Es posible que algunos sigan creyendo que, en España, estamos en una democracia, que los españoles tenemos posibilidades de desenvolvernos dentro de un clima de paz y de seguridad, que las opiniones de todos son respetadas por igual y que la libertad de expresión es un hecho incuestionable, respetado por todos los estamentos, sean políticos, jurídicos o sociales; que únicamente cabe defender posiciones, ideas contrarias a quienes exponen y mantienen posiciones divergentes, mediante las argumentaciones, las réplicas y las dialécticas, manteniendo siempre el debido respeto hacia las opiniones contrarias, sin que esto suponga que no se pueda utilizar toda la dureza y la rotundidad para desmontar las tesis con las que se difiere.
No creo que este razonamiento sea baldío ni inoportuno porque, desde hace bastante tiempo que estos progres de la farándula, estos que generalmente copan los programas de TV, los mimados de la ministra de Cultura, señora González-Sinde y aquellos beneficiados por las subvenciones que el Estado les otorga con magnanimidad; están mostrando un raro empeño en dar un paso más en su costumbre de insultar, descalificar, denostar y ensañarse con aquellas personas que osan diferir de sus puntos de vista; basándose, generalmente, en un empacho indigerible de progresismo de izquierdas, sin utilizar para ello argumentos sólidos y debidamente respaldados con datos constatables; prefiriendo evitar la confrontación directa y esgrimiendo, a falta de mejores argumentos, el procedimiento recurrente de vociferar más fuerte que el adversario, utilizar el número para atacarlo simultáneamente para intentar confundirlo e intentar acallarlo empleando los tópicos usuales basándose en los latiguillos habituales que esgrimen los activistas para calentar a las masas como pudieran ser “la presunta explotación de los pobres”; “la satanización, sin discriminaciones, de los empresarios (sin advertir que, en la mayoría de casos, ellos mismo son empresarios de sus espectáculos)” o “la labor nefasta de los curas lavando cerebros” olvidándose de que, quienes se llevan la palma en esta labor de confundir las ideas y engañar a los infelices que se dejan arrastrar por su verborrea son, precisamente, los descendientes de la saga del “padrecito” Stalin.. Por ello, estamos hartos de tener que soportar a sujetos que, desde la pantalla de la TV, se muestran muy osados, muy valientes y muy provocadores, amparándose en un público adicto y entregado, que acostumbra a reírle las “gracias” y a secundarle en el linchamiento de aquella persona sobre la que decide descargar sus iras.
Lo que ocurre es que, si bien a estos desgraciados convertidos en matones de opereta, los podemos enmudecer apagando la TV o cambiando de canal; parece que ya no se conforman con desbarrar desde la caja tonta y están dando un paso más, un paso que puede indicar un escalón más hacia un tipo de Estado que nada tiene de democrático y mucho de autoritario, de pensamiento único y policial, al estilo del de la antigua Unión Soviética. Puede que, como consecuencia de determinadas opiniones, de ciertas provocaciones o de imprudentes acusaciones, directa o indirectamente, se pueda imbuir en determinadas personas descerebradas, en sujetos inestables o en neuróticos incontrolados, a que actúen según un modelo determinado de locura, descontrol o instinto irreprimible, que los mueva a realizar actos de agresión contra determinadas personas cuya única culpa es haber hecho uso de su legítima facultad de exponer sus opiniones a través de un medio público.
Yo no sé si el señor presentador de la Sexta, conocido por Wioming, tuvo presente, cuando se cebó en su programa con el periodista Hermann Tertsch, de Radio Madrid, con un montaje en el que hacía parecer a dicho profesional como un asesino; todo ello motivado, al parecer, por unos comentarios del periodista que no le sentaron bien al “humorista” que, si bien, no tiene inconveniente en reírse a casquillo quitado de aquellos a los que convierte en sus víctimas, parece que tiene la piel fina cuando alguien le sienta las costuras. Debo confesar que a mí, este señor de un aspecto harto truculento y mal carado, no me parece más que un de estos paniaguados que han sabido acercarse a la mamandurria del Estado y así ha conseguido que alguien le haga caso, pero, en fin, si así se gana la vida, me parece bien. Otra cosa es que, este señor entre en una dinámica en la que su oratoria persuasiva llegue a alcanzar los mismos efectos que los que consiguió el señor Wells, cuando en un programa de radio consiguió que el pánico se desatara en New York, simulando una invasión de marcianos. Por supuesto que constituye una herejía la sola comparación entre ambos personajes, pero, si a pequeña escala, el señor Wioming puede conseguir que a alguien le coja la neura de atacar a todos aquellos con quien le gusta meterse; entonces, sin duda alguna, habrá que tomar medidas para que no se convierta en un peligro público para sus presuntos “enemigos”.
