(Publicado en ABC, aquí)
NINGÚN espíritu biempensante se llama a escándalo cuando los grandes plutócratas pagan en Bolsa cifras siderales por paquetes de acciones que generan enormes plusvalías sin otro impulso que el especulativo, siendo así que este gigantesco baile de economía virtual ha provocado un desequilibrio financiero que constituye el origen de la actual recesión. Sin embargo, los fichajes de Cristiano Ronaldo y Kaká han desencadenado un terremoto de críticas por la desmesurada apariencia de su cuantía monetaria, sin que prácticamente nadie reflexione sobre su lógica productiva. A simple vista 93 millones de euros se antojan una cantidad desorbitada, inmoral, por los servicios de un futbolista, pero antes de proclamar la descocada obscenidad de una operación semejante quizá conviniera saber si se trata de una inversión recuperable, en cuyo caso dejaría de resultar una burbuja caprichosa para convertirse, simplemente, en un buen negocio.
De Florentino Pérez se pueden proclamar muchos defectos, entre ellos la soberbia con que acostumbra a conducirse, pero desde luego no parece un hombre con propensión a malgastar el dinero ni con mala puntería para los tratos de la alta empresa. Si ha decidido descerrajar la caja de caudales del Real Madrid y dinamitar el «statu quo» del fútbol es porque espera obtener beneficios de su audacia, o como mínimo empatar el desembolso con los ingresos por marketing y derivados. De momento ha logrado revolucionar la opinión pública, que es un modo de tomar ventaja en el mercado; con sólo dos -aunque carísimos- golpes mediáticos ha dado la vuelta a la mortecina imagen perdedora que se había generado en torno al club y ha relanzado hacia la estratosfera ese intangible contemporáneo que es el perfil de liderazgo de una marca. Para saber si se ha equivocado habrá que esperar a que los jugadores se marchen y analizar la amortización de sus contratos; sólo entonces dirá la contabilidad si han salido más caros que, por ejemplo, Huntelaar o Drenthe. A día de hoy estamos ante un golpe de riesgo inherente a toda operación comercial. El aire indiscutiblemente jactancioso de la maniobra pertenece a la intención propagandística del mensaje.
El mundo del fútbol, como el del cine, se ha transformado en una descomunal maquinaria de la moderna industria del ocio. Deglute cantidades fabulosas, pero también a menudo las multiplica. Forma parte del mercado del espectáculo, que tiene una cotización universal, a priori más clara y previsible que la de ciertas compraventas de valores bursátiles inflados artificialmente mediante técnicas de ingeniería financiera. Florentino conoce bien ese mundo por su faceta de tiburón de empresa; viniendo de donde viene es probable que el alboroto del fichaje futbolero le haga sonreír pensando en todo lo que al respecto ha visto… y lo que le queda.