David Ortega (Publicado en El Imparcial, aquí)
Ya nos adentramos, después del periodo estival, en un nuevo curso político con algunos problemas de fondo que merece la pena apuntar, para saber a qué atenernos, -la realidad, nos guste o no, hay que conocerla para poder cambiarla- y tratar de mejorar, dentro de nuestras posibilidades.
A pesar de la crisis económica, sin duda, el problema inmediato y prioritario de España, me preocupa especialmente lo ajenos que están nuestros representantes políticos a los problemas reales, cercanos y cotidianos de los ciudadanos. Me sorprende y escandaliza en el microcosmos que viven, preocupados de sus cuotas y márgenes de poder, de sus propios problemas -que no son los de los ciudadanos-, de sus escuchas y falsas o verdaderas acusaciones, de su juego sucio, de las corrupciones de concejales (Administración local) o consejeros (Administración autonómica) que periódicamente nos desalientan, y afectan a todos los partidos tradicionales (PSOE, PP, etc.), que conciben la política como una profesión en la que se entra de joven y se hace carrera en ella para que el partido te vaya colocando en uno u otro puesto. Es eterna la lista de recolocaos que tiene el PSOE, PP, CiU o PNV.
Los ciudadanos están muy cansados de esta concepción de la política de nuestros actuales políticos, que ven la res publica, la cosa pública, como su coto privado, cerrado, en el que ellos se reparten la tarta y el poder, y el resignado ciudadano tiene que aguantar, pues sólo hay blanco o negro. Baste seguir con alguna atención desde hace años las periódicas encuestas del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) para constatar esta realidad. Los ciudadanos no lo pueden manifestar más claro, ven a los propios políticos como uno de los principales problemas de España, no confían en ellos, su credibilidad se ve día a día quebrantada. El Banco Mundial y su informe sobre Los indicadores mundiales de Buen Gobierno sitúan a España en el furgón de cola de la UE. En lucha contra la corrupción, por ejemplo, estamos en el puesto 36, sin hacer progresos desde el año 2003. El Informe sobre la democracia en España 2009, que dirige Joaquín Estefanía, apunta similar tendencia a la baja. Otro dato revelador es el crecimiento de la abstención de los ciudadanos en la participación democrática por excelencia: las elecciones.
Qué hacer frente a esta realidad que estimo poco discutible. Pues sólo hay un camino, no fácil, no sencillo, no breve: asumir la realidad y tratar de cambiarla, dentro de nuestro margen de maniobra. Es un proyecto complicado, con obstáculos, largo, pero no tengo la más mínima duda de que merece la pena, y de que no tenemos otra alternativa. España y su política precisan urgentemente de una regeneración de la clase política y de nuestra vida pública. Los discursos de Zapatero y Rajoy ya son mortalmente insoportables, previsibles y cansinos y los ciudadanos votan más en negativo que en positivo, esto es, por evitar que venga el otro, más que por convencimiento y entusiasmo en el líder votado.
Concluyo, en el nuevo curso político nos esperará más de lo mismo, refriegas constantes entre el PSOE y el PP -con el salvable, digno y ejemplar caso del Gobierno vasco, ya podían aprender en el resto de España-. Nada indica que esto vaya a cambiar, pues ambos partidos están imposibilitados de raíz. En mi caso, la única esperanza que me queda es trabajar por un nuevo proyecto, valiente, sensato y necesario como es Unión, Progreso y Democracia (UPyD). Es la única luz que veo en el actual círculo vicioso en el que se desenvuelve nuestra limitada, previsible y errónea política nacional. El fracaso educativo, el colapso de la justicia o la falta de competitividad de nuestra economía no creo que la vayan a solucionar el PSOE o el PP, especialmente, entre otros motivos, por la absurda e ineficaz concepción que ambos tienen del Estado autonómico, pero este tema merece otra reflexión más sosegada.