CARTA DEL DIRECTOR PEDRO J. RAMÍREZ:
Querida tía Amnis:
(Publicado en El Mundo-e-pesimo Auxiliar 1, aquí)
Te recuerdo como eras -esbelta, elegante y generosa- en aquel otoño del 77 en que nos visitaste. Había oído hablar de ti desde hacía un par de años. Primero vagamente en los círculos semiclandestinos de la izquierda. Luego a través de las proclamas de la Junta Democrática. Eran el PCE, el Partido de los Trabajadores, Comisiones y el PSP de Tierno -ahí es nada- los que pedían que vinieras. Según uno de sus portavoces, «la Junta hizo suya esa aspiración y la proclamó a los cuatro vientos». Al final se te llamaba a grito pelado por las calles, en los estadios y en las plazas. La gente coreaba machaconamente tu nombre en un continuo interminable. Era de escalofrío: decenas de miles, centenares de miles, a veces un millón de personas proclamando que te necesitaban. Las sílabas se montaban unas sobre otras y a veces pasaban unos segundos antes de que quedara claro que se referían a ti: «¡Amnis-tía, amnis-tía, amnis-tía-Amnis-Tía-Amnis-Tía-Amnis…!».
En ese momento tú eras la consigna, la bandera, el emblema que lo llenaba todo. ¡Cuánto deseábamos que llegaras! Habíamos sido una familia desdichada y maldita. Nos había tocado vivir en casa tantas malas experiencias durante tanto tiempo que tu mito no cesaba de crecer con el contraste. Fíjate si teníamos mala opinión de nuestros demás parientes que ya sólo nos referíamos a ellos como a los «demonios familiares». Por su culpa -y de eso nos dábamos cuenta apenas salíamos de España- el mundo civilizado nos había condenado al cubo de los desperdicios.
Tú eras la única de la familia de la que no tendríamos que avergonzarnos nunca. Eras una mujer de mundo, habías recorrido todos los confines de la tierra, se hablaba de ti en los mejores libros de Historia. Yo seguía tus andanzas como las de una estrella de cine. Desde que ayudaste a Trasíbulo a evitar el derramamiento de sangre en Atenas tras su victoria sobre los Treinta Tiranos hasta cuando cerraste, mano a mano con Andrew Jackson, las heridas de la Guerra de Secesión americana, igual que harías después en Sudáfrica colaborando bien a gusto con Mandela. También me di cuenta de que cuando Azaña hablaba en Barcelona en julio del 38 de «Paz, Piedad y Perdón» no hacía otra cosa sino pensar una, dos y tres veces en ti.
Además, enseguida se supo que la divina Libertad -estrella entre las estrellas- y tú erais amigas de toda la vida y que había un galán ambiguo pero de aspecto como muy cercano, llamado Estatut de Autonomía, con el que de momento os llevabais bien. Y claro, ya metidos en gastos, nos pusimos pesados hasta que conseguimos que vinierais los tres. Reconocerás que, con el Rey y Adolfo Suárez a la cabeza, hicimos un gran esfuerzo para que en España os sintierais a gusto. Liquidamos la dictadura, legalizamos todos los partidos, incluido el comunista, convocamos elecciones generales, arrinconamos en sus 16 escaños a los nostálgicos de AP que os miraban con malos ojos y nos comprometimos a hacer una Constitución aceptable para todos.
Entonces llegaste tú, aquel inolvidable 15 de octubre del 77. Yo tenía 25 años y debo decirte que nunca nadie -pero nadie, nadie- me había causado tanto impacto. Todavía me acaricio la comisura rugosa de la cicatriz de aquel flechazo. ¡Cómo he comprendido después a Graham Greene o a Vargas Llosa! Desde ese día siempre soñé con viajar contigo, con poder ser tu «escribidor». Ninguna Mrs. Robinson, te lo digo ahora, tía Amnis, ha podido llegarte nunca a la altura de la media semienrollada sobre el muslo. Sobre todo porque, como escribió el entonces comunista Ramón Tamames, «sin la amnistía… no habría venido la democracia».
Sí, yo era aquel joven reportero que te miraba embobado y se olvidaba hasta de tomar notas a medida que ibas comunicándonos unos deseos que para nosotros eran órdenes. Unas órdenes cargadas de dificultad -y de mérito- pero a la vez de magnetismo idealista. Nos dijiste: «Quedan amnistiados todos los actos de intencionalidad política, cualquiera que fuese su resultado, tipificados como delitos y faltas, realizados con anterioridad al día 15 de diciembre de 1976». Enseguida nos dimos cuenta de que cuando hablabas de «intencionalidad política» te estabas refiriendo a todas las coartadas, a la vez complementarias y antagónicas, de todos nuestros desvaríos colectivos; y que cuando utilizabas ese otro eufemismo -¡«cualquiera que fuese su resultado»!- estabas tapando con la sábana del pudor y del perdón los cadáveres de miles de víctimas de crímenes horrorosos.
