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Las emociones y la política, o hay vida inteligente entre el aburrimiento y la indignación (por Carlos Martínez Gorriarán)

Publicada el enero 12, 2010 por admin6567
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(Publicado en El blog de Carlos Martínez Gorriarán, aquí)

Es cierto que una democracia ideal es un sistema más bien aburrido. Aquello de Orson Welles en El tercer hombre: ¿qué ha dado Suiza al mundo en cien años de paz?: el reloj de cuco (y la banca personal, podía haber añadido). Suiza era, en efecto, el epítome del país pacífico y democrático que se aburría lo indecible y hastiaba a la gente ansiosa de emociones, que prefería las revoluciones, la incertidumbre y la agitación social. Pero hoy no vamos a hablar de Suiza, sino de la implicación de la política con algunas emociones básicas. Sobre todo de la política cuando degenera, como ocurre en nuestro país.

Ayer mismo, El País traía una columna de José Ignacio Capablanca, Aburrámonos todos, donde localizaba en el aburrimiento la piedra filosofal de la presidencia española de la UE: si Zapatero consigue aburrir a Europa, decía, es que su presidencia de turno habrá ido bien. Y hace unos días, José María Ruiz Soroa aconsejaba a Patxi López que buscara ante todo un estilo de gobierno aburrido, en la convicción de que así iría ganando la adhesión de la ciudadanía vasca, harta de emociones políticas. Quién iba a decirlo, el aburrimiento parece la emoción característica de la izquierda tradicional y aburrir su programa de gobierno, quizás por temor a que cualquier otra producida por José Luis Rodríguez Zapatero sea mucho peor que el tedio.

Y si la esperanza de la izquierda tradicional es refugiarse en el aburrimiento, renunciando a la ilusión del cambio que tanto invocaba hace nada, ¿cuál es la emoción asociada a la derecha tradicional? Pues la misma: Rajoy es un personaje que también descansa en el aburrimiento, aunque no sabría decir hasta qué punto es algo totalmente deliberado o sólo inevitable. El PP espera, en efecto, que los votantes se aburran tanto de la incompetencia socialista que prefieran probar a aburrirse con la suya. Y por otra parte, ¿no es el aburrimiento algo ligado de modo casi natural al característico tradicionalismo y conservadurismo de la derecha civilizada? Parecería entonces que el PP lleva ventaja al PSOE en lo referido al alto objetivo de aburrirnos a todos, aunque la disputa está muy reñida. Es otro indicio de la paulatina convergencia de los partidos tradicionales, apenas enmascarada por sus peleas rituales entre progres y fachas.

Si PSOE y PP tienden a buscar la salvación y el éxito aburriendo al personal, los nostálgicos de la izquierda radical y de la derecha rampante tienden a la indignación como su emoción característica. Indignación contra el capitalismo que consideran salvaje y culpable, o indignación contra la democracia que rompe España y otras cosas peores. Es como si el estar indignado fuera un requisito para formar parte de los críticos al sistema. Y en efecto, la indignación puede ser un buen punto de partida –como la compasión, la solidaridad, la vitalidad y otras emociones- para comprometerse en lo público, es decir, en la política. Lo que ya me parece más dudoso, por no decir inaceptable, es que la indignación sea el punto de llegada. Ya saben, vociferar, tronar e insultar a quien corresponda –los políticos en general, los inmigrantes, los musulmanes, los matrimonios gays, los gobiernos, los bancos, etc.- como punto de llegada y única función de la actividad política, como si ésta fuera una especie de terapia psicológica. O todavía peor, el inmovilismo interesado de los que practican la indignación impostada, pura simulación para que nadie amenace sus chanchullos por miedo a sus berridos o para conseguir, haciendo el energúmeno, lo que no se logra de otro modo. La indignación impostada es el matonismo del farsante, y hay mucha.

Así pues, ni aburrimiento, que equivale a resignación y desistimiento en estos tiempos que corren, o lo que es lo mismo, a un conservadurismo inconfesable, ni indignación ilimitada y sistemática que dispara contra todo lo que se mueve o está quieto.

¿Y qué alternativas caben? Tal como yo lo veo, la satisfacción cívica (la virtud política, en el lenguaje tradicional) conseguida por el compromiso en transformar las cosas que se deben transformar, templada por un moderado escepticismo, es decir, por la convicción de que nadie, uno mismo en primer lugar, tiene toda la razón, toda la virtud o toda la autoridad moral. Sabemos que no hay soluciones perfectas: todas tienen y oponen sus propios problemas y hay que contar con ello. Como dijo Alvaro Pombo en su espléndido parlamento de apertura del I Congreso de UPyD, “la perfección es fascista”. Y podemos añadir que el aburrimiento es enemigo de la igualdad y la indignación enemiga de la libertad; ambas juntas, de la democracia, como una especie de bipartidismo emocional que desplaza la razón y la autenticidad.

Y otra cosa: perseguir la satisfacción política es sumamente divertido, pues aunque no faltan los malos momentos hacerse cargo de la propia ciudadanía –o sea, participar en política- es fuente de grandes satisfacciones personales… siempre que no se persiga aburrir a los demás o cultivar una indignación furiosa. Haga la prueba.

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Juan Andrés Buedo: Soy pensionista de jubilación. Durante mi vida laboral fui funcionario, profesor, investigador social y publicista.
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