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¿España quiere seguir siendo monárquica? (por Miguel Massanet Bosch)

Publicada el agosto 12, 2010 por admin6567
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¡Hoy los tiempos adelantan que es una barbaridad!, recitaba don Hilarión en la zarzuela “La verbena de la paloma” y, es evidente, que aquel entrañable personaje no sabía, ni podía saberlo, lo que iban a adelantar apenas transcurridos unos pocos años, en los que España concentró toda una pequeña historia que, sin embargo, ha sido pródiga en acontecimientos de todas las especies y el Mundo ha sufrido la más radical transformación de toda su larga Historia. El infeliz de don Hilarión se quedaría pasmado de asombro si pudiera ver las imágenes de un televisor, viajar en  los grandes jets a reacción, ver a hombres y mujeres que se casan con los de su mismo sexo y comprobar que, la humanidad, ha alargado su periodo vital de modo que, lo que antes se consideraba como un matusalem, hoy todavía mueve el esqueleto con soltura por las discotecas. Por eso resulta chocante que, en esta España del 2010, puedan ocurrir anécdotas como la que ha protagonizado la pequeña Sasha, la hija del señor Obama, cuando, dándole una bofetada al protocolo, y llevándole la contraria a SM el Rey de España, lo ha arrastrado literalmente hacia el grupo del que se la quería apartar por cuestiones de ortodoxia protocolaria. La niña no quería, en modo alguno, ser privada de participar en la foto oficial de aquella visita “privada” a SS.MM los Reyes. Un acto sin importancia, sin duda un capricho de niña mimada, pero que da la medida de la distancia abismal entre dos civilizaciones; una bisoña y otra lo suficientemente anciana para que no sea capaz de comprender que, este mundo en el que vivimos, nada tiene que ver con el de los Reyes Católicos, por mucho que nos empeñemos en quererlo sostener.

A mí se me ocurren algunas reflexiones al respecto. La primera, el anacronismo que significa el que, en los tiempos que corremos, todavía exista esta figura, si se quiere entrañable, bonachona, y, evidentemente mediática, de la monarquía. Porque resulta que toda la parafernalia que gira alrededor de la figura egregia de SM el Rey, todo este halo de señorío, de tradición, de empaque, de respeto y, hay que decirlo, de sacrificio que rodeaba a esta institución, sustentada en la tradición; en los tiempos actuales nada más ha quedado reducido a, si se me permite decirlo de forma llana, una especie de representación teatral en la que la familia real protagoniza, de cara a la ciudadanía, una especie de representación ficticia en la que los personajes asumen, cada cual, el papel que le corresponde, pero que, en sus vida cotidiana, en el ámbito familiar, en sus mutuas relaciones y en lo que pudiéramos definir como vida privada, todo este montaje de cara al público, toda esta aparente unidad y concordia familiar, quedan desmentidas por pequeños rifirrafes, ambiciones personales, disgustos entre parientes y, formando parte de este pequeño mundo de ejecutantes de sangre real, un elemento discordante, una persona que no pertenece a la estirpe real, una periodista espabilada, a la podríamos calificar de “intrusa” en este ambiente regio; que no se resigna a ser la simple esposa del Príncipe, porque tiene opiniones propias, ha estado casada anteriormente y, por supuesto, no se ve en el papel de la emperatriz austriaca Sissi  –al menos en lo que fue la versión cinematográfica protagonizada por Romy Schneider – una persona acompañada por la desgracia y de la que se dice que murió asesinada, padecía bulimia y estaba anoréxica ( aquí podríamos encontrar alguna similitud con doña Leticia).

