(Publicado en El blog de Carlos Martínez Gorriarán, aquí)
Por lo que leo, uno de los comentarios más comunes sobre el resultado de nuestro Congreso –me refiero exclusivamente a los dignos de consideración, no a los denuestos y berridos- es que UPyD es un partido sin ideología. Algunos lo dicen en tono crítico, insinuando cierto oportunismo, y otros con simpatía, aunque me da que no les parece menos oportunista en el fondo: “centro posmoderno”, escribía al respecto un columnista. Sin embargo, es un hecho que nuestro partido ha avanzado mucho más que los grandes en la definición de sus ideas centrales. En el Congreso hemos definido lo que entendemos por laicismo, progresismo y transversalidad, por ejemplo, y adelantado que el Estado constitucional en el que pensamos como alternativa al actual guirigay insostenible es un Estado de corte federal, parecido al alemán. Lo mismo cabe decir de la política económica y educativa. Y por supuesto, los nuevos Estatutos dibujan un tipo de partido muy diferente en muchos aspectos a los partidos tradicionales (pero un partido político, no una peña de frikis, un club de ciberdelincuentes o una secta de suicidas).
En resumidas cuentas, es evidente e innegable que tenemos un buen montón de ideas, pero para algunos la cuestión es si UPyD tiene o no ideología. No deja de ser interesante esta contraposición, que apunta un problema interesante: ¿debe tener ideología un partido nuevo?
Para responder a esa pregunta primero debe aclararse qué entendemos por “ideología”: pocos términos hay tan controvertidos. Para la tradición hegeliana y marxista, y las corrientes derivadas, ideología es más o menos lo contrario a ciencia, una representación de la realidad carente de objetividad, a menudo falsa. Tener “ideología” es, desde esta perspectiva, sostener creencias u opiniones viciadas de raíz; la misión de la ciencia es la contraria: instaurar un conocimiento objetivo. El problema es que la política, como todos los asuntos humanos de orden simbólico (las culturas, las religiones, la estética, la ética, etc), es irreductible a esa clase de “conocimiento científico” (pensar lo contrario ha sido el gran patinazo filosófico de estas corrientes y, en general, de la “hermenéutica de la sospecha”). Así que ese enfoque no aporta mucho a la pregunta que nos hacemos: no tiene sentido oponer ideología a objetividad.
Hay otro modo de entender el significado de “ideología”, y aunque procede de ambientes nada marxistas ni idealistas, curiosamente acaba convergiendo: en resumen, sostiene que la ideología es un montón de ideas preconcebidas que poco o nada tienen que ver con la realidad. Un mal que afectaría sobre todo a la izquierda y a la derecha dogmáticas, por ejemplo a comunistas y conservadores o tradicionalistas (como los nacionalistas). Desde este punto de vista, cualquier política que no sea pragmática no conseguirá adaptarse a las exigencias de la realidad, y por tanto acabará fracasando. Debe advertirse que el pragmatismo no está reñido con los principios, y que muchas veces la ideología es un burladero para ponerse a salvo de éstos últimos. Es una crítica muy digna de atención, porque recurrir a la ideología para eludir los verdaderos problemas es cosa de todos los días en la política española.
Hay un tercer significado de “ideología” más revelador: el que transmite el uso de la palabra. Así, cuando hablamos de la ideología del PP o del PSOE, de la del PNV o CIU, ¿de qué hablamos exactamente? ¿De sus ideas y programas? Pues no exactamente, hablamos de su identidad pública, es decir, de lo que la gente piensa de estos partidos y del lugar que les atribuye en la constelación histórica e ideológica, y en sus preferencias personales. Así resulta que, para un votante medio del PP, la ideología de este partido es una mezcla de liberalismo y conservadurismo prudente, sin dogmatismo: en realidad, no se refiere a ideas en sentido abstracto, sino a modos de situarse y de hacer política. Lo mismo valdría para un votante medio del PSOE, de IU, del PNV, etc. La ideología es la identidad.
Por tanto, cuando dicen que UPyD no tiene ideología se refieren a que no tenemos identidad pública, a que la gente no sabe a qué carta quedarse con nosotros, a que somos un partido sorprendente que, como nos han reconocido muchísimos periodistas políticos, no se sabe con anticipación qué posición adoptará en la votación de una ley, pongamos por caso. A mí eso me parece estupendo, sobre todo porque los dogmáticos y los tontos consideran que eso es “oportunismo”. Como si la política no debiera estar atenta a la oportunidad en el amplio sentido de la palabra, en vez de eludirla con jaculatorias ideológicas increíbles.
En resumen, de este Congreso hemos salido con un buen puñado de ideas que habrá que seguir trabajando y contrastando con la elusiva realidad, y hemos salido desnudos de ideología. Somos en este sentido un partido ideológicamente nudista, para quienes gusten de imágenes impactantes y facilonas. A mí me parece muy bien. Algo que hemos conseguido, en definitiva, es reforzar y ampliar el proyecto original de UPyD. Habrá quien no lo comparta, como hay quien nunca lo entendió y ahora se pone hecho una fiera con nosotros en vez de consigo mismo, pero ese es su problema. Al fin y al cabo, como decía Valle Inclán –creo-, puede haber gloria en ser devorado por leones, pero ninguna en morir coceado por burros. En nuestro Congreso hemos evitado esto último, y ahora tenemos más y mejores ideas, aunque poca ideología. Un estupendo equipaje para el viaje que reanudamos.