Es posible que no sea un tema que, hoy en día y ante la avalancha de preocupaciones que asaltan a la mayoría de ciudadanos, tenga un gran predicamento entre la gente y, también, podríamos pensar que, en una sociedad tan poco motivada por todo lo que no sea conseguir un bienestar inmediato, disfrutar del carpe diem, y dejar de lado todo aquello que obligue a pensar, a tener que exprimir las meninges y profundizar en el estudio de temas que no estén relacionados con la cotidianeidad de la vida, al menos de forma inmediata; es inútil pretender comentarle los posibles efectos perniciosos, colaterales y no deseados relacionados con determinadas investigaciones que, bajo el paraguas de estar encaminadas a beneficiar a la humanidad pueden, sin embargo, encubrir prácticas poco deontológicas, reñidas con la ética y la moral, y cuyos efectos puedan resultar la consecución de monstruos, de verdaderos engendros inhumanos o de seres híbridos, mezcla de hombre y máquina al estilo de los biónicos de los populares cómics.
El hecho es que, los que ya tenemos unos años ¡más de los que quisiéramos confesar!, no podemos evitar sentir un cierto recelo hacia todos estos científicos, de nueva hornada, que están convencidos de que pueden llegar a descubrir la forma de crear vida y de convertir a los hombres en seres inmortales, al menos hasta que la tierra decida deshacerse de nosotros contrayéndose sobre si misma o el astro Sol piense que no vale la pena seguir enviándonos su calor. En cualquier caso, cuando sobre la superficie y debajo de ella, hay tantas cosas que descubrir y cada día surgen novedades que anteriormente no se conocían, parece algo prematuro querer enmendarle la plana al Creador, por mucho que los científicos saquen pecho y pretendan sustituirlo. Pero cuando los que pretenden ignorar las leyes de la naturaleza, los que se constituyen, sin mérito ni conocimiento alguno, en pretendidos salvadores de la humanidad pretendiendo dictar las reglas que a su corto juicio, deben prevaler sobre toda la humanidad; entonces señores, ¡estamos hablando de palabras mayores!
Y es que en esto del aborto, en el “negocio del aborto” podríamos añadir; es evidente que más que interés en favorecer los llamados “derechos de las mujeres”; más que buscar defender una libertad de la mujer para decidir sobre su cuerpo (¡pero no sobre el cuerpo del ser que cobija en su vientre!), en realidad se esconde toda una mafia de especuladores que tienen organizada su vida para medrar de esta “cultura” nueva, que se quiere imponer en nuestro país como la del “aborto”. No nos olvidemos de los casos aberrantes que hemos tenido de contemplar, incluso cuando
Lo curioso es que, en esta ofensiva llevada a cabo por los descreídos, los de la progresía auténticos impulsores del aborto, las feministas verdaderas adalides de los derechos de la mujer (sin darse cuenta de que confunden derechos y obligaciones que corresponden a su estado y prescinden de los derechos del ser que, con independencia de ella en todo, menos en la alimentación que recibe por el cordón umbilical, está, sin embargo a merced del arbitrio de su madre). Y aquí nos encontramos con la gran hipocresía de las instituciones. La vergüenza de aquellos que no se quieren mojar, apoltronados en sus sillones, por temor a que enfrentándose al Gobierno, desoyendo a los que los presionan o haciendo caso de su conciencia, sean desposeídos de sus cargos o queden marcados con el estigma de haber traicionado a quienes gobiernan. Si la actuación insólita del CGPJ ( todavía espero que me llame su portavoz para explicarle el por qué creo que es un órgano completamente inútil) que, por primera vez en su historia, no se quiso pronunciar sobre un tema de tanta repercusión ética y moral, mirando hacia otro lado para que no se dijera de ellos que eran capaces de hacer un informe valiente que pusiera las cosas en claro; posteriormente, hace sólo unos días, en una similar deriva y sorprendiendo a propios y extraños, el Consejo de Estado, un órgano consultivo que, hasta ahora, se había mantenido al margen de cualquier politiqueo; se nos ha destapado con un informe que ha dejado helados hasta a los más crédulos. ¿Pero, señores míos, dónde han dejado ustedes los preceptos constitucionales que defienden la vida? Se supone de ustedes, por su edad, por sus conocimientos, por su experiencia y por lo que representan en el Estado, una sensatez, un sentido común, una moral y una ética por encima de las del resto de los españoles y, es por ello, que se acordó mantenerles en sus poltronas, con unos buenos sueldos y no mucho trabajo, es preciso reconocerlo.
Su informe, avalando la constitucionalidad de
No sé, espero que sí, que cuando la ley llegue al Tribunal Constitucional, se produzca una sentencia defendiendo la prevalencia de los derechos del nonato sobre este supuesto derecho maternal de acabar con la vida de su hijo; pero el espectáculo que estamos dando al Mundo, es algo que no tiene perdón de Dios. ¡Claro que para los que no creen en él, esto les importa un pito! ¿Qué le vamos a hacer? Seguir luchando, por supuesto.
Miguel Massanet Bosch