(Publicado en e-pesimo Auxiliar 1 – El Mundo, aquí)
LA COMISIÓN EUROPEA, en su informe de previsiones, arrojó ayer otro jarro de agua fría al optimismo del que ha hecho gala el presidente del Gobierno en sus últimas comparecencias. Zapatero ha defendido -la última vez en el debate parlamentario de la semana pasada- que España saldrá de la crisis al mismo tiempo que el resto de la UE por el «dinamismo» de la economía española. Pues bien. La Comisión, por boca de alguien tan poco sospechoso como el comisario Joaquín Almunia, pronostica que la economía española se contraerá este año un 3,7% –cinco décimas más de lo que era previsible en mayo- y adelantó que «el perfil» de nuestro país aboca a una recesión «más prolongada que la media». En resumen, España será la única economía europea que no empezará a ver el final del túnel a lo largo de este 2009. Frente al «dinamismo» del que presume Zapatero, Almunia habla de «desequilibrios estructurales» como la elevada deuda de los hogares, la crisis del sector de la construcción, el endeudamiento exterior o el alto nivel de paro. En definitiva, todos estos males de la economía española pueden confluir en uno que es la clave del retraso de la recuperación: la falta de competitividad con respecto a los países de nuestro entorno. Según el Foro Económico Mundial, España ha perdido cuatro puestos en ese ranking y ocupa actualmente el número 33. Así lo indicaba también un reciente informe del Wall Street Journal, que situaba a nuestro país entre los «más débiles» de la zona euro por su incapacidad para aumentar las exportaciones.
Así las cosas, la pregunta clave es: ¿Tiene previsto el Gobierno tomar las medidas adecuadas para aumentar nuestra competitividad y lograr que la recuperación no se retrase? La respuesta es negativa. Zapatero no está dispuesto a abordar ninguna de las reformas recomendadas por los expertos, que incluyen una mayor flexibilidad del mercado laboral, eliminación de las trabas para la creación y el funcionamiento de las empresas, una rebaja de las cotizaciones sociales o un cambio en profundidad de la Educación. La ingente cantidad de recursos públicos destinados a paliar la recesión, que elevarán el déficit de este año hasta el 10%, no han servido para atacar los males endémicos de la economía española. Huelga decir que la última medida anunciada, la subida de impuestos, tampoco va en esa línea.
No es de extrañar que el ex vicepresidente Pedro Solbes, cabeza visible de la política económica de su Gobierno hasta el pasado mes de marzo, haya decidido abandonar su escaño de diputado, cortando así el último vínculo que le quedaba con Zapatero. Nadie que conozca al veterano político puede sorprenderse de que se vaya para no votar una ley presupuestaria -que en breve comenzará su andadura parlamentaria- con un déficit del 10%, el sudoku de la financiación autonómica resuelto a base de repartir dinero a espuertas para contentar al tripartito catalán y la subida de impuestos más importante de los últimos 20 años. La huida de Solbes, unida a la de Jordi Sevilla -portavoz económico de Zapatero en la oposición- viene a confirmar que el presidente del Gobierno se ha quedado sin ninguna referencia con peso específico en esta materia. O quizá, visto de otra manera, las personas con sólida formación se han visto obligadas a abandonar un proyecto político en el que, por primera vez en la etapa democrática, el verdadero ministro de Economía no es quien ocupa esta cartera, sino el propio Zapatero. La vicepresidenta Elena Salgado, sucesora de Solbes, aparece cada día más difuminada, ya que quien anuncia las iniciativas -como la subida de impuestos- nunca es ella, sino el presidente o incluso el ministro de Fomento, Pepiño Blanco. Cabe recordar que los sucesivos jefes de Gobierno han tenido al frente de la cartera de Economía a personalidades tan relevantes como Enrique Fuentes Quintana (Suárez), Miguel Boyer y Carlos Solchaga (González) o Rodrigo Rato (Aznar). Zapatero, en cambio, ha optado por acaparar para él no sólo todas las decisiones políticas, por minúsculas e irrelevantes que puedan resultar, sino también las económicas. Nunca el presidencialismo había llegado a tanto ni el papel de los ministros a tan poco.