En los corrillos de las maledicencias, los comentarios se disparan y, aparte del divorcio de la infanta Elena, algo impensable desde Enrique VIII ( sus métodos eran más expeditivos), se están corriendo rumores sobre el tiempo que permanecen separados Urdargarín y la infanta Cristina o, y no faltan opiniones sobre el verdadero estado de salud de don Juan Carlos, cuya operación de pulmón no parece ser que fuera tan sencilla como si quiso dar a entender y, su recuperación, a la vista está, no ha sido lo rápida que los optimistas pronósticos de los facultativos parecían indicar. Su penoso ascenso a píe a la basílica de Santiago, durante el cual mostró síntomas de fatiga y trastabilló demostrando un visible enfado cuando, doña Sofía, acudió solícita en su ayuda. Sus repetidas ausencias a actos públicos; su renuncia a su deporte favorito, la vela; la delegación en los príncipes de actos a los que le correspondería acudir al Rey en representación de España,  y su propio aspecto físico; son muestras evidentes de que algo no funciona como es debido en la salud de SM. Juan Carlos I. Y aquí, señores, se impone una reflexión sobre el porvenir de la monarquía, si el Rey, por cualquier motivo, se viera precisado a ceder sus funciones reales a la persona de su hijo, Felipe.

Es obvio que don Juan Carlos y doña Sofía han sabido granjearse la simpatía de gran parte de los españoles; y es posible que, en ello haya. contribuido un episodio dramático de nuestra Historia, el golpe del 23-F, previsto para derrocar, no al Rey como se quiso dar a entender, sino al señor Adolfo Suárez que, a juicio de muchos españoles, se había excedido legalizando al PC y permitiendo que, un sujeto como Carrillo, con unos antecedentes de verdugo de ciudadanos de derechas, en los acontecimientos de los fusilamientos, en masa, de Paracuellos del Jarama; una página negra de la segunda República que, no obstante, los de la Memoria Histórica y el propio juez Baltasar Garzón, parece que han pretendido olvidar. Existe una leyenda negra respecto a este levantamiento y la supuesta participación de altas figuras de la política y el Ejército, respaldadas, activa o pasivamente, por la misma Casa Real; en la que se hablan de traiciones, de cambios repentinos de posiciones, cuando estaban perfectamente al tanto de las operaciones y, también de los consejos de alguien que tenía mucho predicamento ante el joven monarca, que fue quien le conminó a apartarse de una empresa de tanto riesgo, como fue la intentona del señor Tejero en el asalto, por unidades de la Guardia Civil, al Parlamento donde, sus señorías, en un “alarde de valor”, desaparecieron prudentemente detrás de sus respectivos escaños.

Mucho nos tememos que las circunstancias que han permitido la pervivencia de la monarquía basada, sin duda alguna, en la habilidad del monarca en no meterse en líos y en procurar pasar desapercibido en cuestiones tan graves como han sido la aprobación del aborto; las concesiones soberanas a Catalunya; la batalla de las izquierdas independentistas contra el idioma castellano; el desmantelamiento sistemático del Ejército y la jubilación de los mandos incómodos para los socialistas; el derrumbe de nuestra economía por la incompetencia del Gobierno; es de prever que,  en el caso del Príncipe, un tanto escorado a posiciones progresistas, quizá por la influencia de doña Leticia, pero con tics propios de la monarquía como su empeño en nombrar siempre a su esposa como “la princesa” y, evidentemente, lejos de los problemas reales que afectan al país, y, por supuesto, de lo poco que es estimada la monarquía, tachada de arcaica y demasiado costosa para sostenerla como un ente que ha dejado de tener utilidad práctica, por aquellos mismos que él pueda pensar que, con unos cuantos guiños a la izquierda, ya los tiene conquistados. Seguramente debieran mirarse en el espejo de Alfonso XIII y tomar nota de los acontecimientos que precedieron a la caída y huída del monarca, cuando se proclamó la segunda República. Francamente, no tengo la impresión de que, una Institución que no ha sabido aceptar sus servidumbres, ha pretendido democratizarse asumiendo los mismos derechos de los ciudadanos y sus libertades para contraer matrimonio o divorciarse cuando les apetezca; pero pretende conservar sus privilegios a costa del Erario Público, poco o nada puede esperar de las próximas generaciones de españoles.

 

Miguel Massanet Bosch

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