Son ya varios los que, valiéndose de estos programas basura, se aprovechan para hacer política, algo que los de la farándula debieran evitar, ya que no es su misión captar adictos para el PSOE, sino que su cometido es entretener al público con sus actuaciones, sin recurrir a trucos de baja estofa, como es alimentar el odio de los ciudadanos contra una determinada clase o colectivo sólo por el hecho de tenerle antipatía o por alimentar sentimientos de rencor o venganza que le impulsen a despotricar en su contra. Lo curioso es que, muchos de estos de la farándula que presumen de comunistas o de socialistas y piden que los demás cedan parte de su dinero para ayudar a los necesitados, no son amigos de meterse la mano en su faltriquera para contribuir a disminuir la pobreza. No, no me salgan con eso de que trabajan gratis para recaudar fondos, porque este truco nos lo sabemos ya. Sí, se trabaja en maratones, programas benéficos etc. de gratis, pero lo que no dicen es que la propaganda que ello les proporciona suple, con creces, el tiempo que puedan dedicar a este tipo de actividades. La verdad, a mi me gustaría conocer la declaración de IRPF del señor Wioming, así como la de Ana Belén o de su marido; o la fortuna de los Barden y, si están de acuerdo, desde aquí les propongo que hagamos un cambio. ¿Qué no? Pues miren, yo soy de derechas y no me quejo de lo que tengo, pero no voy por ahí insultando a los demás. Al menos, no de una forma burda, rastrera y desconsiderada.
Miguel Massanet Bosch
no das una macho, q tendra q ver wyoming con esto?
Ni Policía ni televisión
M. MARTÍN FERRAND – ABC, Domingo , 13-12-09
HERMANN Tertsch, brillante frecuentador de estas páginas, ha sufrido dos agresiones que invitan a meditar sobre la endeblez de nuestras estructuras sociales y políticas. Una, la más tremenda, fue de naturaleza física. Un canalla le pateó por la espalda mientras, en un pub, consumía la última copa del día, la que nos sirve a muchos para aliviar el examen de conciencia que conviene al final de una jornada. Ese es un asunto meramente policial y el hecho de que una semana después del atentado, producido en un lugar cerrado y con testigos, no conozcamos la identidad del agresor demuestra la escasez funcional del Ministerio del Interior, entregado a los grandes asuntos de la seguridad del Estado en olvido de la protección a los ciudadanos.
La segunda de las agresiones padecidas por Tertsch, la primera en el tiempo, me parece de mayor gravedad y es sintomática del impresentable modelo audiovisual, publico y privado, que padecemos. Un programa pretendidamente humorístico de La Sexta, «El intermedio», manipuló unas imágenes del periodista en el transcurso del informativo que presenta y dirige en Telemadrid y, aunque sea difícil verle la gracia al montaje, le tildó de asesino múltiple. Le presentó como un malvado dispuesto a llevarse por delante a un largo muestrario de gentes indeseables. Eso es muy alarmante porque, en diferencia con la patada que le rompió unas costillas, la grosería difamatoria, la bellaquería calumniosa, está a la orden del día en las televisiones que se dicen respetables y, para parecerlo, presentan en el vértice de sus pirámides de poder a personajes de generalizado respeto.
Tertsch podría ser una provocación constante para la olvidada polémica periodística. Su transformación personal y profesional acreditan una cierta indigestión en las lecturas del errático André Gluksmann, del confuso Mijail Bulgakov o de otros especimenes intelectuales del corte de Adam Michnik. Esos son elementos para un debate enriquecedor, de los que tanta falta hacen y no suministran los medios audiovisuales. Pero lo de la patada, que clama al Purgatorio, o lo del agravio de La Sexta, que clama al Cielo, son muestras de un Estado que no funciona y de una Nación que ha alcanzado un nivel de envilecimiento insufrible y repugnante. La libertad conlleva responsabilidad y, como dijo George Bernard Shaw, que no era de derechas, por eso la teme la mayoría.
Eso es muy alarmante porque, en diferencia con la patada que le rompió unas costillas, la grosería difamatoria, la bellaquería calumniosa, está a la orden del día en las televisiones que se dicen respetables y, para parecerlo, presentan en el vértice de sus pirámides de poder a personajes de generalizado respeto….