(Publicado en ABC, aquí)
A medida que se filtran los contenidos de la inminente Ley de Libertad Religiosa promovida por la administración Zapatero, más semejanzas encuentro con la infausta Ley de Congregaciones Religiosas de 1933, uno de los detonantes de la Guerra Civil. ¿Por qué tanta prisa en promulgar una Ley de Libertad Religiosa en medio de una crisis que más bien requiere urgentes medidas económicas? Porque al gobierno socialista le conviene reagrupar el voto de las izquierdas, sacándose de la manga un presunto enfrentamiento religioso contra los sectores más ultramontanos de la sociedad.
Sin embargo, incluso aceptando que el espíritu de la Ley no pretenda otra cosa que garantizar la neutralidad religiosa de las instituciones públicas para no herir la sensibilidad de los fieles de otras confesiones o la sensibilidad de los descreídos que no tienen ninguna religión, me pregunto por qué no se demuestran los mismos escrúpulos a la hora de respetar la neutralidad política de las instituciones del Estado, de modo que no parezcan estar al servicio de los partidos que gobiernan, hiriendo así la sensibilidad de los que no han votado por esos partidos.
Si somos tan modernos para exigir que los Estados no tengan credenciales religiosas, deberíamos serlo también para exigir que los Estados no tengan credenciales partidarias. ¿Cómo es posible que un partido de gobierno entre a saco en el aparato estatal, quitando y poniendo testaferros dentro de una función pública que está al servicio de todos los ciudadanos? En una democracia seria y decente, los partidos deberían alternarse en el gobierno sin corromper la neutralidad de las instituciones del Estado. ¿Por qué la BBC es la más profesional de las televisiones públicas del mundo? Porque los partidos británicos jamás osarían profanar la neutralidad de un ente estatal? Cualquier comparación con nuestras amaestradas cadenas públicas sería una ofensa al intelecto, ya que Televisión Eespañola, Telemadrid, Canal Sur, Canal 9 u otras cadenas estatales o autonómicas, sirven de manera perruna a sus respectivos partidos de gobierno. Todavía estoy esperando que los aspirantes a la alcaldía de Sevilla declaren qué van a hacer con Giralda Televisión, pues todo aquel que no se comprometa a cerrarla se descalifica moralmente.
En un plano estrictamente ideal, lo que es bueno para las creencias religiosas debería ser igual de bueno para las creencias políticas. Por eso declaro que me ofende y me hiere que los gobiernos de cualquier partido político, desvirtúen y desnaturalicen las instituciones estatales y autonómicas, pasteleando con los cargos como si fueran prebendas. Y si la quisquillosa sensibilidad de una minoría de musulmanes, hare krishnas y budistas tibetanos justifica la promulgación de una ley capaz de encender la mecha de una guerra civil, con mayor razón hace falta una Ley de Libertad Política que garantice la neutralidad partidaria del Estado y consagre la financiación de los partidos por medio de los aportes de sus afiliados. Cualquier otra cosa me ofendería muchísimo, porque se me antoja intolerable soportar que las instituciones del Estado estén al servicio de partidos políticos en los que no creo y a los que no les daría ni un céntimo de mi bolsillo.
Si ese fuera el espíritu de la Ley de Libertad Religiosa, me pido una igualita de Libertad Política.