(Publicado en ABC, aquí)
COMO canta Gloria Stefan y dijo Francisco Franco a propósito del asesinato de Luis Carrero Blanco, «no hay mal que por bien no venga». En el supuesto de que se trate de un mal el que Río de Janeiro sea sede de los Juegos Olímpicos de 2016, demos por buena, y celebrémosla, la posibilidad de que Madrid vuelva a tener un alcalde que, aunque haya renunciado a la vara simbólica y tradicional, se ocupe de la ciudad en aquellos aspectos que le interesan a los vecinos del oso y del madroño. Alberto Ruiz-Gallardón, y eso no lo discute ni Esperanza Aguirre, es un hombre de talento, un modelo de animal político, rico en ideas y con el instinto que, añadido a los votos, convierte en líderes verdaderos, no meramente orgánicos, a los personajes públicos con potencialidad para pasar a la Historia.
En los últimos años, atrapado por un raro y gastoso síndrome faraónico, Gallardón ha despilfarrado una parte de su capital político en quimeras que, unas con otras, han convertido la capital de España en la ciudad más endeudada de Europa. Tan endeudada está Madrid que multiplica por nueve la deuda de Barcelona. Tuvo una corazonada, pobrecito, y se entregó a ella. Como he dejado escrito en esta columna, era el único, incluidos el padre Zeus, gran jefe del Olimpo, y Juan Antonio Samaranch, que no sabía que por razones diversas, unas de escuadra y otras de cartabón, los Juegos eran para Río.
Es posible que a un político de la talla de Gallardón, la más grande en el inventario del PP, le resulte poca cosa dedicar su vida a los pequeños asuntos que convierten en inmenso a un buen alcalde. En ese caso debiera dimitir para darle a otro la oportunidad que, por abrumadora mayoría, le concedieron quienes hoy son sus víctimas. Le sobran capacidad y fuerza para rematar la transformación de Madrid que inició José María Álvarez del Manzano y él mismo aceleró y engrandeció antes de que le alcanzaran la alucinación perforadora y las manías olímpicas de grandeza. Si es capaz de sacudirse sus complejos ante la izquierda ramplona, a la que tanto sirve en los territorios de la cultura, y de mejorar sus compañías, puede volver a ser lo que ya fue, un alcalde ejemplar. Es cuestión de humildad y perseverancia, dos características poco compatibles con la ambición y las prisas. En caso contrario, ni la Stefan ni Franco tendrían razón. No hay mal que no pueda tener su peor.
Eres un listillo, Ferrand. Según tú, Madrid no tenía opción alguna y ni siquiera iba a pasar el corte. Supongo que se te pondrían de corbata cuando viste que Chicago y Tokyo se caían antes…