Desde mi dormitorio veo las ramas de un árbol, frondosas y cargadas de frutos, verdes todavía, pero, sin duda, la promesa de este magnífico ejemplar de Palo Santo, de que, este año, nos va a gratificar con una abundante cosecha de esta fruta mística a la que alguien tuvo la feliz idea de bautizar con el nombre del lignum crucis. Cuando maduren, bastará con sacar el brazo por la ventana para coger una de esas bayas rojas y carnosas para deleitarme con su suave sabor. Seguramente, quien tenga el humor de dedicarme un poco de su tiempo, estará pensando que, como suele ser habitual en mí, me estoy yendo por las ramas, pero les aseguro que sólo se trata de pereza. Si señores, en estas tardes de Agosto el sentarse ante el ordenador a pergeñar un artículo resulta, en ocasiones, una tarea ardua. Escasean las noticias y las ideas. Este calurosos mes del estío, es parco en novedades, propicio al letargo y pródigo en lo que se ha dado en llamar serpientes de verano que, raras veces, consiguen despertar el interés de los lectores; puesto que, aquellos que se ven obligados a continuar en el trabajo no están de humor para lo que no sea planear sus próximas vacaciones o, si ya las disfrutaron, lamentarse de que hayan pasado tan rápidas. Los que están en paro demasiado tienen con sus problemas económicos y los que las disfrutan, dedicados al ocio, no están dispuestos a desaprovechar ni un minuto de su tiempo de descanso en leer noticias, cuando saben que, en la mayoría de casos, van a servir para amargarles el resto de las que les queden por gozar.
La Justicia está paralizada; los políticos no tienen sesiones en el Parlamento a las que deban justificar que han asistido y, media España, permanece adormecida, como si la pesadez del bochorno veraniego se extendiere como un gas paralizante sobre la vieja piel de toro de
Si la señora Aído, en lugar de dedicarse a meter la pata en cada ocasión que se le presenta ( la última cuando dijo que Picasso, si viviera en esta época, no hubiera pintado sobre los toros); en vez de decir que los fetos antes de las 22 semanas no son seres humanos o, intentar destrozar la gramática española con sus ocurrencias (como aquello de “miembros y miembras”);se tratara de una ministra comme il faut y no una niñata mal criada como es; es posible que nos explicase cómo, en los tiempos que corremos, cuando el feminismo exige los derechos de las mujeres; se pide que se equiparen en todos los órdenes con el sexo contrario; se prescinda de las diferencias anatómicas que separan ambos sexos; se quiere que se dicten leyes de discriminación positiva para compensar a las mujeres de su “tradicional” sumisión a los hombres; cuando se solicitan cuotas que garanticen su igualdad en el mundo de la política o su presencia igualitaria en los Consejos de Administración de las sociedades mercantiles o se las quiera ver en oficios tradicionalmente considerados masculinos, como es el Ejército; se produce la singularidad de que nadie proteste, se rasguen las vestiduras, pongan en la picota o se levante una cruzada feminista contra aquellas que continúan “desprestigiando” al sexo femenino, dejando de lado el estudio, la formación, las carreras universitarias y la lucha contra el “acoso machista”, para seguir utilizando los métodos que, tradicionalmente, venía usando la mujer para conseguir asegurarse una vida confortable, una posición privilegiada en la sociedad o un puesto de vedette en el mundo del espectáculo.
Efectivamente, fíjense ustedes en las presentadoras de las TV’s; observen ustedes a las modelos, a las que no les importa enseñarnos todos sus atributos en las pasarelas y fuera de ellas; adviertan ustedes a las compañeras que se agencian los famosos, para lucirlas en público; constaten el repertorio de nuevas artistas de cine y TV o, percátense de todas las fulanas de lujo que venden su cuerpo a precio de oro a aquellos lilas que se dejan embaucar y, después de pasar revista a este muestrario, díganme el porcentaje que han hallado de chicas de aspecto desagradable; obesas ; de narices desproporcionadas o pechos exiguos, en fin, feas. No se necesitan grandes deliberaciones para concluir que, muy pocas o ninguna de las sometidas a examen, pueden incluirse dentro de este gremio, tan abundante entre la ciudadanía, pero tan escaso entre la jet de la alta sociedad, de mujeres adocenadas, vulgares, insulsas o repulsivas, que puedan considerarse del montón o poco atractivas.
Y aquí viene mi recomendación a la señor ministra de Igualdad. ¿Qué ha hecho usted, hasta ahora, para remediar semejante desigualdad? Es evidente que, en estos casos, a los que me he venido refiriendo, no existe una igualdad de oportunidades, no se respetan los principios de que: a la misma cultura, con la misma preparación o con idénticas habilidades debe existir un mismo trato para unas que para otras. Entonces, ¿cómo se consiente que, sólo las más favorecidas por la naturaleza, ocupen las preferencias de los hombres; sigan usando su sex appeal y sus marrullerías propias de las damas de antaño, para hacerse un lugar en la sociedad, asegurarse una vida acomodada y llevarse, de paso, a los hombres mejor parecidos, más ricos y más atléticos?. ¡Aquí, señoras feministas, hay algo que no funciona! Ya sabemos que, normalmente, las filas del feminismo más recalcitrante suelen estar nutridas por aquellas damas que menos tienen que agradecer a la naturaleza, respecto a su aspecto externo, pero… ¡Qué me dicen ustedes de sus virtudes ocultas, de sus esfuerzos para establecer la igualdad entre los dos sexos; de sus desprecios por el sexo contrario; de sus atuendos hombrunos y su voz engolada, para disimular el timbre de voz femenino! La señora Aído ha tenido abandonada esta faceta y, es preciso que ponga manos a la obra, exigiendo, desde ahora, que los modistos presenten en sus pasarelas a mujeres guapas y feas, en la misma proporción; que en la películas españolas el galán no se acueste siempre con las más guapas y que deba hacerlo, una de cada dos veces, con la más fea del reparto; que la protagonistas de las revistas musicales, en lugar de ser siempre la mujer más escultural, a partir de ahora, se turne con la de piernas flacuchas y torcidas o aquellas que en lugar de senos tengan dos pendejos que les cuelguen inertes sobre sus fláccidos vientres. ¡Eso, señora Aído, es verdadera igualdad y, todo lo demás, serán cuentos chinos! Basta ya del culto a la belleza y salgamos en reivindicación de los derechos de los adefesios, que también los tienen.
Miguel Massanet Bosch