Me hace llegar un querido amigo un artículo del escritor Pedro Conde, con el fin directo de "aclarar conceptos y hacer reflexionar". Publicado en minutodigital.com (ver aquí) el 5 de abril de 2009, lleva por título "El principio de la vida frente al feticidio", y ha recobrado su actualidad ahora, a partir de que la ministra Bibiana Aído ha dispuesto la reforma de la ley del aborto, avalada por unanimidad por el Consejo de Estado. Después de esto, ha afirmado que llevará dicha reforma al próximo Consejo de Ministros.
La Ministra de Igualdad escribió en su blog el 13 de abril de 2009 que hay quien quiere proteger la “vida” desde la concepción y quien aboga por el derecho de la madre a la interrupción durante todo el embarazo. Al gobierno, le parece razonable, en concordancia con lo recomendado por el Comité de personas expertas, establecer un límite donde actualmente no lo hay. Un límite marcado por la viabilidad fetal con independencia de la mujer, en sintonía con la comunidad científica, la Organización Mundial de la Salud y con la mayoría de los países de nuestro entorno. Por esto, entiende la ministra, "si acordamos que la religión es una cosa y la ciencia otra, que las creencias pertenecen al ámbito individual y privado y que debemos legislar para el conjunto de lo público, al menos podremos respetarnos mutuamente, aunque siga separándonos una enorme distancia en nuestros planteamientos". Mejor aún, si acordamos que "la exigencia de consentimiento paterno es una excepción en la ley de autonomía del paciente, quizá podamos buscar mejor la manera de eliminar prejuicios y encontrar consensos", entiende la señora Bibiana. Y, con lo mismo, "si estamos de acuerdo en que un Gobierno debe integrar posiciones distintas, se entenderá mejor el enorme esfuerzo, por el que tan agradecida estoy, de cientos de personas que en estos días están aportando con buena voluntad su conocimiento y su trabajo para ofrecer a las españolas y los españoles la mejor ley posible. La Ley que España merece, casi un cuarto de siglo después".
Desde posicionamiento le han llovido las críticas a montones, empezando por la acusación del dinerismo esencial que comporta el proyecto, el cual será óptimo para la cuenta de resultados de las clínicas abortivas, cuyos expertos han sido llamados a declarar ante la comisión informativa. Se trata de un caso singular de los "pasos lobbys", muy similar al de la SGAE y el nombramiento de la ministra antidescargas (de Internet). Para entender la dinámica de esta situación algún lector ha recurrido al ejemplo de que el gerente de una empresa instaladora de porteros automáticos fuera llamada a asesorar sobre una ley que incrementara los derechos laborales y sociales (e inevitablemente la repercusión de los mismos en el presupuesto de la comunidad) del personal de portería. Si hay algún progre sonriendo incrédulo por lo atrevido de la comparación, sepa que esto ya ha sucedido antes en España.
¡Ay progres! …, pobres progres. Les invito a leer los dos artículos que anexo acto seguido, el mencionado de Pedro Conde y otro, sin desperdicio, del maestro Miguel Delibes (publicado el 20 de diciembre de 2007, en ABC; ver aquí), al que tituló "Aborto libre y progresismo". Delibes se pregunta que ha pasado para que las ideologías progresistas (lo dice sin sentido peyorativo) hayan entendido que el feto, débil entre los débiles, no es digno de una defensa, como lo fueron en su día los derechos de los librepensadores frente a la tiranía de la Iglesia, los derechos de los trabajadores frente a la avaricia de los patronos, la defensa de los esclavos frente a los títulos de los amos, la defensa de las mujeres frente a los argumentos del patriarcado.
Juan Andrés Buedo
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Aborto libre y progresismo
En estos días en que tan frecuentes son las manifestaciones en favor del aborto libre, me ha llamado la atención un grito que, como una exigencia natural, coreaban las manifestantes: «Nosotras parimos, nosotras decidimos». En principio, la reclamación parece incontestable y así lo sería si lo parido fuese algo inanimado, algo que el día de mañana no pudiese, a su vez, objetar dicha exigencia, esto es, parte interesada, hoy muda, de tan importante decisión. La defensa de la vida suele basarse en todas partes en razones éticas, generalmente de moral religiosa, y lo que se discute en principio es si el feto es o no es un ser portador de derechos y deberes desde el instante de la concepción. Yo creo que esto puede llevarnos a argumentaciones bizantinas a favor y en contra, pero una cosa está clara: el óvulo fecundado es algo vivo, un proyecto de ser, con un código genético propio que con toda probabilidad llegará a serlo del todo si los que ya disponemos de razón no truncamos artificialmente el proceso de viabilidad. De aquí se deduce que el aborto no es matar (parece muy fuerte eso de calificar al abortista de asesino), sino interrumpir vida; no es lo mismo suprimir a una persona hecha y derecha que impedir que un embrión consume su desarrollo por las razones que sea. Lo importante, en este dilema, es que el feto aún carece de voz, pero, como proyecto de persona que es, parece natural que alguien tome su defensa, puesto que es la parte débil del litigio.
