Mariam Budia (Publicado en Estrella Digital, aquí)
En esta realidad virtual llamada Occidente proliferan programas televisivos en los que el morbo, el insulto y la desfachatez polimorfa se reflejan a diario en el espejo de nuestros salones. Son espacios en los que la integridad se sostiene mediante la pronunciación de un vocablo omnipotente y ubicuo -la palabra en cuestión parece deambular por todos los canales y en muchas bocas a la vez-, un adverbio prodigioso cuyo silabeo propicia la catarsis colectiva: presuntamente.
Los espectadores podemos decidir cómo disfrutar de nuestro tiempo ante los televisores y utilizar el control remoto como mejor nos convenga; no obstante, en el caso concreto de España, el problema es que la chabacanería, el embeleco y el delito son formas propias de nuestra tradición picaresca, más o menos novelada, que se adentran en el subconsciente apartando cualidades anticuadas, por ejemplo, el esfuerzo intelectual y el respeto.
Existe un Código de Autorregulación sobre Contenidos Televisivos e Infancia cuyos principios básicos son sistemáticamente vulnerados por las cadenas, incluso aquellos espacios que parecían mantenerse alejados de estas fruslerías sociales -cuestiones insustanciales en cuanto a su valor y no tanto en lo tocante al daño que generan-, programas que no respondían a la provocadora guerra de audiencias, ahora representan, desde mi punto de vista, ejemplos palmarios de este momento social en el que el comercio lo satura todo. Me estoy refiriendo a los telediarios, esos espacios cuyos contenidos se introducen, sibilinamente, en nuestras casas.
En tiempos pretéritos los noticiarios perseguían mostrar la actualidad nacional e internacional con rigor informativo. En la actualidad, poco queda de aquel halo de prestigio que irradiaban, pues han sucumbido a los mercadotécnicos ardides de las operaciones comerciales. En ellos aparecen noticias propias de programas del corazón, se muestran cuerpos destrozados por bombas y metralla, alimentan los temores de la población creando alarmas innecesarias, dedican gran parte de su tiempo y del nuestro a la promoción de productos o servicios y a introducir en nuestras casas modelos y estrellas cinematográficas a quienes emular, incluso han llegado a hacerse eco de burdos montajes recogidos de internet. Pero a casi nadie parece importarle, llevan tanto tiempo formando parte de nuestra cotidiana existencia que apenas nos percatamos de los contenidos que muestran. ¡Bienvenidos a la era digital!
Los informativos son puro marketing y vísceras.
(Por cierto, se llama Mariam y no Miriam, creo)