Ya sabemos que España ha sido y continúa siendo tierra de extremismos. Será por el carácter meridional, por nuestro clima mediterráneo o por la mezcla de sangres que hemos heredado de los distintos pueblos invasores, que han configurado el mapa antropológico de los actuales ciudadanos españoles. El caso es que somos un pueblo temperamental, impulsivo y que nos inclinamos, con inusitada facilidad, de un platillo al otro de la balanza, sin que consigamos estabilizarla en el fiel de la moderación, el sentido común o el punto de encuentro deseable entre dos tendencias o posicionamientos distintos. De ahí la conveniencia de que, quienes tengan la tarea de gobernarnos sean personas ecuánimes, sensatas y conocedoras de las virtudes y defectos de nuestras gentes; actúen procurando no dar pábulo a extremismos, sectarismos, intransigencias, dogmatismos y toda esta serie de “ismos” que puedan ocasionar, si no se controlan debidamente, explosiones de rechazo, excesos , intimidaciones, adoctrinamientos y toda clase de imposiciones y cortapisas a la legítima libertad de los ciudadanos a ejercer sus derechos constitucionales, sin que la excesiva intervención estatal en su vida privada y en sus derechos, puedan llegar a convertir al Estado en una especia de carcelero, o estado policial, donde el libre albedrío de la población quede subordinado a las arbitrariedades de sus gobernantes.
Por desgracia para España y los españoles, el último gobierno elegido legítimamente por los resultados de las urnas, nos ha traído, bajo la capa de la democracia, a un Gobierno que, cada día más, nos está mostrando sus tendencias totalitarias y su empeño en resucitar viejos tiempos que ya creíamos superados, en los que, los gobernantes, en lugar de velar por el crecimiento económico de España, el respeto por las instituciones, el cumplimiento de las leyes y el mantenimiento del orden en las calles; se emplearon, fundamentalmente, en la labor de derogar el sistema económico y social existente, utilizando para ello métodos jacobinos, lo que produjo una ola de enfrentamientos de clases que se inició con la promulgación de leyes injustas y partidistas y acabó a tiros. Esta etapa comenzó con la entrega de armas a unos anarquistas que odiaban a la sociedad, que se entregaron a una orgía de asesinatos indiscriminados, especialmente a aquellas personas con las que tenían deudas pendientes o podían desvalijar, y concluyó con la eliminación sistemática, a cargo de los comunistas dirigidos por Moscú, de todos aquellos que consideraban enemigos del proletariado, los ricos y los frailes, independientemente de que se trataran de personas honradas y ajenas a la vida política.
La doble vara de medir del señor Zapatero la hemos podido comprobar cuando ha acusado, aparentando una gran defensa de la legalidad, con gran pompa y solemnidad, a la señora Aguirre por haberse mostrado dispuesta a luchar en contra de la aplicación del IVA; argumentado, escandalizado, que la Presidenta de la Comunidad Madrileña iba en contra de lo acordado en el Parlamento ( cuando todavía no se había ratificado la ley) y, sin embargo, el Gobierno que él dirige hizo oídos sordos a un acuerdo, del mismo Parlamento, en el que se le pedía que suprimiera los ministerios de Cultura, Vivienda e Igualdad y que redujera los altos cargos. ¿En qué quedamos, señor ZP, se deben o no seguir los acuerdos parlamentario o sólo en los casos en que le convenga a su Gobierno?
Pero la que está batiendo todos los records imaginables en cuanto a actuaciones impulsivas, sectarias, demenciales y, por añadidura, excediéndose de forma escandalosa en las atribuciones conferidas a su ministerio; es la inefable señora Bibiana Aído. Si empezamos por valorar su respuesta a la señora Aguirre –cuando puso en cuestión la necesidad del ministerio de Igualdad y lo consideró manifiestamente prescindible – en la que la criticaba porque no “cree en la igualdad de oportunidades y, por tanto estiman que no es necesaria defenderla”, deberíamos comenzar por poner en cuestión su nombramiento para el puesto que ocupa. Según sabemos esta señorita, sabidilla y marimandona, es hija de buena familia, su padre es uno de los peces gordos del PSOE y fue el señor ZP quien, utilizando el sistema conocido como “a dedo”, la designó para el puesto de ministra de un ministerio que nadie sabe cual es su finalidad, a no ser que lo de igualdad se refiera a ser la oficina establecida por el Gobierno para favorecer, con todo descaro y con cientos de miles de euros, al colectivo feminista. ¿Usted cree que era la persona más preparada, con mejores antecedentes, con más méritos y suficiente experiencia para el cargo que ocupa o piensa que, quizá, hubiera cientos de personas que se lo merecían más que usted y sólo se debe a la endogamia, clientelismo, caciquismo y, en especial, el patronazgo político del partido el que el señor Rodríguez Zapatero la eligiera para ministra? Esta defensa a ultranza de la “igualdad de oportunidades” no sé como no se ha aplicado a los miles de casos en los que se ha dado empleo a señores por el mero hecho de pertenecer al PSOE, evitando las oposiciones, los concursos o los currículos de los aspirantes.
Lo que ocurre con esta señora es que, como el mismo Zapatero, son un peligro para el resto de ciudadanos, debido a su obsesión feminista que llega a ser enfermiza; de modo que, para ella, la igualdad nada más rige cuando se trata de mujeres y, por ello, no tiene objeción alguna cuando se pone en práctica la llamada discriminación “positiva”, un invento para modificar el artículo 14 de la Constitución por aquellos que quieren moldearla a su conveniencia. La señora Aído debiera de ser incapacitada para su cargo por su evidente fobia hacia el sexo masculino y sus peligrosas veleidades, que la han llevado a elevar al Parlamento una ley del aborto, camuflada de salud sexual para la mujer, por la que ha convertido un evidente delito en un derecho ¡algo insólito en la historia del derecho penal! No contenta con ello, sigue intentando modificar el diccionario de la RAE para complicar todavía más la gramática, con un lenguaje ad a.C. par satisfacer al feminismo. Por ejemplo no basta para la Aido decir “los jóvenes”, con cuya expresión ya se entiende que es ambivalente para chicos y chicas, sin embargo, según la recomendación del ministerio de Igualdad para que no se use un lenguaje “sexista”, se debería decir: “los jóvenes, de uno u otro sexo” con lo cual, a la vez que cometemos redundancia, complicamos el idioma en contra de la economía del lenguaje. Todo lo contrario del inglés americano que ha simplificado al máximo el más elaborado inglés de la metrópoli. Ni es misión de la Aído decirnos como debemos expresarnos, ni está capacitada para entrometerse en temas del lenguaje ni nadie le ha encomendado el obligar, como pretende, imponer un lenguaje feminista a los funcionarios del Gobierno. Si ella quiere decir miembro y “miembra”, está en su derecho, como lo estamos los demás de reírnos de su incultura. Como no podía ser de otra manera. la RAE ya ha salido al paso de esta patochada poniendo los puntos sobre las íes.
No quiero concluir sin dejar constancia de la última sandez de la ministra Aído que, en su intento de convertir el feminismo en algo más que una reivindicación de igualdad de oportunidades, o sea, en algo así como un ente político, una especie de partido exclusivo de mujeres y dar a la ideología feminista un entronque histórico, pretende introducirla como una asignatura troncal, que deberá estudiarse en las universidades. Demencial, señores; faltará ver lo que piensa el señor Gabilondo de esta nueva asignatura. Lo que pensamos los demás es que es, cada vez es más urgente, librarnos de este ministerio fantasma y de la Gran Maestre feminista, Bibiana Aído.
Miguel Massanet Bosch