(Publicado en ABC, aquí)
HASTA ahora el Partido Popular tenía un problema de mensaje y espacio en Cataluña, donde no logra modular el discurso que lo saque de la marginalidad política, y otro de resultados en Andalucía, donde no alcanza a proyectarse como alternativa a tres cansadas décadas de monocultivo socialista. El primer desafío requiere de un ajuste muy fino en una escena dominada por la endogamia del nacionalismo y sus imitadores, pero el segundo es cuestión de empuje, determinación y confianza. Las tres cosas las pusieron ayer Rajoy y Arenas en el santuario felipista de Dos Hermanas, territorio comanche que pisaron como quien invade Normandía, al frente de oleadas de militantes dispuestos a combatir la intimidatoria hegemonía del socialismo. Fue toda una exhibición de logística y músculo -Zapatero les había servido el sábado el argumentario con la subida de impuestos-, mas para derrotar al PSOE en su feudo hace falta mucha perseverancia tras este desembarco eufórico. Si la política es también un estado de ánimo no cabe duda de que la oposición sale muy reforzada del vibrante envite en campo adversario, pero conviene no deslumbrarse con los espejismos: por estimulante que resulte para la autoestima, reunir gente no es lo mismo que reunir votos.
Pero si en Cataluña y Andalucía tiene la derecha una objetiva dificultad derivada de la prolongada ausencia de poder, en Valencia le ha surgido una grave complicación que tiene que ver con su amplia preponderancia política. El caso Gürtel es un tumor que está creciendo como una metástasis ante la que los trajes de Camps no son más que un benévolo quiste epidérmico. Se trata de una clase de enfermedad capaz de comprometer la envidiable salud orgánica recién manifestada en Sevilla, y requiere quimioterapia intensa y cirugía valiente. En un partido, eso se llama investigación transparente y ceses tajantes. Con decisión y rapidez; cualquier oncólogo sabe lo que vale el tiempo en un proceso a vida o muerte.
Lo último que puede permitirse una fuerza de oposición -y por eso lo primero que intenta endosarle el Gobierno- es parecer contaminada de corrupción antes de convertirse en clave de alternancia. Hace tiempo que en España los ciudadanos entienden que cualquier gran organización puede vivir episodios oscuros mientras sepa tratarlos con criterio moral implacable. Lo que no se perdona es la anuencia, la permisión y el doble rasero en función de intereses circunstanciales. En Valencia existen indicios muy serios de conductas inaceptables y la gente no se va a conformar con casuismos jurídicos y excusas persecutorias, aunque pueda haberlas. El manual de procedimiento es a la vez muy simple y muy doloroso: hay que cortar las manos largas con responsabilidad, autoridad y justicia. Cualidades mucho más valiosas que la eficaz intendencia para llenar de velódromos y plazas de toros.