Es posible que, a mi edad, ya no esté en condiciones de comprender ciertas cosas, de adaptarme a los nuevos tiempos y costumbres e, incluso, que no sea capaz de asimilar las nuevas filosofías que hoy mueven a mis conciudadanos a mantener determinados comportamientos y conductas, diametralmente opuestos a los que se me enseñaron cuando estaba en la edad de aprender, entender y conocer los valores fundamentales por los que se debe regir cualquier sociedad humana. Es evidente que los tiempos de Montesquieu y de los tres poderes diferenciados, sobre los cuales se debía fundamentar cualquier Estado moderno en el que, la vigilancia mutua entre ellos, garantizase la recta aplicación de las normas por las que se debería regir cualquier colectivo humano, reunido en forma de sociedad democrática, han pasado de largo perdiéndose en la nebulosa de los tiempos; siendo sustituidos por nuevas ideas destinadas a permitir la liberación de trabas morales, frenos éticos o costumbres ancestrales por nuevas ideas, pensamientos rebeldes, anarquismos intelectuales y filosofías ad hoc, basados en el relativismo sobre lo que son el bien y el mal para cada individuo, como nuevas formas de entender, de innovar y de dar carta de naturaleza a lo que debe ser, para algunos, una sociedad moderna, a gusto de aquellos que se denominan, a sí mismos, progresistas.
Por ello, no me avergüenzo de confesar que siento vergüenza propia y ajena, por lo que está sucediendo en esta tierra. Me es imposible reconocer en este país a aquella España unida, orgullosa de su historia y su cultura, defensora de sus valores, valerosa e implacable con aquellos que pretendiera menoscabarla, ofenderla o doblegarla. No veo en estas gentes que me rodean, afanadas en satisfacer su egoísmo, inmersas en sus ambiciones personales e insensibles a lo que ocurre a su alrededor; a los descendientes de aquellos patriotas que se levantaron contra los mamelucos de Napoleón o fueron capaces de emprender gestas históricas, como el descubrimiento de América; incluso, si me apuran, a aquellos bravos luchadores, de los dos bandos de la Guerra Civil española, que puede que estuvieran equivocados en sus ideas, pero que supieron demostrar su valor y coraje de españoles en las trincheras y en el cuerpo a cuerpo, sin diferencia en cuanto a valentía, entre rojos y azules.
Cuando tenemos que escuchar que nuestros soldados en Afganistán dejan solos a los compañeros del ejército afgano que luchan a su lado contra los talibanes, para replegarse a un lugar más seguro y debemos avergonzarnos de que, desde los mismos mandos americanos, se tache a nuestras tropas de inhospitalarios, ladrones, e indisciplinados. Si no fuera porque somos conscientes de la transformación que ha experimentado nuestro Ejército en manos de los socialistas y la labor demoledora que viene practicando la ministra Chacón, al frente del ministerio de Defensa y, a la vista de la tibia reacción de dicho ministerio ante las acusaciones americanas; nos hubiéramos levantado al unísono, para protestar por tales imputaciones y hubiéramos tachado de embusteros y falaces a los que se hubieran atrevido a desprestigiar a nuestros soldados. Sin embargo, no osamos hacerlo. Nos barruntamos que, los americanos, puede que no mientan y tememos que las tropas destacadas en dicho país han ido allí engañadas, pensando que iban en misión “de paz” y, cuando han visto que la paz se convertía en minas, granadas, obuses y balas de grueso calibre, se han quedado desconcertadas, pensando que no estaban allí para luchar, si no para ayudar a darles biberones a los niños afganos. Un ejército que, cuando un soldado muere, las familias salen a la calle a protestar por haberlo puesto en peligro frente a sus enemigos, ya podemos suponer lo que se puede esperar de él; un ejército en el que la mayoría de los enrolados sólo piensan en la paga que deben recibir a fin de mes y en el que se han inscrito una multitud de inmigrantes como remedio ante el hambre, no es, sin duda, aquel del que se sentiría confiado y orgulloso un general que deba dirigir una batalla.
Pero, lo que más me alarma, señores, no es sólo que el gobierno socialista que padecemos haya puesto a España del revés y la haya vaciado de todos aquellos valores de los que, durante siglos, constituían la quinta esencia del acerbo moral de nuestro pueblo para, sólo en seis años, convertirlo en algo parecido a una masa de zombis, desprovistos de iniciativa, con la mente absorbida por las doctrinas de la EpC, sin ideas propias y preocupados solamente por lo inmediato, el placer del momento, la vida muelle, eludir responsabilidades y entregarse al hedonismo; sin aceptar límite ni cortapisa a las libertades propias y despreocupándose de las necesidades ajenas, cuando ello representa una incomodidad o una molestia para quien debiera hacerlo. No me repliquen con la hipocresía de que, cuando se produce un suceso de índole extraordinaria todo el mundo arrima el hombro, porque todos sabemos lo que influye en determinados miembros de la colectividad estas campaña, aparentemente altruistas, de gentes de la farándula y presentadores de TV, donde se recogen unos millones de euros porque, si se comparan estas donaciones de unos pocos con lo que representa la mayoría del pueblo español que no contribuye, sólo sería una paja en un pajar.
Es en lo cotidiano donde se puede comprobar esta falta de empatía con los demás; la cobardía de la gente ante un hecho que piense que le pueda causar problemas si interviene; la indiferencia, si no morbo, con la que nos enfrentamos a accidentes, robos, malos tratos o cualquier otra situación límite, en la que podamos vernos involucrados. El ejemplo lo tuvimos, hace unos años, cuando una muchacha inmigrante fue agredida inopinadamente, sin provocación alguna, indefensa y a merced de su atacante, un chico joven y fuerte, que se cebó con ella hasta dejarla magullada, herida y horrorizada; mientras los hechos eran contemplados, con fría indiferencia, por el resto de pasajeros del vagón de metro en el que tuvo lugar el suceso. Pero es que, solo hace unos pocos días, ha vuelto a reproducirse un suceso semejante que nos ha acabado de convencer de la falta de sensibilización de la ciudadanía, cuando se encuentra frente a un hecho ante el cual, por la causa que fuere, prefiere mantenerse impasible. Otra vez, una joven, fue vilmente atacada, golpeada hasta hacerla sangrar y humillada, por una serie de estos mozalbetes que, amparándose en su menor edad penal, la emprendieron con ella en otro vagón de metro que, en esta ocasión, estaba lleno de viajeros, ninguno de los cuales tuvo el valor, la hombría y la caridad de acudir en su ayuda e intentar librarla de sus atacantes.
Me asusta, señores, pensar hacia donde nos va a conducir este nuevo sesgo tomado por la sociedad fruto, sin duda, de los cambios que la mentalidad de la ciudadanía ha venido experimentando bajo el adoctrinamiento intensivo, implacable y sectario de un Gobierno, empeñado en darle la vuelta a nuestros antecedentes culturales, religiosos y éticos; empezando por imbuir en nuestra juventud de un rechazo frontal a todo lo que pudieran constituir cortapisas a una supuesta inviolabilidad de sus libertades, empezando por enfrentarla a su familia, fomentando la pérdida de autoridad de maestros y profesores y menoscabando cualquier incentivo basado en el trabajo, la excelencia, el estudio y el esfuerzo, en favor de una subordinación total al Estado, a seguir sus impulsos y a vivir a costa de él; como se demuestra en las encuestas, en las que gana por goleada la opción de aspirar a ocupar un puesto de funcionario público. Este es, señores, el triste panorama de nuestra vieja España.
Miguel Massanet Bosch