Rafael L. Bardají (Publicado en Expansión.com, aquí)
El Gobierno ha querido comenzar el año cual Superman, vendiendo la presidencia de la Unión Europea como el reconocimiento colectivo y mundial de la potencia de la España de Zapatero. Pura ficción, como Clark Kent.
A estas alturas todo el mundo lo sabe, pero quizá convenga recordarlo: España llega a la presidencia europea porque le toca, no por méritos propios. Y si bien es la primera de Rodríguez Zapatero, es más que probable que también sea la última, si de verdad los arreglos institucionales del Tratado de Lisboa acaban con un sistema semestral tan surrealista como ineficaz y derrochador.
Lo que tuvo sentido a seis, lo dejó de tener hace años, a 12, 16, por no decir a 27. Conviene recordar que no es la primera presidencia que ostenta España. La tuvieron Felipe y Aznar. De ahí que ya sepamos los españoles que no se trata de ningún acontecimiento cósmico.
Las propuestas en la UE salen adelante a través de consensos, y uno es capaz de impulsar sus ideas en relación directa y proporcional a peso económico y político. Guste o no, la España de Zapatero es un miembro que cuenta poco o nada entre quienes tienen las riendas de la UE: Francia, Alemania y Reino Unido. Ya hemos sabido que Angela Merkell ha enseñado los dientes ante las propuestas económicas del presidente español y que el Gobierno se ha visto obligado a recular bien rápido.
Es simplemente imposible que el país que produce el mayor número de parados en Europa quiera darle lecciones de crecimiento a sus socios. Por no hablar de otros temas políticos, donde la sintonía de Zapatero es nula con el resto de miembros de la UE. Los escarceos con los Castro, el amor por Hugo Chávez o los imperiosos deseos de reconocer a un inexistente estado palestino son algunos ejemplos.
En cualquier caso, nada de esto es suficiente para que el Gobierno haga un acto de humildad y reconozca lo que cualquier español de a pie sabe reconocer. A saber, que a Zapatero la política internacional le tiene sin cuidado, pero que le ha cogido gustillo a eso de salir en las fotos entre los grandes mandamases del mundo. Tanto que, a veces, se lleva a su familia entera para el posado.
La presidencia europea, no obstante, podría ser una buena oportunidad para hacer avanzar los intereses de España, con modestia, realismo y sin demasiada fanfarria. Para eso, el presidente español debería optar por los intereses nacionales sobre los suyos propios o los de su partido.
Hasta la fecha nunca ha dado prueba de optar por la buena elección, a favor de todos los españoles, por lo que cabe asumir que en los próximos seis meses, su atención y nuestro dinero se irán en fuegos de artificio y caravanas de dignatarios complicando el tráfico de la capital.