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La fabricación mediática del resentimiento político en Cataluña (por Carlos Martínez Gorriarán)

Publicada el julio 5, 2010 por admin6567
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(Publicado en El blog de Carlos Martínez Gorriarán, aquí)

Medios resentidos catalanes

Está dando mucho que hablar la distancia cada vez mayor de percepción política entre la sociedad catalana y el resto de la española. Al parecer, causa un gran asombro que la mayoría de los catalanes encuestados haga suyos los tópicos y prejuicios políticos del establishment que controla el cotarro en el Principado, a saber: la abrumadora mayoría de la clase política, la práctica totalidad de los medios de comunicación, y las asociaciones y entidades de toda clase, desde el fútbol-club Barça hasta Omnium Cultural -siniestra entidad sedicentemente intelectual-, pasando por patronales, sindicatos, etc. Todos ellos llevan treinta años propagando los mismos mitos identitarios y las mismas exigencias políticas de más y más autogobierno para Cataluña, sea ello posible y conveniente o no, quepa o no en la Constitución, choque o deje de chocar contra principios elementales de igualdad democrática y de racionalidad política e incluso económica. Y lejos de haberse ido generando una oposición cívica y política contra este penoso cultivo de la unanimidad, los partidarios del victimismo y de su explotación a toda costa no han dejado de crecer. Quizás sea ese el “hecho diferencial catalán” más acusado: la marginalidad y el ostracismo que sufren los disidentes y críticos, por moderados y razonables que sean y muy integrados socialmente que estén, de esa manía antidemocrática de hablar en nombre de Cataluña, como si esta comunidad fuera un rebaño donde todos quieren lo mismo, piensan igual, comparten idénticos sentimientos, sangran por la misma herida patriótica, y cuyos corazones laten con acompasada taquicardia bajo las sevicias del centralismo de Castilla (¡muchos hablan como si siguiera gobernando el conde-duque de Olivares!) Un caso no ya desusado en España, sino insólito en Europa fuera de algún reducto residual de las antiguas repúblicas soviéticas. Y ellos, que se creen los más europeos y moderno de todos…

Con semejante panorama, lo insólito y milagroso sería que en Cataluña existieran redes sociales y entidades políticas no ya capaces de ofrecer resistencia y oponerse a esa envenenada unanimidad –pues éstas sí que existen en el mundo cívico y también en el político-, sino que a día de hoy ofrecieran una oposición potente al nacionalismo obligatorio –al estilo del constitucionalismo en el País Vasco, que tanto admiran muchos catalanes- y constituyeran una alternativa seria a medio plazo en todos los campos. Porque uno de los éxitos más innegables del nacionalismo obligatorio catalán ha consistido en inocular el virus diferencialista incluso a los más fervorosos antinacionalistas, que se sienten tan incomprendidos y atacados por las fuerzas ajenas a Cataluña como esos nacionalistas que tanto deploran, y acaban repitiendo como loros idénticos análisis obsesivos centrados en el “nadie nos comprende porque no viven en Cataluña y no saben lo que es esto”. Esta perspectiva desviada está en la raíz del fracaso de algún experimento político muy prometedor que se desbarató apenas comenzado, de ahí la importancia de no recaer en el mismo error: crear un partido antinacionalista puramente reactivo que acaba reproduciendo lo que denuncia y se refugia en políticas de gueto.

Tan grave parece el panorama que muchos piensan que todo está perdido –el mismo Albert Boadella, sin ir más lejos- y que lo máximo que puede lograrse es aquello que José Ortega y Gasset llamó en célebre debate parlamentario en las Cortes de la República, en polémica con Manuel Azaña, la conllevancia con el “problema catalán”. Sin embargo, cosas más improbables hemos vivido, comenzando por la transición a la democracia a partir de la dictadura de Franco. Al igual que aquella nefasta dictadura, el monolitismo nacionalista catalán es el resultado de un cruce de intereses sociales y políticos de lo más tradicional con un sistema comunicacional, cultural y educativo férreamente controlado por el poder político. Así como en la última época de la dictadura franquista buena parte de la sociedad española –donde los demócratas activos eran una minoría marginal- seguía pensando que los comunistas tenían cuernos y rabo y que el resto del mundo atacaba a España por pura envidia y mala voluntad, así ahora el catalanismo social cree a pies juntillas que los centralistas españoles son el demonio y que atacan a Cataluña por pura maldad depredatoria. ¿Qué van a creer si es lo que oyen y leen todos los días al 98% de los portavoces oficiosos y oficiales de las instituciones catalanas, muchos desde que tienen uso de razón?

Para afrontar con éxito el mal llamado “problema catalán”, o el “problema vasco” o cualquier otro semejante, se debe comprender que en gran parte son problemas fabricados y cultivados con perseverancia obsesiva por quienes viven de gestionarlos. El propio Zapatero se apuntó con desvergüenza y ya legendaria torpeza a esa estrategia al prometer que lo que se aprobara en Cataluña sería aprobado en Madrid. Es indudable que calculaba poder sacar grandes beneficios políticos de la indecente impostura de ponerse al frente de la manifestación por la soberanía de Cataluña. Lo que ha conseguido a la vista está: poner el Estado de derecho al borde del abismo.

Veamos un ejemplo de cómo se crea ese estado unánime de opinión donde los efectos se convierten en causas y la pluralidad se falsea en unanimidad. Ayer mismo publicaba El País una triste encuesta que daba cuenta de la cada vez mayor diferencia de percepción entre los catalanes y el resto acerca del significado de la sentencia del TC. La mayoría consideraba que era una grave ofensa y agravio contra Cataluña. Pero había al menos un 39% de los encuestados que rechazaba ese punto de vista o tenía muchas dudas al respecto. A continuación, el periódico ofrecía lo que pretendía ser una muestra cualitativamente representativa del estado de opinión de Cataluña. Milagrosamente, ni uno sólo de los encuestados pensaba algo distinto de lo expresado por Montilla, Puigcercós o Mas: ¡absoluta unanimidad, sólo modulada por el grueso de la expresiones de victimismo (un industrial galletero tenía la caradura de afirmar que España considera a Cataluña una colonia que puede expoliar fiscalmente)! Y entonces, ¿Dónde estaba ese 39% que según la encuesta no comulga con las ruedas de molino del establishment? En El País del domingo no estaban, desde luego, y sobre todo no se les espera. ¡Ya pueden quedarse afónicos diciendo que piensan distinto! ¡Ay, qué sabrán ellos de lo que les conviene! Pero dirán que ese es el estado real y espontáneo de la opinión catalana. De la opinión fabricada e impuesta, pues sí. De la otra, que se hable lo menos posible. Así que ustedes me dirán si no es esperanzador y asombroso que, pese a todo, haya un 39% de catalanes que no se consideran atropellados por el TC.

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Juan Andrés Buedo: Soy pensionista de jubilación. Durante mi vida laboral fui funcionario, profesor, investigador social y publicista.
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