Creo que los españoles, después de la que nos está cayendo encima, estaríamos en condiciones de llegar a la conclusión, acaso algo exagerada pero cada vez más extendida, de que, en este país, se ha perdido el sentido de la decencia, de la honradez y de la verdad. En efecto, podríamos considerar que, como en la India, estamos divididos en castas, que no todos somos iguales como reza nuestra Carta Magna y que, así como en el código de Manu quedaron establecidas las cuatro grandes divisiones en las que resultaría dividida la población del país: los brahamanes, los kshatriyas, los vaisyas y los sudras ( éstos para servir a las otras castas superiores); a los que se debieran añadir, pero muy por debajo de aquellos y fuera ya del ámbito de las castas establecidas, a los sin derechos o intocables que, junto a los parias, constituían los desheredados de la fortuna. Pues bien, en España ha surgido una casta nueva que, ostentando la categoría más alta, la que podríamos identificar con los sacerdotes o brahamanes, sin embargo, ha aprendido las mañas, los ardides, la picaresca de las clases bajas, de los ladrones, trileros, los imitadores de los parias de la India, aquellos que, por no ser considerados como ciudadanos, no obstante, deberían ingeniárselas para sobrevivir mediante los medios que, con su proverbial habilidad y falta de escrúpulos, propios de quienes nada tiene que perder y si algo que ganar para ir trampeando por la vida. Es natural que, esta clase antitética en las formas pero muy eficiente en los resultados, estos oportunistas de nueva generación, estos que han convertido el arte de la política en el arte para enriquecerse a costa de ella, olvidándose del compromiso que adquirieron con los que les otorgaron su confianza para que los representasen; acaben por extenderse como nueva pandemia, por todos los entresijos del tupido entramado de las administraciones del Estado.
Como ustedes ya habrán podido colegir, me estoy refiriendo a los de la “clase política” a los que, salvando honrosas excepciones, se les podría aplicar, porque les viene que ni pintada, aquella famosa canción de Julio Iglesias cuando declara, muy ladinamente: “…soy un truhán, soy un señor”. Porque no creo que, en España, se pueda encontrar, al menos muchos no lo recordamos, una época en la que el ciudadano dirija a donde dirija la mirada, escarbe donde escarbe la costra del tejido institucional o busque donde busque la honradez de gestión; ante un panorama más desolador que aquel que podemos descubrir en las entretelas de quienes nos gobiernan o de aquellos otros que aspiran a hacerlo. No pasa día sin que se revele una nueva corruptela; aparezcan nuevos implicados en tramas de malversación de caudales públicos, prevaricaciones o de quienes prevaliéndose de su cargo ejercen el nepotismo, clientelismo o favoritismo para enriquecer a familiares o amigos. Pero lo, verdaderamente, preocupante de esta práctica generalizada es que, los unos por los otros, ninguno de ellos está interesado en erradicarla y, por ello, no dudan en hacer de mangas capirotes para intentar encubrir, disimular, negar y si es preciso utilizar el viejo truco de devolverle la pelota al acusador intentando retornar las paladas de fango con las que se le intenta embadurnar, ampliadas y reforzadas, a quien se las tiró.
Así que nada puede extrañarnos de este cruce de denuncias entre el PSOE y el PP, convenientemente sazonadas, divulgadas y emponzoñadas por los medios de comunicación, que han encontrado la solución a sus problemas económicos aireando hasta la saciedad hasta los últimos detalles, pertenecientes a sumarios judiciales que han sido filtrados, no obstante, con una rara periodicidad; de modo que los procesos iniciados contra varios imputados se han convertido, por mor de esta extraña ósmosis judicial, en la comidilla de los lectores que los leen con la misma pasión que seguirían uno de estos horribles culebrones de la TV. Ni que decir tiene que no parece ser que, estas anormalidades del procedimiento, preocupen demasiado a aquellos organismos de la judicatura cuya misión es, precisamente, velar por la deontología en el sistema judicial pero que, no obstante, en ocasiones, nos da la sensación de que miran más con ojos de madre condescendiente, en lugar de hacerlo con los ojos del reglamento de la Ley Orgánica del Poder Judicial.
Uno se ha llegado a preguntar, ante semejante panorama, ¿con qué autoridad moral, con qué ética o con qué derecho se pueden dirigir a los ciudadanos para pedirles colaboración, sacrificios o aumentos de impuestos, cuando los encargados de administrar nuestros dineros, los que debieran dar ejemplo de honradez y aquellos que tienen la obligación de ser los más estrictos cumplidores de las leyes, son los primeros en infringirlas? ¡Esto, señores, no es más que una gran mofa a los ciudadanos! Esta España de hoy en día, aparte de estar arrasada por la crisis, de tener más de cuatro millones de parados y de estar cerrando centenares de empresas a diario; resulta que los que, con tanta demagogia nos han engañado, nos engañan y, al parecer van a persistir en ello; por si fuera poco resulta que permiten, cuando no participan en ello, que entre sus directivas, entre sus cargos públicos y entre sus más destacados miembros o funcionarios se produzcan casos, tan sonados, de pasarse las leyes por los forros de los pantalones para, cuando el resto de la población está presionada por una recesión que crea desempleo, ruina, desconfianza y preocupaciones entre los ciudadanos de a pie; se produzcan casos de gentes que se han enriquecido valiéndose de sus cargos y, a la vez, que quienes debieran actuar a rajatabla para cortar con semejantes abusos; se dedican a encubrir a los culpables, a defenderlos y a mantenerlos en sus puestos, para escarnio y ludibrio de los españoles honrados que ven derrumbarse, ante ellos, el tan renombrado edificio del Estado de Derecho.
El que el señor Rajoy o la prescindible señora Leire Pajín rivalicen en defender a los suyos e incriminar a los del partido contrario; a quienes les escuchamos nos causa la misma impresión que estar ante dos loros repitiendo siempre los mismos tópicos, los latiguillos consabidos y las naderías habituales sin que, ninguna de las partes, haga autocrítica y saque de casos que, en ocasiones, puedan resultar muy difíciles de detectar, las conclusiones ejemplarizantes que les induzcan a entonar un mea culpa y, en lugar de dedicarse a acusar al adversario por sus casos de corrupción, diera ejemplo mostrándose especialmente inflexible y dura con los propios; actitud que, sin duda alguna, sería mejor valorada y entendida por los españoles que este empeño vengativo y poco edificante de resaltar las culpas del oponente para encubrir las propias. El hecho es, señores, que salvo el improbable caso de que se convocaran elecciones generales, que sería lo oportuno ante la insostenible situación en la que nos han metidos ambos partidos, el PSOE y el PP, mucho nos tememos que, este denigrante espectáculo, se convierta en algo habitual que nos va a acompañar hasta las legislativas del año 2012. Claro que estas simples reflexiones no son más que manchar el papel y perder el tiempo ¡Pero me quedo tan a gusto al exponerlas, que espero que me sepan perdonar!
Miguel Massanet Bosch