Resulta sorprendente comprobar lo que está ocurriendo en muchas familias españolas respecto a la educación de sus hijos, a esta nueva fórmula utilizada por muchos padres, consistente en desentenderse de los hijos, no castigarlos cuando cometen algo incorrecto y consentirles todos los caprichos, y eso cuando los padres no toman partido a su favor cuando un profesor o la dirección del colegio les comunica alguna fechoría del retoño o les envía una baja calificación por falta de estudio o rendimiento. En varios de mis artículos he insistido en el gran error en el que incurrieron aquellos que, basándose en algunos casos de malos tratos inhumanos a niños, cometidos por padres o cuidadores desnaturalizados, como, por cierto, continúan produciéndose en la actualidad, a pesar de haberse prohibido los castigos físicos; existe en nuestra sociedad, quizá por el efecto multiplicador de las televisiones y de los medios de prensa, la tendencia a generalizar con demasiada frivolidad los casos en que, inevitablemente y por mucho que nos empeñemos en evitarlos seguirán produciéndose, de malos tratos, asesinatos y comportamientos paranoicos que algunas personas cometen con los niños. Sin embargo, parece que no se percatan de los efectos perniciosos que la falta de un castigo moderado pueden llegar a tener, en unos seres que de por sí son egoístas, que todo lo quieren, que todo lo tocan, que tienen una curiosidad innata y cuyo instinto primordial consiste en hacer lo que les da la gana, pese a quien pese y duela a quien duela.
Resulta ser que estos de la progresía, estos mismos que no tienen ningún inconveniente en que, a un ser indefenso, que se prepara a vivir en el vientre de su madre, se le pueda clavar un bisturí por el simple hecho de que, a quien lo engendró le da la gana hacerlo, por comodidad o para ocultar su falta de cuidado al practicar el sexo; se alarman sobremanera cuando una madre o un padre le dan un pequeño golpe sobre la mano a su hijo pequeño para que no toque las vinagreras o deje de pellizcar a su amiguito. Según estos superdotados en inteligencia, al bebé se le debe reflexionar, hacerle entender que aquello que hace está mal y que debe dejar de insistir en martirizar a su amiguito que, mientras tanto, seguramente tendrá que continuar soportando que le metan el dedo en el ojo o que le acaben de arrancar la oreja de un mordisco. En mi propia familia he tenido la oportunidad de escuchar estos argumentos, estas técnicas modernas en las que se considera a los bebes capaces de reflexionar serenamente y hacer caso de las advertencias verbales que se les hagan. Los resultados les puedo asegurar que han excedido de lo que sus propios padres se imaginaron y ahora, tarde y a destiempo, se han dado cuenta de a lo que les ha conducido educar a un hijo sin hacerle saber, desde su más tierna infancia, con el oportuno correctivo, la conveniencia de ajustarse a una determinadas y elementales reglas de convivencia, adaptando sus actos a unos límites que consisten en respetar los derechos de los demás. Aunque, en muchos casos, sea preciso establecer la autoridad paterna con unos buenos azotes en salva sea la parte, que lo peor que le pueden causar a su receptor es un momentáneo enrojecimiento de las nalgas. Y les hablo por propia experiencia recordando, con agradecimiento, las veces que mi madre me aplicó esta medicina.
La Vanguardia ha publicado un interesante artículo, firmado por Maite Gutiérrez, en el que habla de un estudio “Modelos educativos familiares en Catalunya”, editado por la Fundación Jaime Bofill y dirigido por el sociólogo Javier Elzo. Las conclusiones a las que llega este estudio son la evidencia de a dónde conducen estas técnicas modernas, aparentemente de tanta eficacia, cuando se trata de evaluar los resultados en los chicos sobre los que se les han aplicado. La primera: “la familia progresista permisiva suele tener hijos con mala conducta”; la segunda: “los padres con más poder adquisitivo educan peor”. Resulta que muchos de los padres han decidido relegar la educación de sus hijos a otras personas: otros familiares (abuelos, parientes etc.); los colegios, las academias; guarderías; canguros etc. Estas personas rechazan el castigo físico y cualquier otro tipo de represión y son muy críticos con los centros educativos de sus hijos. Elzo los califica: “Son padres que anteponen su proyección personal a la educación de los hijos”. Pero a mí lo que me interesa resaltar, de este concienzudo estudio, es algo que, a simple vista, nos podría chocar. En el caso de familias con padres con un alto nivel de formación, pero que se preocupan más de la formación de sus hijos, ponen normas y utilizan el castigo “correctivo”, explicando las causas por las que se aplica; los resultados han sido buenos. En las familias de corte conservador, con una educación que pudiéramos definir como “a la antigua” tampoco se dan problemas tan evidentes como en el resto aunque, el autor del estudio señala como defecto el que los niños tienen poca autonomía.
Pero en lo que creo que deberíamos hace hincapié es en los resultados que se derivan de estas educaciones “permisivas” para los chavales, cuando entran en aquella edad en la que la naturaleza los hace más ariscos, donde parece que los padres se convierten en unos seres pesados, mandones, que quieren dirigir la vida de sus hijos, cuando ellos se consideran lo suficientemente formados para hacerse cargo de su propia vida, sin necesidad de advertencias, consejos ni otras monsergas. Basta que echemos una mirada a los datos que se vienen recogiendo sobre el fracaso escolar en España ( una de la naciones de Europa donde es el más alto) el abandono escolar ( rozando el 30%) la delincuencia juvenil, manifestada tanto en las aulas( los clásicos matones que no estudian y hacen la vida imposible a aquellos que pretenden hacerlo) como fuera de ellas, donde la diversión preferida de una gran parte de ellos consiste en emborracharse con “el botellón” o drogarse o, aún peor, dedicarse a delinquir atacando a otras personas, matándolas o torturándolas o violando a sus compañeras de estudios, como si todo ello formara parte de un rito para convertirse en un “verdadero hombre”; para lo cual, por lo visto, no se considera necesario estudiar, esforzarse, sacrificarse y luchar para buscarse un camino honrado de ganarse la vida.
Resulta impactante comprobar los casos en los que los hijos pegan a sus padres, aquellos que los consideran un estorbo y los abandonan, los que, apelando a que sus padres ya no se enteran de nada, por padecer enfermedades degenerativas, optan por deshacerse de ellos “por su bien” y ya no se vuelven a acordar de ellos, hasta que un día se enteran de que han fallecido y, entonces, se acuerdan de ellos para hacerse con su herencia, si es que la hay. Es algo monstruoso lo que el relativismo imperante y la nueva filosofía implantada por nuestros gobernantes, están consiguiendo, al parecer con éxito, despojando a la familia de su poder aglutinante, negándole la cualidad de ser la verdadera la célula básica de la sociedad y de erigirse en la depositaria de la herencia moral y ética legada por nuestros ancestros. El fracaso de una educación pretendidamente “protectora” para la infancia; la demolición de una civilización conservadora para ser sustituida por teorías libertarias, destrucción de las familias tradicionales, promoción de otros tipos de convivencia basados en el libertinaje sexual donde se admiten, como algo natural, la homosexualidad, los matrimonios entre personas del mismo sexo, las adopciones por familias de dos padres o dos madres, las perversiones sexuales más abyectas y la depravación moral de una sociedad sólo preocupada por el materialismo, la riqueza y el propio bienestar. Las consecuencias son evidentes, basta mirar a nuestro entorno. Ubi sunt qui ante nos in mundo fuere?
Miguel Massanet Bosch