(Publicado en ABC, aquí)
FELIPE González supo, en 1979, renunciar al marxismo para llegar, en 1982, a obtener los 202 escaños de la primera mayoría absoluta de la corta historia de nuestra democracia. Fue cuando, en alarde de profesionalidad política y en virtuoso ejercicio de propaganda, nos dijo: «Prefiero morir apuñalado en el Metro de Nueva York que de aburrimiento en el de Moscú». Mató varios pájaros de un tiro y, con ello, inscribió su nombre en el catálogo de grandes líderes democráticos occidentales. José Luis Rodríguez Zapatero, que es líder, pero no grande y dudosamente occidental, no sabe, en diciembre de 2009, marcar las distancias convenientes para poder brillar, en el primer semestre de 2010, como presidente de turno de la UE. El socialismo que personaliza el de León es rancio y anticuado, no tiene el gancho y la internacionalidad de su antecedente sevillano y anda anclado en conceptos antañones mientras practica un izquierdismo sectario, desconocido en el Viejo Continente.
Entre lo poco que sabemos del proyecto de Zapatero para su turno en la Presidencia europea destaca su obsesión zurda de acercar Europa al régimen de Fidel Castro, o de lo que quede de él. Miguel Ángel Moratinos, el Pepito Grillo internacional del líder del PSOE, ha insistido en ello más de una vez y contra viento, marea y voluntad del PPE, el más potente de los grupos en el Parlamento continental, ese será uno de los caminos —callejón sin salida— que pretenda el presidente del Gobierno en la que será, según Leire Pajín, su oportunidad cósmica. ¿Intergaláctica?
Zapatero va perdiendo la sonrisa y el talante con la misma velocidad con la que escenifica su radicalismo de izquierda; algo absolutamente respetable, pero no concordante con lo que se lleva en una Europa más burguesa que colectivista y escarmentada de todos los excesos que el socialismo real, hasta su consunción, ha generado en el escenario en el que pretende brillar a partir de enero. Es el mismo mal que le impide reaccionar ante las crisis que padecemos y adoptar las medidas que recomiendan, sin excepción, todos los oráculos económicos de nuestro entorno, desde el Banco Central Europeo a Standar & Poor's. Es un precio demasiado alto para garantizarse el voto de unos pocos militantes rabiosos y otros tantos sindicalistas enriscados en lo imposible; pero cada cual es dueño de sus complejos, amo de sus errores y señor de sus caprichos.