Fuimos conscientes de que eso suponía renunciar a imponer justos castigos tanto a los torturadores franquistas que seguían en sus casas como a los chekistas que hubieran vuelto del exilio, tanto a los asesinos de Víznar como a los de Paracuellos, tanto a los pistoleros de Montejurra como a los mucho más numerosos y mortíferos de ETA, el FRAP o el GRAPO. No iba a haber reparación punitiva para las víctimas de la dictadura, pero tampoco para la familia de Carrero, las de los destrozados por la bomba de la cafetería Rolando o las de tantos y tantos policías y civiles.
Pero aun nos obligaste a más. Enseguida nos advertiste de que ese esfuerzo de generosidad no sólo nos lo pedías en relación al pasado, sino también sobre el presente. «Quedan amnistiados -dijiste para que no cupiera el menor equívoco- todos los actos de la misma naturaleza realizados entre el 15 de diciembre de 1976 y el 15 de junio de 1977, cuando en la intencionalidad política se aprecie además un móvil de restablecimiento de las libertades públicas o de reivindicación de autonomía de los pueblos en España».
En la práctica eso ya implicaba un criterio de discriminación para ese intervalo sangriento que medió entre el referéndum para la reforma política y las primeras elecciones generales. No hubo perdón -y me alegro- para los asesinos de los laboralistas de Atocha, pero sí -y lo siento- para los crueles verdugos de Javier Ibarra y otras víctimas de ETA durante esos meses; y, de entrada, para los criminales sádicos que colocaron la bomba que le estalló, adherida al pecho, al industrial José María Bultó. Es más, seguro que te acordarás de que a los tarados infames que hicieron eso les detuvieron, les aplicaron tu artículo segundo, les pusieron en libertad y repitieron su espantosa jugada con el matrimonio Viola. Luego les volvieron a detener y el Supremo revocó la aplicación de la amnistía; ¡pero a buenas horas, puñeteros!
Sabíamos que tus medidas iban a tener un coste directo e inmediato pues se renunciaba a ejercer la acción penal en casos cuya vileza clamaba al cielo desde hacía treinta o cuarenta años y en otros en los que apenas si había dado tiempo a retirar los cadáveres del monte o de la acera. También podíamos imaginar que seguiríamos pagando durante algún tiempo un precio por poner en libertad o dejar de perseguir a tantos asesinos a la vez, pero no pensamos que fuera a ser tan grande. Hasta 1.232 miembros de ETA y sus aledaños se beneficiaron de aquella medida de gracia. Pues bien, según un estudio publicado en ABC en enero del 96, nada menos que 676 volvieron a cometer delitos terroristas. Entre ellos estaban los que fueron jefazos de la ETA Txomin, Pakito o Iñaki de Rentería, el miembro del comando Madrid Makario o aquel Caride Simón que luego colocó la bomba de la masacre de Hipercor.
Es imposible no comprender, no acoger con infinito respeto y solidaridad, la indignada queja de quienes como la hija del comandante Velasco, alegan todavía que si tú no hubieras venido en el 77, sus seres queridos estarían vivos: «¿Qué puede sentir una persona cuando se entera de que el asesino de su padre, marido, hijo o hermano ha podido cometer su crimen porque el Estado le sacó de la cárcel por considerar que sus delitos eran políticos?».
No trato pues ni de dorarte la píldora, ni de decir que fueras perfecta. Tu llegada a España supuso también renuncias graves, desgarramientos dolorosos y mermas terribles. Pero en conjunto, y entiendo lo difícil que eso resulta de aceptar para las víctimas concretas al margen de quienes fueran los verdugos, tu aportación fue decisiva porque dibujó prodigios, difuminó a los dos bandos, dio una oportunidad a la paz y permitió que la inmensa mayoría de los españoles nos fundiéramos en ese emocionante abrazo de aquel cuadro de Juan Genovés que a ti tanto te gustaba. No sé si leíste el blog que le dedicaba el otro día Pedro Cuartango…
Fue un abrazo metafórico, pero también real y fotográfico. A los diez días de tu llegada se abrazaron los firmantes de los Pactos de la Moncloa. Al año siguiente se abrazaron Fernando Abril, Alfonso Guerra y los ponentes de la Constitución del consenso. Un poco después se abrazaron Fraga y Carrillo, Carrillo y Fraga, nada más y nada menos. Hasta los himnos más feroces iban cambiando de letra: «Abracémonos todos en el pacto inicial y se alza esta España que ya es cons-titu-cional». Se me ha ocurrido ahora. ¿A que rima bien?
