(Publicado en ABC, aquí)
EN el sólido bipartidismo instalado en España por la Transición el papel de bisagra ha quedado reservado a los nacionalistas; sólo el CDS de Suárez logró en los años ochenta un efímero protagonismo tercerista mermado por la mayoría absoluta de González. Nuestra democracia bascula sobre un duelo goyesco de garrotazos ideológicos que Zapatero ha radicalizado con sus experimentos divisionistas y su empeño por acercarse al inquietante soberanismo catalán como socio preferente. Esta polarización ha comenzado a provocar un cierto cansancio que explica y favorece el surgimiento de la UPyD (pronúnciese «el partido de Rosa Díez») como vía alternativa para los desencantados que se resisten a desentenderse de la política. Un proyecto de inspiración izquierdista y federal que atrae a parte de la derecha por su compacto discurso de énfasis nacional y su arriscado combate contra la distorsión nacionalista: una peculiar reinvención, posmoderna y circunstancial, del añorado centrismo que todos dicen buscar y casi nadie alcanza a localizar en nuestro crispado mapa político.
Apoyado por intelectuales distinguidos, el partido de R10 ha comenzado a crecer en expectativas entre las clases urbanas disconformes con el permanente choque de trenes en que se ha convertido la escena pública. Tras su progresión del último año, la UPyD apunta a un éxito relativo en las municipales y autonómicas de 2011. Puede ser clave en Madrid o Valencia, y en el Sur se está llevando la clientela del autotriturado Partido Andalucista. Su crecimiento inicial se basó en votos de derecha radical desencantados con el liderazgo de Rajoy, pero los sondeos lo señalan ahora como receptáculo preferente del sufragio de izquierdas desencantado del zapaterismo. Sin proyección suficiente para gobernar, se puede permitir un programa de reformas radicales y un ataque bizarro a los vicios del pragmatismo que le generan la simpatía de los escépticos del sistema.
Su mayor problema reside en una estructura personalista que es al mismo tiempo su principal activo. Rosa Díez es su alfa y su omega; un liderazgo unívoco que en el congreso de este fin de semana ha provocado las primeras disidencias y choques con quienes creen en el ideal de un partido abierto y asambleario. Al final se impone de puertas adentro la lógica del sistema y el aparato. De momento es una contradicción soportable; otra cosa será cuando empiece a sumar concejales y diputados.
La eclosión de R10 es una amenaza indiscutible para los grandes, pero el miedo que genera se ha invertido a medida que las encuestas reflejan el descrédito del Gobierno. Ahora son los socialistas quienes más la temen, mientras Rajoy considera que sus fugas de voto ya han tocado techo. Sea como fuere, se trata de un fenómeno interesante, audaz y prometedor que está rompiendo la foto fija de una política anquilosada en el sectarismo.