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Ya no somos inocentes (por Ignacio Camacho)

Publicada el diciembre 28, 2009 por admin6567
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IGNACIO CAMACHO
(Publicado en ABC, aquí)
NUNCA acabaré de saber si las inocentadas de la prensa han caído en desuso por una cierta solemnización de la autoestima de los medios o porque el surrealismo de la vida española las había vuelto tan verosímiles que carecían de sentido. Lo cierto es que hoy por hoy, de un modo u otro, una inocentada política es un pleonasmo, una redundancia tan estéril como esas huecas tautologías que abundan en los discursos de Zapatero; toda la política española es en sí misma una chanza burlona cuya única sorpresa consiste en adivinar cuándo se cansarán los ciudadanos de que les cuelguen en la espalda un muñequito de papel fabricado con su papeleta de voto.
Desde un presidente que gobierna una nación en la que no cree hasta unas minorías nacionalistas que deciden las cuestiones trascendentales de un Estado del que se quieren separar, pasando por una oposición empeñada en oponerse lo mínimo posible para pasar inadvertida, nuestra actividad pública es una broma temeraria e incoherente, contradictoria incluso con sus propias reglas. La corrupción no paga costes electorales, el déficit se considera una virtud, los sindicatos no se inquietan ante cuatro millones de parados, el Gobierno llama a la guerra misión de paz y da al Ejército orden de no disparar al enemigo, el Tribunal Constitucional no se atreve a juzgar lo que cabe o no cabe en la Constitución y la banca pide dinero al Estado en vez de prestárselo. Existen delitos que se castigan con penas diferentes según los cometan hombres o mujeres, leyes que carecen de efecto en ciertos territorios y hasta ríos cuyo curso ha sido declarado propiedad exclusiva de algunas regiones por las que pasan. Ante una crisis económica y social de dimensiones gigantescas, el poder se entretiene en una agenda llena de minimalismo político, cuestiones de gestualidad retórica e insustanciales debates autistas que apenas interesan a la clase dirigente; pero mientras la opinión pública identifica como un serio problema nacional a sus propios representantes y reclama grandes consensos colectivos, las elecciones siguen registrando una alta participación popular con fuerte divisionismo ideológico. En este cuadro disparatado y absurdo no hay ocurrencia ficticia que desentone: cualquier extravagancia bromista corre el riesgo de parecer menos descabellada que la realidad.
Si no hubiese elecciones limpias, puntuales y bien regladas siempre podría considerarse a los ciudadanos víctimas de una gobernanza errática y una dirigencia corrupta que ha privatizado la política en torno a sus propios intereses de casta. Pero la democracia también consiste en última instancia en que cada uno se equivoca como quiere. Quizá por eso hayan desaparecido las inocentadas: porque en medio de una degradación institucional desoladora ya no queda entre nosotros nadie que pueda considerarse inocente.

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Juan Andrés Buedo: Soy pensionista de jubilación. Durante mi vida laboral fui funcionario, profesor, investigador social y publicista.
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