencia y tomar medidas incautatorias y, las declaraciones del señor Obama, en las que deja claro que está dispuesto a aplicar un proyecto demócrata, por el que se facultaría a los jueces a alterar las condiciones hipotecarias aunque ello entrañara obviar el consentimiento de las propias entidades financieras, facultándolos, incluso. a que pudieran perdonar parte de los préstamos. Es posible que en EE.UU la sociedad esté dispuesta a una invasión semejante de sus derechos de propiedad, y es posible que, con ello, se dejen sin efecto contratos entre partes, libremente convenidos y apoyados en la seguridad jurídica proporcionada por un Estado de Derecho. Lo que no acabo de comprender es cómo se ha pensado invertir 50.000 millones de dólares para ayudar a los hipotecadores en problemas si, por otra parte, se pide a los bancos que no ejecuten sus créditos hipotecarios. Uno podría pensar que estos millones de dólares se aplicarían, precisamente, a ayudar al pago de las hipotecas por parte de aquellos que no pudieran atender los correspondientes plazos.
Por otra parte, no se entiende que el señor Obama, si de verdad conoce la precaria situación de algunos bancos, debida en gran parte a la morosidad de sus clientes hipotecarios, pueda negarse a apoyar que, estas entidades en peligro, puedan intentar cobrar sus deudas; impidiéndoles la facultad de acudir al único medio que tienen para hacerlo, o sea, a través de los embargos de los inmuebles que garantizan el derecho real de hipoteca. Nunca debemos perder de vista que, tanto en los EE.UU como en España, este formidable derroche de los millones de las arcas públicas, no precisamente dedicado a provocar una mayor liquidez de las empresas o de los propios ciudadanos, sino con el único objetivo de sacar del marasmo de deudas en las que algunas entidades – hay que decir que las de mayor peso en la economía estadounidense, como pudieran ser las del sector del automóvil – están comprometidas, significa que la salvación de estos monstruos económicos se hace a costa de gravar sobre el resto de la ciudadanía que, con sus impuestos, es la que, en última instancia, viene a soportar sobre sus espaldas todos estos derroches del Gobierno, teniendo en cuenta que, a la postre, a quienes de verdad favorece es a los accionistas de las compañías afectadas que, de otro modo, es posible que vieran como el precio de sus acciones se volatilizara convirtiéndose todas ellas en papel mojado.
Y uno, en su inexperiencia, se preguntaría si no hubiera sido más acertado el que, en lugar de esta incalculable cifra de millones de euros o dólares, que se han venido arbitrando por los gobiernos de la UE y de los propios EE.UU, para evitar que algunas entidades de base especialmente especulativa, quebraran; siguiendo las reglas del mercado, y se hubiera permitido que se hundieran y desparecieran; se hubieran destinado a indemnizar a aquellos inversores, pequeños ahorradores, que engañados y confundidos por una propaganda, a todas luces, engañosa y, evidentemente, sin la necesaria supervisión de los organismo económicos de control del Estado ( cómplices evidentes de este gran engaño financiero); que han sido los que, en definitiva, han resultado ser los grandes perjudicados por la crisis, con la pérdida masiva de sus inversiones y los que, en definitiva, han sido los que han soportado, en sus precarias economías, las pérdidas de aquellos patrimonios en los que, posiblemente, habían confiado como un seguro para su vejez.
Es difícil de comprender como gobiernos de tendencias socializantes, que presumen de apoyar a los pobres y preocuparse de los más necesitados, han emprendido una cruzada por la que se han preocupado especialmente en tapar los agujeros de las grandes entidades financieras, intentando evitar el desplome de las grande empresas pero, sin embargo, no parece que se hayan preocupado de ayudar a las pequeñas empresas, a los autónomos ni a los pequeños comerciantes que, en definitiva, han sido y serán el soporte masivo de cualquier economía y, al mismo tiempo, los que vienen generando los puestos de trabajo menos volátiles. No se puede entender que, en España, nos estemos endeudando hasta el punto de que nuestra Deuda Pública ya no se venda en ningún país extranjero como se hacía antes y, sin embargo, a estas alturas de la recesión, resulte que el número de parados cada día es más espectacular y que las industrias van cayendo una tras otra, a pesar de que desde los estamentos públicos estén empeñados en envolver la píldora con azúcar cande. ¡Luego vendrán a predicarnos, como hace Zapatero, que a él lo que le preocupa son las prestaciones sociales! Pues, amigo, empiece usted por crear puestos de trabajo por allí por donde se debe empezar: ayudando a las empresas pequeñas y a los autónomos; fomentando su reflotamiento con medidas fiscales favorables y eximiéndoles, si fuera preciso, por medio de una moratoria, del pago de aquellos de manera que, descargados de cargas, pudieran dedicar todos sus esfuerzos al desarrollo y potenciación de sus actividades y al mantenimiento de los puestos de trabajo. Es algo mucho más inteligente que derrochar miles de millones pagando a gente desocupada. O a mí, así me lo parece.
Miguel Massanet Bosch