Carlos Martínez Gorriarán, responsable de Comunicación y Programa de UPyD, (Publicado en UPyD, aquí)
Rindámonos a la evidencia: Zapatero sí que ha conseguido hacer una aportación imprevista, e imprevisible, a la filosofía política. Se trata del culto a la cualquieridad. O sea, la consideración de que cuando cualquiera, como él mismo, llega a Presidente de Gobierno –según la famosa confesión nocturna a su cónyuge en el inicio de su mandato-, lo normal es que su hazaña sea objeto de culto e imitación. Es un ejemplo a seguir. Si cualquiera puede llegar a ser Presidente del Gobierno, entonces cualquiera puede sustituir a los ingenieros en la solución a los problemas de circulación del AVE por Barcelona, como cualquiera puede ahora decidir si cierra o no una central nuclear, la de Garoña, en lugar de la gente que sabe del tema. Lo que importa no es lo que piensen los ingenieros, urbanistas, físicos nucleares, economistas o expertos en energía, no; lo que importa es que los millones de cualquieras que pueblan el mundo, y en particular este pequeño trocito, se regocijen y rebosen satisfacción al darse cuenta de que cualquiera de ellos podrá, llegado el caso, tomar decisiones impresionantes e importantísimas, y sólo porque son acreditados cualquieras. ¡Abajo la dictadura de los expertos! ¡Basta de imposiciones en nombre de la ciencia, de lo mejor o de la verdad! Para algunos sería la democracia perfecta, ¡ay!, si no tuviera un nombre más adecuado: demagogia.
La actitud se ha extendido con éxito. Gorka Maneiro me contaba cómo, en el curso del debate en el Parlamento Vasco sobre el cierre de la Central Nuclear de Garoña –asunto en el que tan augusta institución no tiene ninguna competencia, pero claro, si vamos a entrar en semejantes pejigueras…-, la portavoz de Aralar explicitó la renuncia de su partido a esgrimir argumentos técnicos, económicos o científicos en apoyo de su exigencia de cierre inmediato de la instalación; no, prefería ceñirse a los argumentos antinucleares que cualquiera conoce de pe a pa, y que conoce y hace suyos, precisamente, porque no sabe nada sobre el tema. Que Garoña es terriblemente peligrosa porque está llena de cosas radiactivas que matan de cáncer y exterminan la vida, y basta. Pero los automóviles matan en un fin de semana mucha más gente de la que ha muerto en los últimos treinta años por accidentes nucleares (a excepción del disparate de Chernobil), sin que a nadie con una tribuna a su disposición se le haya ocurrido pedir su desmantelamiento. Claro, cualquiera sabe que no es lo mismo.
Es cierto que el culto a la cualquieridad es, por el momento, mejor que el culto a la personalidad desarrollado en los regímenes propiamente totalitarios. Llevado al extremo, ese culto conduce a situaciones grotescas: en China, durante la llamada revolución cultural se produjeron muchísimas (con cientos de miles de víctimas mortales, quizás millones). El culto al Presidente Mao (que no era un cualquiera) hizo, por ejemplo, que una joven pareja de recién casados decorara su habitación nupcial la noche de bodas con citas del Presidente y un retrato del Gran Timonel presidiendo la modesta estancia. Enterados del detalle los responsables de la Comuna, decidieron procesar y condenar a los recién casados por el delito de injurias al Presidente y conducta amoral. La razón, que ambos protagonizaron actos indecentes y pornográficos profanando la Imagen de Mao. Los incautos fueron multados y obligados a una severa autocrítica. Y no es un hecho ficticio, sino uno de tantísimos casos resultantes del culto a la personalidad en la China de aquella época.
Uno se pregunta si el culto a la cualquieridad impulsado por el zapaterismo no acabará llevándonos a situaciones distintas, pero no menos grotescas. Si no acabaremos asistiendo a la sustitución en los quirófanos del personal sanitario por cualquieras que pasaban por allí, rebosantes de la mejor intención, optimismo para remediar lo irremediable y magnífico buen rollito. O si los pilotos serán sustituidos en la cabina de mando del avión por pasajeros cualesquiera elegidos por sorteo entre los más dispuestos a tomar decisiones audaces. De momento, además del caso del propio Zapatero ya se han registrado avances en esa dirección: ya hemos visto que ingenieros y físicos son prescindibles y ventajosamente intercambiables por cualquier ciudadano, a condición de que comprenda que está ahí por pura y venturosa casualidad. ¡La democracia reducida, al fin, a una forma de lotería!