Martín PRIETO (Publicado en La Razón.es, aquí)
El ministro de Trabajo, Celestino Corbacho, evoca la fonética rusa, pero poco estatalista nos ha salido con sus consejos: háganse un plan de pensiones privado. Socialismo descafeinado y sin sabor.
Siempre he sostenido que el mejor plan de pensiones es morirse a tiempo, pero sucede a veces que un Dios poco compasivo nos prolonga la vida. Al ministro de Trabajo Celestino Corbacho, que tiene apellido con fonética rusa, injustamente me lo imagino como director general del Gulag.
Este caballero fue durante 14 años alcalde charnego y socialista de Hospitalet de Llobregat con fama de eficaz y peso pesado en la política catalana. Las malas lenguas estiman que otro emigrante como el presidente Montilla se lo quiso endosar como ministro a ZP. Igual que Manolo Chávez cuando presidía la Junta de Andalucía despachó a La Moncloa a un ramillete de chicas que resultaban insoportables, como Maleni Álvarez, Carmen Calvo o Bibí Aído.
Corbacho debe pertenecer a los que creen que nuestra pensión es un regalo del Estado benefactor y desanima a los inmigrantes pidiéndoles que tachen España como su destino; este caballero se olvida que tanto él como su familia tuvieron que emigrar de su Extremadura natal. Peor que Le Pen.
Los gobiernos, señor Corbacho, contratan un pacto con sus trabajadores de sus fondos de reserva y es una estafa perseguible judicialmente que quieran elevar la edad de jubilación a los 67 o 70 años (celebraremos el «Día del Matusalén Trabajador») o bien que nos inciten a la autocontratación de un plan de pensiones o tener un seguro de salud privado. Para eso todos nos hacemos diputados, senadores o ministros y cobramos dos pensiones como Zapatero a cargo de los presupuestos generales. Así los tributos acaban convirtiéndose en una exacción favorable sólo para un grupo selecto de privilegiados que dicen representarnos.
Tras él vendrá el copago de la sanidad pública porque no habrá dinero. Y a eso le llamaremos Estado de Bienestar Personalizado. Los suecos no se enteraron a tiempo de lo que significa «el nuevo socialismo ibérico»; la ministra de Sanidad se dedica a dilapidar nuestro dinero en la compra innecesaria de miles de dosis de vacunas contra «la pandemia de gripe A» que nunca existió y venderlos a precios de saldo; o lo de Bibí repartiendo mapas del clítoris y los labios menores.
Los demás a financiar nuestra vejez en la empresa privada, si podemos y espero que al menos nos ofrezcan jovenzuelas…
LA FAMA DE LOS POLÍTICOS
Me llamaron un día a Berlín para avisarme que el Grupo Parlamentario Socialista, encabezado en ese momento por Carlos Solchaga y José María Mohedano, hoy ambos en sus negocios, pretendían encausarme penalmente por injurias a los Diputados del Congreso de los Diputados. Había escrito dulcemente que Sus Señorías hacían «la Carrera de San Jerónimo», y los muy susceptibles se tuvieron como peripatéticas, como si yo no respetara a las putas. El presidente Félix Pons paró aquel despropósito. Otro que tal. Exigió un palacete como residencia y entre sus gastos de representación le pasaba al Estado la factura hasta del papel higiénico, como si en su Mallorca natal se limpiara el traste con una piedra.
Se pide que la clase política trabaje más y que suspendan tantos periodos de vacaciones. Grave error de apreciación. Durante los gigantescos apagones en Nueva York y Washington DC, que propiciaron un «baby boom» por no saber qué hacer, se paralizó la Administración americana, y, al tiempo crecieron todos los índices económicos, demostrando que EE UU funcionaba infinitamente mejor sin Gobierno. Si cierra el Congreso seguro que se firmarían los fantasmales Pactos de Zurbano. Para los ciudadanos de a pie los políticos son su tercera preocupación. Claro.