Y así, de abrazo en abrazo, fueron pasando los años. Superamos un golpe de Estado, los peores embates del terrorismo -incluida la guerra sucia- y la corrupción. Entramos primero en Europa y luego en la Moneda Única. Alcanzamos tal nivel de estabilidad y bienestar que un gobierno de derechas ganó unas elecciones por mayoría absoluta. Ya te he contado alguna vez cómo esa noche de marzo del 2000 Aznar me dijo que aquel día «se había acabado la guerra civil como argumento político».
Bien, ya ves por las revistas que a ése se le da mejor el body building que la futurología. En 2004 pasó lo que pasó -nadie sabe todavía muy bien qué- y llegó al poder un espécimen del «gótico tardío leonés» que decía Umbral. No es un mal bicho, pero entre la obsesión por lo del abuelo y su tendencia a creerse al mismo tiempo el primer hombre sobre la Tierra y la última Coca Cola del desierto, pues no ha hecho más que crear problemas en lugar de resolverlos. Una de sus peores ocurrencias ha sido la de la Memoria Histórica, contradicción donde las haya. Tú mejor que nadie sabes lo emocional que es siempre la Memoria y lo desapasionada que ha de ser la Historia.
O sea que la escena estaba servida para que un juez trepa y sin escrúpulos montara la actual campaña contra ti. Mira, es un cara, un fulano que se forra con los derechos humanos y anda siempre de turismo a costa de la jurisdicción universal, mientras desatiende el juzgado, excepto cuando puede abalanzarse sobre cualquier sumario glamoroso que circule por la Audiencia. Si hubieras visto cómo le quiso tomar el pelo el otro día a un magistrado del Supremo, declarando ante él que enviarle «propuesta y presupuesto» a un banquero no es pedirle dinero, entenderías la profunda inmoralidad de la emboscada que te está montando con ayuda de alguno que en su día te hizo mucho la pelota.
Dicen que nunca debiste venir a España, que sólo serviste para tapar los crímenes de la dictadura y que todo lo que el Parlamento decidió hacer en tu nombre por abrumadora mayoría ha de quedar anulado por la aplicación torticera de unos convenios internacionales. Pero este «juez trinqueador» y quienes le apoyan son tan sinvergüenzas que ni siquiera cubren las apariencias pidiendo que se reabran todas las fosas, que se persiga a todos los culpables y que se proteja a todas las víctimas. No, siempre están tuertos del mismo ojo. Ni Paracuellos, ni Hipercor, ni los Bultó, los Viola, los Ibarra o la hija del comandante Velasco merecen jamás una sola línea en su palinodia unidireccional. Sólo van contra el franquismo; y franquistas somos todos los que no pensamos como ellos. Igual que hacían los jacobinos, igual que hacían los nazis, igual que hacían los estalinistas, igual que hacían los verdaderos fascistas. La suya es la democracia de partido único, la justicia de banquillo único, el periodismo de zurriago único.
Repiten, a estas alturas, la tontería del «no pasarán». Pues yo te digo que sí pasaremos; es decir que claro que pasaremos de largo delante de su tenderete de tópicos, falsificaciones y rencores. La inmensa mayoría de los españoles no estamos en eso. Hay un rebrote insignificante de la ultraderecha parlanchina, pero la gente no está por volver a las andadas ni siquiera en lo más hondo de la crisis económica. No tengo el gusto de conocer al magistrado Luciano Varela, pero es para estar orgullosos de que en el Supremo haya gente así. Oye, un tipo que no le pide el ADN ideológico al que llama a la puerta de la Justicia y sólo se ciñe a la ley. Es la antítesis del otro. Alguien capaz de decir: detesto sus ideas pero daría mi toga para que se le tratara a usted con equidad. Funcionarán las instituciones. Los problemas de la democracia, los resolverá la democracia.
Total, tía Amnis, que no te lleves berrinches por culpa de quienes no te llegan ni a la caña del tacón. Que sepas que marcaste nuestras vidas para bien y que nunca nos olvidaremos de ello. De momento hoy vamos a recordárselo a los colegas más amnésicos con ayuda de El Abrazo. Sí, ya se que todos vamos cumpliendo años, pero los jóvenes están ahora en mejores condiciones de entenderte que nunca. Tal vez haga falta explicarles lo que pasó entonces, por qué hubo un antes y un después de que llegaras tú. Mira, mis hijos ya son mayores. Estudian y trabajan fuera. No, tú no los llegaste a conocer. Pero la próxima vez que los vea, que será pronto, les hablaré de ti. De lo que pasó entre nosotros hace 33 años. ¡Treinta y tres años, tía Amnis! Sí, es verdad… ya va siendo hora de contárselo todo. Con pelos y señales. ¡Pero qué señales!