La socióloga americana Priscilla Conn, en un interesante ensayo, considera el aborto como un conflicto entre dos valores: santidad y libertad, pero tal vez no sea éste el punto de partida adecuado para plantear el problema. El término santidad parece incluir un componente religioso en la cuestión, pero desde el momento en que no se legisla únicamente para creyentes, convendría buscar otros argumentos ajenos a la noción de pecado. En lo concerniente a la libertad habrá que preguntarse en qué momento hay que reconocer al feto tal derecho y resolver entonces en nombre de qué libertad se le puede negar a un embrión la libertad de nacer. Las partidarias del aborto sin limitaciones piden en todo el mundo libertad para su cuerpo. Eso está muy bien y es de razón siempre que en su uso no haya perjuicio de tercero. Esa misma libertad es la que podría exigir el embrión si dispusiera de voz, aunque en un plano más modesto: la libertad de tener un cuerpo para poder disponer mañana de él con la misma libertad que hoy reclaman sus presuntas y reacias madres. Seguramente el derecho a tener un cuerpo debería ser el que encabezara el más elemental código de derechos humanos, en el que también se incluiría el derecho a disponer de él, pero, naturalmente, subordinándole al otro.
Y el caso es que el abortismo ha venido a incluirse entre los postulados de la moderna «progresía». En nuestro tiempo es casi inconcebible un progresista antiabortista. Para estos, todo aquel que se opone al aborto libre es un retrógrado, posición que, como suele decirse, deja a mucha gente, socialmente avanzada, con el culo al aire. Antaño, el progresismo respondía a un esquema muy simple: apoyar al débil, pacifismo y no violencia. Años después, el progresista añadió a este credo la defensa de la Naturaleza. Para el progresista, el débil era el obrero frente al patrono, el niño frente al adulto, el negro frente al blanco. Había que tomar partido por ellos. Para el progresista eran recusables la guerra, la energía nuclear, la pena de muerte, cualquier forma de violencia. En consecuencia, había que oponerse a la carrera de armamentos, a la bomba atómica y al patíbulo. El ideario progresista estaba claro y resultaba bastante sugestivo seguirlo. La vida era lo primero, lo que procedía era procurar mejorar su calidad para los desheredados e indefensos. Había, pues, tarea por delante. Pero surgió el problema del aborto, del aborto en cadena, libre, y con él la polémica sobre si el feto era o no persona, y, ante él, el progresismo vaciló. El embrión era vida, sí, pero no persona, mientras que la presunta madre lo era ya y con capacidad de decisión. No se pensó que la vida del feto estaba más desprotegida que la del obrero o la del negro, quizá porque el embrión carecía de voz y voto, y políticamente era irrelevante. Entonces se empezó a ceder en unos principios que parecían inmutables: la protección del débil y la no violencia. Contra el embrión, una vida desamparada e inerme, podía atentarse impunemente. Nada importaba su debilidad si su eliminación se efectuaba mediante una violencia indolora, científica y esterilizada. Los demás fetos callarían, no podían hacer manifestaciones callejeras, no podían protestar, eran aún más débiles que los más débiles cuyos derechos protegía el progresismo; nadie podía recurrir. Y ante un fenómeno semejante, algunos progresistas se dijeron: esto va contra mi ideología. Si el progresismo no es defender la vida, la más pequeña y menesterosa, contra la agresión social, y precisamente en la era de los anticonceptivos, ¿qué pinto yo aquí? Porque para estos progresistas que aún defienden a los indefensos y rechazan cualquier forma de violencia, esto es, siguen acatando los viejos principios, la náusea se produce igualmente ante una explosión atómica, una cámara de gas o un quirófano esterilizado.
Tanto el artículo de Delibes como el de Conde no plantean ningún argumento sólido. Sólamente se regodean en insultos y desprecios a los «progesistas» (o más bien a la figura distorsionada que ellos se hacen de los progresistas), pero nunca entran al fondo de la cuestión.
En mi opinión ninguno de los dos artículos se regodea en insultos, si no que muestran lo que realmente esta pasando, los progresistas que siempre han defendido al débil ahora pasan a defender el derecho a decidir de la mujer, incluso algunos dicen quien defiende el aborto es un gran machista, sin darse cuenta de que tus derechos acaban donde empiezan los de los demás, y cada uno tiene derecho a decidir sobre su propio cuerpo, pero no sobre la vida de nadie más; y aún tiene menos sentido esta postura cuando estamos en una época en la que cualquiera en nuestra sociedad puede acceder a métodos anticonceptivos; quizá lo que deberían plantearse es empezar la casa por los cimientos en vez de por el tejado; “enseñar a la gente a sumar antes de darles una calculadora” y crear una campaña de concienciación sobre el uso de estos métodos anticonceptivos antes de que directamente no tomen ningún tipo de precaución y la única solución sea el aborto.
Probablemente haya excepciones, casos de violación u otras situaciones límite, pero creo que las leyes están hechas para lo general, no para esas excepciones.
De todos modos, antes un dilema ético, por lo menos a mí me enseñaron que la solución estaba en buscar cursos intermedios y nunca los extremos, y en este caso, el aborto es desde todos los puntos de vista un caso extremo.