Durante años la izquierda ha hecho su caballo de batalla el argumentar que, el capitalismo, se ha valido de la falta de instrucción y cultura del pueblo para imponer sus teorías del libre mercado y le ley de la oferta y la demanda. Todos los grandes popes del comunismo como fueron Lenín, Bakunin, Trosky y el propio Stalin se valieron de estos argumentos, de la famosa lucha de clases y de la esclavitud a que estaban sometidos los obreros, para revolucionar a las masas obreras y, valiéndose de ellas, imbuyéndolas del odio hacia los señores que las explotaban y valiéndose de lo que más tarde se vino en llamar “democracia”; incitándoles a alcanzar el poder, por las armas y los asesinatos si fuere preciso, para convertir en realidad aquella máxima del “gobierno del pueblo para el pueblo”. Era evidente en que hubo tiempos en los que era cierto que el pueblo no tenía acceso a la educación y al conocimiento y que en tales circunstancias los grandes terratenientes estaban en una posición de superioridad sobre sus siervos. Pero el hecho, innegable de que, hoy en día, cada vez son más los que tienen acceso a la enseñanza; aquellos que pueden cursar estudios universitarios y los que consiguen alcanzar puestos de responsabilidad de entre aquellos que han sucedido a generaciones de meros operarios; no se puede olvidar que esta enseñanza, estos conocimientos y esta preparación a la que acceden cada vez más ciudadanos es un arma de doble filo.
Porque, señores, resulta evidente que muchos de los estímulos demagógicos que antes servían para sublevar a los oprimidos, los ignorantes o los denominados “proletarios” hoy en día cuando algún revolucionario quiere esgrimirlos es muy probable que no se encuentre con un terreno tan abonado para que germine su semilla de descontento, odio o rencor contra aquellos que dirigen la economía de un país, los que han invertido su tiempo en crear un negocio o aquellos que se han esforzado y asumido riesgos para llevar a cabo un proyecto económico de futuro. Es cierto que la ignorancia era un freno para las conquistas de la clase obrera pero hoy, cuando una sociedad ha erradicado el analfabetismo y el número de ciudadanos que han cursado estudios supera con creces a aquellos que no lo han conseguido, también la gente es más crítica con según que doctrinas; se deja engatusar menos por falsos “salvadores de la patria” y analizan con más detenimiento las consecuencias que se pudieran derivar de adoptar actitudes extremas y poco sensatas que pudieran conducirlas a situaciones irreversibles de difícil solución.
Así no debiera sorprendernos que el señor Hugo Chávez, de Venezuela, esté cayendo del pedestal en el que el mismo se había colocado; esté descendiendo vertiginosamente en popularidad y deba tascar el freno de la rectificación al contemplar, puede que alarmado, como todo el “imperio comunista” en el que ha pretendido convertir a su país se le está desmoronando a su alrededor. Y es que los ciudadanos pronto se dan cuenta de cuando un líder se preocupa de ellos, atiende sus necesidades y toma las medidas que puedan favorecer el bienestar de un país, o cuando, a sensu contrario, el potencial dictador se mueve por intereses particulares, sectarios y demagógicos, que no buscan el bienestar de la población sino el suyo propio, el mantenerse en el poder y el buscar con ahínco el erigirse en el adalid de una revolución, tipo la de Pancho Villa, donde lo que se consigue es imponer el terror al pueblo, someterlo e impedirle el ejercicio de sus libertades bajo el pretexto de luchar contra la corrupción, la intromisión de naciones extranjeras o de una oposición, a la que se sataniza, cargando sobre ella las culpas de todo aquello que va mal en el país.
Seguramente el señor H. Chávez nunca pensó que su peor enemigo no sería, como seguramente pensaba, su gran ogro del norte, los EE.UU., si no su propia incompetencia en materias económicas, sus intentos de librarse de sus servidumbres con los norteamericanos de los que, quisiera o no dependía, en gran manera. Prohibió la importaciones de bienes esenciales y tuvo que rectificar; pensó que la riqueza petrolífera de Venezuela sería un seguro para cualquier política que quisiera implantar y la realidad se ha encargado de desmentirlo; quiso capitanear una entente con los países que han seguido su ejemplo populista, estableciendo un bolivar fuerte que sirviera de referencia en las transacciones internacionales y, cuando se ha querido enterar, ha sucedido que, el bolivar, su moneda nacional, está por los suelos y ya nadie la quiere. Y es que, por mucho que algunos partidarios de Keynes, se esfuercen en querer vender las excelencias del Estado como impulsor de la economía, como orientador de las industrias y como partícipe en las finanzas o como el mejor medio para garantizar la seguridad económica de los ciudadanos; la realidad se encarga de demostrar que cualquier intervencionismo estatal no consigue más que anquilosar los engranajes de la economía y el comercio; sólo consigue burocratizar y hacer lento el proceso productivo y únicamente logra que, en definitiva, se cree una clase trabajadora sin alicientes, poco productiva y marcada por el fatalismo y el desaliento. Este fue el panorama de los países del Este durante el mandato de la URRS soviética y así fue, el gran crack de sus economías, la causa principal de la caída del famoso Telón de Acero.
Al señor Chávez, antes tan orgulloso, despectivo con los demás, prepotente y sobrado, parece que le están pasando factura todos sus excesos verbales, todas sus “aventuras” bolivarianas y sus proyectos de un grupo de presión capaz de imponer condiciones al resto de los países de la zona. Sus errores económicos; sus prodigalidades con sus vecinos y subordinados; sus malos cálculos respecto a la comercialización de su petróleo; sus intentos de nacionalizaciones de entidades de otros países y la evidente realidad de que su pueblo siguen en la miseria y que de nada han servido sus bravatas en cuanto a sacar a los venezolanos de la pobreza endémica que vienen padeciendo, como consecuencia del encadenamiento de gobiernos corruptos que se han ido sucediendo a través de la historia venezolana, del que el suyo no es una excepción. Lo cierto es que no parece ser el mejor favor a la democracia el ir cerrando las radios y televisiones porque lo critican o atacar con castigos a los que, haciendo uso de su libertad, critican los fracasos del Gobierno ni metiendo en la cárcel a los opositores ni prohibiendo sacar dinero al extranjero ni impidiendo adquirir productos fuera del país. La verdadera democracia es conseguir que todos los ciudadanos de un país puedan gozar de sus libertades; puedan exponer libremente sus opiniones; puedan circular libremente por todo el país sin ser vigilados, tengan un nivel de vida justo y suficiente y puedan pedir cuentas a sus gobernantes cuando estos no proceden correctamente en el ejercicio de sus responsabilidades.
No debe extrañar que aquellos que lo apoyaron dejen de hacerlo, y tampoco puede causar estupor que su política sea cuestionada por las nuevas generaciones, los estudiantes, que ven impotentes como su país se desploma ante la pasividad de quienes lo dirigen.; no, señor Chávez, el gobierno de una nación es algo más que gritar a los cuatro vientos consignas igualitarias, insultos y sandeces propias de dictadores incapacitados para dirigir adecuadamente la marcha de un país. Tarde o temprano se paga.
Miguel Massanet Bosch