Fernando Onega (Publicado en La Voz de Galicia, aquí)
La Ciudad de Dios y la Ciudad del Diablo. Así parece España, según quién la mire. Matizo: según qué político la juzgue. Ayer fue día de balances, y hablaron los principales líderes. Si algo los distingue, no es precisamente la objetividad. Rodríguez Zapatero sigue instalado en un mundo de visiones optimistas, que nos permitirá recuperar empleo neto antes de un año y en los próximos meses se confirmará la recuperación. Mariano Rajoy sigue con las gafas negativas, y no solo ve perdido el año que hoy termina, sino que da por perdida la posibilidad de una próxima recuperación. Y todo, naturalmente, por culpa de la gestión de este Gobierno.
Y el cronista, en medio. Líbreme Dios de caer en la tentación de considerar a uno más acertado que al otro, pero sí creo que ambos merecen una reflexión. El balance de Zapatero es bueno en casi todo, menos en política económica. Si quiere algunos consejos para estos días de asueto, serían estos: piense por qué una crisis global es tan atribuida en España a su gestión; piense por qué los buenos resultados en seguridad, política social o incluso en mayorías parlamentarias son devorados por la economía y transmiten la impresión de desastre general; piense por qué unos resultados decentes se contradicen con la imagen de gobierno inoperante e ineficaz; y piense en los ciudadanos: frente a los brotes verdes y esperanzas de recuperación, un 70% creen que dentro de un año estaremos igual o peor. En cuanto el presidente haga esa meditación, quizá se encuentre con este diagnóstico: tiene un discurso gastado y, por gastado, poco creíble.
Sigo por Rajoy. Quizá la situación sea tan mala como dice. Los parados, autónomos y empresarios en quiebra le reprocharán que se ha quedado corto. Yo tengo dos apuntes. Primero, que se está convirtiendo en Míster No, que lo niega todo y solo encuentra torpeza y maldad en el gobernante. Y eso tiene un riesgo que alguna vez dejaremos de perdonar: se lanza por la pendiente de la negación, y comete errores como el de decir, tomate en mano, que el agricultor paga el retorno a casa de Aminatu Haidar. La oposición a todo, con el argumento que sea, termina por meterte en charcos y arruinar tu credibilidad. Y segundo, que cada vez transmite más la impresión de viajar a la Moncloa a lomos de las desgracias del país. Por eso las pregona y desconoce todo lo que sea un mínimo progreso del Gobierno o la sociedad. No es ilegítimo hacerlo. Pero le invito a otra reflexión: ¿en qué lugar quedará su discurso si se produce la recuperación económica antes de las elecciones del 2012?
Y digo yo: ¿qué tal si todos probaran un medicamento llamado mesura? No necesita receta, y a las naciones les suele sentar bien.