En la inmediata posguerra española, siendo ministro de Asuntos Exteriores el falangista Serrano Súñer, sus compañeros de partido organizaron varias manifestaciones delante de la embajada británica en Madrid en demanda de “Gibraltar español”. Hasta que un día, el propio ministro llamó al embajador manifestando su rechazo a dichas manifestaciones y preguntando solícito si “el sr. embajador necesitaba que le mandase más policía para proteger su embajada”. El embajador le dio una respuesta antológica: “No hace falta sr. ministro, lo único que necesito es que no mande Ud. más manifestantes”. Nada autoriza a suponer que una conversación parecida se desarrolló en la reciente llamada del Rey de España a su homólogo de Marruecos con motivo de los llamados incidentes en el paso fronterizo del reino alahuita con Melilla. Sin embargo de eso se trata, de que el monarca absoluto no siga mandando manifestantes. Incluso entre sus “líderes” figura un presidente de una asociación denominada de defensa de los derechos humanos. Curioso que con la enorme tarea que debería tener con ese título en su propio país, se dedique a otras causas más exóticas.
Todas estas historias con Marruecos tienen el aroma de lo “déjà vu”, de algo ya visto, de una especie de historia interminable que siempre responde, no a la casualidad sino a un predeterminado guión. Cierto que las relaciones de todo país con sus vecinos siempre son complicadas. En este caso, más todavía porque se trata de relaciones entre un país democrático, con sus reglas de juego a respetar y su responsabilidad, con otro que no lo es porque no existe esa responsabilidad ya que esas reglas las marca el sátrapa que lo gobierna, antes Hassan II y hoy su hijo.
Dicho lo cual, hay que insistir en que la posición de cualquier gobierno español con respecto a Marruecos desde la transición democrática, ha sido siempre la de ir a remolque de los acontecimientos (acontecimientos provocados por el monarca de turno), desde una acomplejada posición de inferioridad. Eso sí, siempre con la autoadjudicada etiqueta de la “responsabilidad”, como ahora proclama Chaves. Muestras de ello, muy numerosas y lo que está ahora ocurriendo (y todavía estamos en los primeros capítulos) es la última, de momento. Recordemos el giro de ciento ochenta grados, dígase lo que se diga oficialmente, en la política respecto del Sahara o el infame comportamiento en el reciente caso Haidar. No son los únicos casos, hay muchos más.
La siempre complicada relación con Marruecos exige el abandono de esos complejos, hoy más agudos que nunca en el caso de un gobierno débil como es el de Zapatero, debilidad percibida por la otra parte. Por supuesto que no se trata de mandar la flota pero sí, aquí y hora, de mandar señales inequívocas de firmeza y de defensa decidida de los intereses nacionales. El gobierno de la nación puede, aparte de adoptar medidas propias en ese sentido, plantear iniciativas en el seno de la Unión Europea, como la de la congelación del Estatuto Avanzado para Marruecos así como la exclusión de las aguas saharauis en el próximo acuerdo pesquero entre ambas partes. Una reciente nota oficial de UPyD insiste en esos temas mientras el locuaz portavoz del PP se dedica, en Melilla, a “revolver el gallinero” sin plantear nada constructivo.
Marruecos es importante para España pero España como nación y como miembro de la UE, lo es mucho más para Marruecos. Conviene no olvidar esto.