Es posible que alguien me diga que, el que no quiera ver como se cometen horteradas en determinado programas, no tiene que hacer otra cosa que evitar sintonizarlos, y es probable que tenga su parte de razón; aunque yo, particularmente, pienso que, debido a la dificultad que hoy existe para evitar que los menores puedan acceder a tales tipos de transmisiones , sería muy conveniente que todos estos organismos tan dispuestos a esquilmar a los televidentes o a los que descargan archivos desde Internet o a los que tienen un pequeño negocio y ponen la radio para distraerse; dedicaran parte de su tiempo a establecer un código, no sólo ético, que también, sino un manual de comportamiento, un florilegio de normas de conducta, un repertorio de reglas y una recopilación de medidas aplicables a cualquier programa que se pretendiera emitir en cualquier medio de comunicación, sea público o privado, de modo que se pusiera coto a esta costumbre, por desgracia cada vez más extendida, por la que algunos de los comparecientes en los programas de determinadas cadenas televisivas o emisoras de radio, se comporten como no lo harían en su propia casa o en cualquier local de mala nota y actúen sin el menor respeto por los espectadores, utilizando vocablos insultantes, soeces y de pésimo gusto, con la complicidad y apoyo, en muchas ocasiones, del público presente en el plató y la complacencia, cuando no, el estímulo, del presentador del programa.
Pero es que este mal endémico, esta carencia absoluta de educación y respeto por las sensibilidades ajenas, se está convirtiendo, desgraciadamente, en una constante que en lugar de tender a desaparecer parece ser que se está fomentando aposta, no sólo desde las direcciones de las cadenas televisivas u otros medios de comunicación, sino que los organismos públicos encargados de velar por la contención en el lenguaje, los límites de determinados vestuarios y el freno respecto a obscenidades, faltas de respeto a determinadas creencias religiosas, insultos, descalificaciones, injurias y, en ocasiones, calumnias, que, nadie puede negarlo, hoy en día constituyen una práctica habitual en muchos de estos programas de prime time en los que, con tal de mejorar cuota de pantalla, las direcciones no dudan en cargar las tintas en todos los aspectos morbosos que puedan contribuir a llamar la atención, no de un público culto, educado y que busca una sana distracción, sino de aquella parte de la ciudadanía que no se sacia con otra cosa que con vulgaridades, horteradas, bromas y chistes de baja estofa y alusiones escabrosas con las que se deleitan, aunque ello pueda suponer caer en los instintos más bajos de la naturaleza humana.
Pero, si todo lo que hemos comentado, es aplicable a toda clase de medios de comunicación, deberíamos poderlo exigir con más razón a aquellas cadenas que, por estar dirigidas o subordinadas a las Administraciones públicas, debieran cuidar más de sus programas, exigir una calidad mínima de los mismos y vigilar que, tanto en sus formas como en sus contenidos, se atuvieran a una serie de reglas que permitieran ser vistos por un público que no busca ni gusta de extravagancias, pornografías, excesos verbales y faltas de respeto, fueran en contra de las creencias de las personas o lo fueran respecto a unos tipos de representaciones que, por sus contenidos, pudieran herir las sensibilidades de determinados grupos sociales. Existen, y prueba de ello han sido los numerosos proyectos de concursos, entretenimientos o juegos, dirigidos por presentadores de probado talento, que han obtenido grandes éxitos de audiencia y, de paso, han contribuido a elevar el nivel cultural de los espectadores. Sin ir más lejos, el señor Hurtado de la TV1, hace ya una serie de años que lleva dirigiendo un concurso ejemplar, en el que se pone a prueba el conocimiento de los concursantes, estableciendo una sana rivalidad entre ellos, que pugnan limpiamente entre sí para ver quien obtiene la mejor puntuación, basada en los conocimientos demostrados por cada uno de ellos.
En la gala celebrada por la TV1 para escoger a nuestro representante para concursar en el certamen de Eurovisión; en esta ocasión dirigida por la señora Anne Igartiburu, tuvimos ocasión, una vez más, de comprobar como la falta de una criba previa (recordemos el caso del Chiquilicuatre) permite que elementos que carecen de un mínimo exigible de corrección y de saber estar, como una persona civilizada, sobre un escenario, propició que un tal Cobra estuviera a punto de “cobrar” en el sentido literal de la palabra, de los espectadores que se quejaban, estruendosamente, del comportamiento del sujeto que, entre las “lindezas” con las que obsequió a la concurrencia, figuraron varios gestos obscenos y de pésimo gusto, dirigidos hacia la galería. No culpo a la señora Igartiburu, que pasó un mal rato y un bochorno considerable, debiendo lidiar con el morlaco, pero sí a la organización, a los directores y a aquellos que no saben poner coto a que, esta chusma, pueda colarse y organizar un espectáculo semejante, precisamente ante una audiencia millonaria que tiene todo el derecho a que, la gente que aparece en el escenario. se comporte con un mínimo de decencia y respeto.
Al respecto, quisiera comentar que, el método utilizado para escoger las canciones y los cantantes, no sé si será por mala suerte, por no haber calidad en los compositores que las presentan o, reconozcámoslo, por el bajo grado de cultura musical de quienes votan; lo cierto es que ya llevamos una serie de años que vamos de mal en peor, teniendo que soportar que el locutor de turno, el que se ocupa de la retrasmisión del evento, intente justificar nuestros descalabros en Eurovisión, argumentando siempre que existen grupos que se ponen de acuerdo para que salga elegida una determinada canción. Mejor sería que, en vez de lamentarnos de nuestra mala suerte, antes de enviar una canción a un certamen de carácter internacional, se prescindiera de tanta “democracia” y tanto apelar al voto de los legos en la materia, y se buscara una canción y un cantante que pudieran competir con ciertas garantías de alcanzar el éxito. Esto del populismo puede estar muy bien para andar por casa, pero cuando, de alguna manera, lo que se pone en juego es el prestigio de la nación, aunque se trate de un tema tan poco trascendente, sería conveniente que el Ministerio de Cultura, en lugar de tirar el dinero en subvenciones a los de la farándula y, en lugar de favorecer a los cuatro enchufados de la señora González-Sinde; tomara cartas en el asunto y se ocupara de que la canción escogida y su intérprete tuvieran la calidad precisa para que, al menos, no quedáramos en los últimos lugares de la tabla.
Cuando podemos observar como se tiran los millones de euros en banalidades, en ayudas a los amiguetes de los gobernantes, en dotaciones multimillonarias a los Sindicatos y a promocionar películas, la mayoría de las cuales no consiguen cubrir gastos y otras que, ni tan siquiera llegan a exhibirse; deberíamos preguntarnos si, de verdad, los que nos gobiernan tienen idea de hacia donde vamos y, como quieren dejar España a los gobiernos que los van a suceder; porque, a la vista de lo que está ocurriendo, ante tamaños desvaríos y degradación de las costumbres, mucho nos tememos que entre los “ni,ni”, los progres, okupas, antisistemas y demás grupos de “rarillos” y vividores, que se están convirtiendo en plaga, vamos a dejar a los que nos sucedan una España hecha unos zorros.
Miguel Massanet Bosch