Rosa Díez, Portavoz de UPyD, (Publicado en UPyD, aquí)
Ayer se conocieron los datos del paro registrado en junio de 2009. Tal y como ya había anunciado un día antes el Ministro Gorbacho, las cifras apuntaban absolutas del mes resultaban positivas. Si uno se queda en el titular, si no analiza nada más que los grandes números, si no piensa en el drama de los casi cuatro millones de parados (o más, según quien y como se hagan las tablas), en la tragedia y la desesperación de los más de millón y medio de ciudadanos que ya no cobran ningún tipo de prestación, extraerá de esta noticia de que "el paro baja en junio" una a conclusión incorrecta.
Otros analistas apuntan que ni siquiera es cierto que se haya producido una leve mejoría en las cifras de paro. El informe publicado por el Ministerio de Trabajo señala que el paro en el mes de junio ha subido en 107 parados, hasta los 3.690.361. Se trata del dato desestacionalizado, en el que se eliminan los efectos del calendario y, por lo tanto, sirve de medición homogénea.
Este dato es el que se utiliza para observar la tendencia real de las cifras del paro. El Gobierno ha dejado fuera de las cifras –una vez más– a los Demandantes de Empleo No Ocupados, que incluyen a los Trabajadores Eventuales Agrícolas Subsidiados (TEASS), un colectivo que en junio ha alcanzado la cifra de 297.294 personas. En este epígrafe se incluyen también los desempleados que acuden a cursillos. Tampoco contabiliza Trabajo a a los demandantes de empleo no ocupados que buscan condiciones especiales de trabajo, y que en el mes pasado ascendieron hasta los 194.711 parados. Con lo cual, si sumamos los parados reales y según los propios datos del Ministerio de Trabajo, el mes de junio se salda con más de cuatro millones de parados. ¿Donde está la mejoría?
En fin, que seguimos teniendo un enorme problema económico, financiero y social. Y también político. Porque quien no se atreve a decir la verdad, difícilmente se atreverá a poner en marcha medidas para frenar el gravísimo deterioro que sufre nuestro país. Sentarse a la puerta de la casa y esperar a que pase la tormenta es la estrategia de nuestros gobernantes; y, eso sí, sonreír mucho por si alguien les mira, para que todo parezca controlado.